Irma Serrano, una chiapaneca que triunfó en la música ranchera
Irma Consuelo Cielo Serrano nació en La Soledad, municipio de Las Margaritas, el 9 de diciembre de 1933. Venía de una familia de artistas; su madre, María Castro Domínguez, era una pianista destacada; su padre, Santiago Serrano Ruiz, era buen orador, declamador y poeta.
Sus padres se conocieron en 1919, cuando Chanti se subió a la ola de la pacificación del país, después de un movimiento revolucionario que había ensangrentado al centro y norte de México.
Era estudiante de derecho en la Escuela Nacional de Jurisprudencia en el Distrito Federal, y desde allá lo enviaron de regreso a Chiapas para enviar un mensaje de unión y pacificación. Bautizó a su gira como “unionista”; organizó reuniones en Berriozábal, Suchiapa, Tuxtla, San Cristóbal y Comitán.
En esta última ciudad fue invitado a una velada musical que incluyó la participación estelar de María Castro. No hubo flechazo, entonces; fue tres años después en que se reencontraron cuando la pianista regresaba con su familia de Estados Unidos y se hospedó en el Hotel de Paco Pérez, y fue el mitotero español, que llevó el mensaje al poeta surimbo. “Hay una mujer hermosa, que te quiere saludar”, le dijo con emoción.
El poeta no se ilusionó mucho. Pero, a fuerzas de cartas y de una invitación para pasar unas vacaciones en la finca la Soledad, fue cuando surgió el amor y los atardeceres tomados de la mano.
Siguieron las cartas, las visitas y por fin el compromiso, después de la confesión inevitable del poeta de que era eso, un poeta pobre, sin más bienes que dos docenas de poemas y un libro apologético a los mapaches, el Chiapas revolucionario. “No me importa tu pobreza; sino la riqueza y nobleza de tu corazón”, le dijo María.
Al contraer matrimonio en 1924, Chanti se hizo cargo de la finca. No hay constancia, como se ha dicho, que tuvieran 17 haciendas; al parecer solo recibieron como regalo de bodas La Soledad, pero con eso era suficiente para mantener a la familia que empezó a crecer a partir de 1926, cuando les nació Mario, el primogénito; después llegaron Éthel María, María Judith, Bertha Yolanda y finalmente, Irma Consuelo Cielo.
Poco tiempo después, Santiago y María se divorciaron; el motivo, según el poeta, fue una minucia que incendió el matrimonio; para Irma, fue la dadivosidad de su padre con sus trabajadores indígenas y también su gusto por el alcohol.
Chanti regresó a Tuxtla, y María se quedó en la finca y se casó después con Raquel, quien se convirtió en el enemigo principal de Irma. De ahí, comentaba la cantante, le había nacido ese carácter agrio, a veces, e indomable casi siempre.
El estado bélico en su casa la obligó a vivir con su padre, quien para entonces estaba casado con Carmen Espinosa, dueña de la imprenta La Sirena de Tuxtla. Ahí llegó Irma, una quinceañera rubia y de ojos claros. Laco Zepeda contaba que visitaba la imprenta no para ver al poeta Chanti sino para admirar la belleza de Irma. A veces, relataba, Irma le encargaba comprar chicles. Para eso sacaba con coquetería unas monedas de entre sus pechos. Y los ojos de Laquito, quien había cumplido apenas 12 años, le crecían en ese recorrido de las manos de la joven rubia.
Poco tiempo después, Irma fue seleccionada para representar a Chiapas en un encuentro de belleza que se realizó en Acapulco. Esa reunión la transformó. Ahí conoció al político Fernando Casas Alemán, entonces jefe del Departamento del Distrito Federal. Era 1950: Él tenía 45 años y ella, 17. De esa fecha es la fotografía en donde aparece posando desnuda para Diego Rivera.
Pese a que fue el amor de su vida, según confesó la Tigresa, lo abandonó cuando comprobó que el político veracruzano le era infiel. Conoció después a un rico árabe quien la apoyó en los inicios de su carrera musical. No fue un logro rápido. Pasaron más de diez años, hasta que Armando del Llano le produjo su primer disco. Eso sí, de inmediato el LP fue un éxito. “Canción de un preso”, “Prisionero de tus brazos” y “Nada gano con quererte” encabezaron la lista de popularidad.
En 1963, un año después de grabar su primer disco, ganó casi todos los premios que se entregan a cantantes de música ranchera: artista revelación, musa de radiolandia y de televisión. Llegaron también las películas: Santo contra los zombis, El extra, Gabino Barreda y Tiburoneros, que es mi preferida, pero actuó en 15 cintas más, nueve obras de teatro y grabó más de 50 canciones, de las cuales colocó una docena en la lista de éxitos del momento.
Fue muy conocida su relación amorosa con Gustavo Díaz Ordaz, porque ella se encargó de ventilarla en A calzón amarrado, y gracias a ese relato, podemos vislumbrar la vida política del México de los sesenta y los setenta. Su físico, para entonces, había cambiado; no era más una muchacha de rostro dulce, sino una tigresa de ánimo belicoso.
Incursionó en la política en los momentos de efervescencia social del zapatismo al convertirse en senadora por Chiapas de 1994 al 2000. Su última aparición pública fue al lado de Andrés Manuel López Obrador en junio de 2018, cuando el entonces candidato presidencial visitó Comitán.
Irma no se tomó en serio la cantada. Ella quería ser actriz, pero era difícil en ese espacio de poderío desigual con los hombres. Su voz rasposa combinaba bien con los tragos de cantina, con “Copitas de mezcal”, con “Curado de Cañita”, con tristezas, lamentos y amores rotos y tequileros. Sus canciones sangran y hablan de cárceles, de personas atrapadas en el alcohol, de puentes rotos y de condenas. En ellas no hay alegría. Predominaban otros sentimientos: la tristeza y la melancolía como redención y pretexto para enfrentar la vida.
Nos ha dejado tres libros –A calzón amarrado, Sin pelos en la lengua y Una loca en la política– que radiografían con buen tino la vida política y artística de México; 18 películas, su actuación en nueve exitosas obras de teatro y medio centenar de canciones que retratan un momento sentimental del país.
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