En algo no se equivocó Vladímir Putin
En diciembre de 2019 gran parte de la afición del equipo de fútbol Rayo Vallecano, del popular barrio madrileño de Vallecas, recibió al jugador ucraniano Roman Zozulya de su rival en la segunda división entonces, el Albacete, con gritos que lo tildaban de nazi. Un jugador que había pertenecido al equipo vallecano sin que debutara por las propias protestas de sus seguidores encabezados por el grupo conocido como “bukaneros”. El motivo era ubicar a dicho jugador como simpatizante de grupos neonazis, como se demostraba con fotos posando con armamento y simbología neonazi. En una situación inusitada, el árbitro advirtió de la suspensión del partido, un hecho que se ratificó cuando los compañeros del jugador ucraniano se negaron a saltar al césped en la segunda mitad del encuentro. Suspensión del partido que era sorprendente dado que el racismo y la xenofobia alegados para no continuar con el encuentro son bastante comunes en los campos de fútbol del Estado español.
Se preguntarán por qué anuncio en el título del artículo a Vladimir Putin e inicio con una situación del fútbol español. Tal vez lo sucedido hace más de tres años con el jugador ucraniano sea una metáfora de lo que ocurre hoy en día en Europa. Un Estado que se dice democrático, como el español, solo suspendió un partido de fútbol oficial cuando a alguien de reconocida filiación neonazi se le tildó de tal. Es curioso que insultos contra los catalanes, contra personas que no son blancas de piel, etc., no sean considerados improperios racistas o xenófobos suficientes para detener un partido. Una visión oblicua e interesada de la realidad que parece un símil de lo que ocurre con Ucrania.
La invasión rusa del país del este de Europa, antiguo territorio de la Unión Soviética durante gran parte del siglo XX, se ha convertido en un nuevo enfrentamiento, a veces directo, y en otros momentos socavado, entre Estados con vocación y accionar colonial. De ahí que esta guerra se haya prolongado por más de un año sin que se vislumbre su fin en cercanas fechas.
No cabe duda que los países alineados con Estados Unidos y sus medios de comunicación se han decantado por realizar análisis totalmente sesgados del conflicto. Sin dudar sobre el afán expansionista de Vladimir Putin, también hay aspectos que se han ocultado o no mencionado durante el transcurso de esta guerra. Un hecho que debería ser inaudito en sociedades que se autodenominan o aspiran a ser democracias. Ese es el caso de la existencia y apoyo, por parte del Estado ucraniano, a grupos de extrema derecha identificados sin rubor con el ideario nazi. Tal vez sea exagerada la denominación de Estado nazi a Ucrania como se ha explicitado en los discursos de Vladimir Putin, pero ello no oculta el destacado papel de estos grupos armados financiados por el Estado ucraniano. Ejemplo nítido lo representa el movimiento o batallón Azov, con su sede central y casa de reclutamiento en la capital ucraniana. Movimiento que antes de la guerra ya asumía actividades que deberían ser llevadas a cabo por la sociedad civil, la seguridad pública o el ejército de Ucrania. Una realidad que los interesados pueden revisar en un artículo del que fuera reportero de guerra, Aris Roussinos, y titulado “La verdad sobre la extrema derecha ucraniana”. Versión traducida al castellano en la revista Nueva Sociedad(marzo 2022). No es el artículo mencionado la única fuente para conocer esta realidad puesto que puede seguirse en distintos informes internacionales y en libros que, al calor de la guerra en curso, han aparecido y abordan esta temática.
Es difícil considerar a Vladimir Putin como un buen ejemplo a seguir, ni antes ni durante el transcurso de esta guerra, pero ello no impide tomar en cuenta la cierta presencia y relevancia de los grupos armados neonazis en el país invadido. El mencionado periodista, Aris Roussinos, considera que resulta una exageración denominar Estado nazi a Ucrania como lo hace Putin. Sin embargo, dicho Estado es el que ha financiado, y lo sigue haciendo, a esos grupos. Una curiosa, por decir lo menos, forma de ser demócrata al apoyar a grupos marcadamente supremacistas y racistas. Tampoco la opinión pública más divulgada refiere la procedencia y número de voluntarios neonazis que se han incorporado como luchadores internacionales en los frentes abiertos para contener a las fuerzas rusas. Una legión de combatientes de filiación neonazi que han encontrado en suelo ucraniano un buen lugar para adquirir experiencia militar.
Durante las guerras contemporáneas, cuando es común la exaltación nacional y representa un acicate para continuarlas, la presencia de estos grupos neonazis en suelo ucraniano se ha reavivado, como se ha reanimado el antisemitismo y, sobre todo, la exaltación de la blancura y el rechazo violento a minorías lingüísticas que, quienes conozcan la historia europea, existen en gran parte de sus Estados, como sucede en Ucrania.
Si la guerra se prolonga, gracias a la inyección económica y de armamento de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, los escenarios para la reproducción de estos movimientos neonazis serán aún mayores. Nichos bélicos propicios para su crecimiento. Solo hay que volver la vista atrás con lo sucedido en Afganistán y Siria para establecer comparaciones, aunque los contenidos ideológicos sean muy distintos. Por lo tanto, y sin ser seguidor o vocero del autócrata Vladimir Putin, resulta evidente que no se equivocó al observar la expansión del nazismo en el país invadido. El problema, como sucede en muchas otras regiones, es que esos ultraderechistas xenófobos también se extienden en Rusia desde hace tiempo, y no hay mejor caldo de cultivo para ello que la misma guerra.
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