Elijo vivir
A todas las mujeres, en especial a las de mi linaje, gracias por las luchas cotidianas.
La tarde del miércoles había llegado, era uno de los días favoritos de Esperanza porque tenía clase de danza contemporánea. Desde la preparatoria le gustaban los miércoles, no sabía si era azar o coincidencia que en esos días tenía actividades que le agradaba hacer o le sucedían las experiencias más gratas.
Esperanza disfrutó su sesión de danza como solía hacerlo cada semana. Sin embargo, ese día tuvo un toque especial, desde su corazón dedicó el baile a las mujeres de su linaje. Judith, la maestra, preparó la clase para que, a través de la danza, hicieran una especie de homenaje a las ancestras, justo en el inicio del mes de marzo en donde se conmemora el Día Internacional de las Mujeres.
Los cuerpos de las personas danzantes dibujaron formas diversas, cada una sintiendo la música que las acompañaba incentivando los corazones. Una de las características de la clase y que gustaba mucho a Esperanza era que cada compañera y compañero se concentraba en su actividad, así que eso permitía que la energía fluyera mejor. Judith solía decirles que no era competencia, sino que la danza era una forma de cómo comunicar y comunicar-se, una bella forma de liberar lo que traían en el interior.
Al ir bailando Esperanza realizó una especie de ofrenda a cada una de las mujeres de su familia que habían trascendido y a las que continuaban en el caminar de la vida. Las fue evocando una a una en su mente y agradeciendo su presencia en el corazón. Cuando la clase finalizó Judith les propuso que guardaran un minuto de silencio para agradecer y honrar la memoria de todas las mujeres, las que habían luchado y las que luchaban desde distintas trincheras, en la casa, en la calle, en los espacios públicos, las mujeres de a pie, las mujeres olvidadas, las madres con hijas, hijos desaparecidos… el momento fue muy emotivo.
La sesión terminó y cada participante se fue despidiendo. Esperanza se quedó al final, para agradecer a Judith la clase, era un gran regalo y también le brindaba una motivación para continuar en el día a día. Ese cotidiano que a veces se tornaba gris ante tanta injusticia, inseguridad, exclusión y desigualdad para las mujeres.
Una vez realizado su cometido, Esperanza se despidió de Judith y emprendió el camino a casa. Al caminar observó la silueta de su sombra, dibujada por los faroles en las calles. Mientras se internaba en el rumbo de su barrio en su mente sonaba la frase, elijo vivir aún con todas las vicisitudes que tenga en el camino. Respiró profundo, la calle estaba solitaria, apresuró el paso con la certeza de que no estaba sola, las mujeres de su linaje la acompañaban.
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