Al mal tiempo, buena cara
Genoveva había tenido un día de esos que dan ganas que termine pronto la jornada laboral y llegar a refugiarse en la comodidad del hogar. Las cosas no habían salido como deseaba y para acabarla había olvidado su comida en casa. No pudo evitar recordar la canción A bad day que solían recitar en una de sus clases de inglés: I overslept and missed my train, slipped on the sidewalk in the pouring rain, sprained my ankle, skinned my knees , broke my glasses, lost my keys… En un contexto más local, había pensado para sí misma, vaya que hoy me llovió en mi milpa y también se le vino a la mente la frase que solía decir su tía Clemencia cuando algo no le salía bien, solo falta que me orine un chucho. Sin embargo, aún con lo poco grato del día, Genoveva tenía presente aquella frase de al mal tiempo, buena cara; claro que esto último le estaba costando bastante.
Cuando revisó el reloj vio que eran las seis de la tarde, el rostro se le iluminó, al fin era hora de salida. Se despidió de sus colegas de la oficina deseándoles buena tarde y por dentro se incluía en ese deseo. Camino a la parada del transporte, de nueva cuenta vio el reloj, no tardaba en llegar el autobús que la llevaba cerca de su domicilio. En efecto, el camión arribó puntualmente. Genoveva subió, iban varios delugares vacíos. Sintió gran alivio, tenía pocas ganas para ir de pie. Justo cuando se preparaba para pedir la parada alguien más se adelantó. Sonrió para sí misma, qué bien, pensó.
Se dirigió al departamento que rentaba con Ingrid y Donato, sus amistades y paisanos. Al abrir la puerta de la entrada Genoveva percibió un agradable olor a crepas de champiñones, se le vino a la mente que Donato e Ingrid podrían haber llegado antes que ella y estaban cocinando su comida o cena, ya casi eran las siete de la noche. Antes de que pudiera asomarse a la cocina, alguien salió a su encuentro, era Ingrid,
—¡Hola Geno! Llegas justo a tiempo para comer-cenar juntas, ¿te apetece?
—¡Hola Ingrid! Muchas gracias, claro que acepto. Creerás que olvidé mi comida.
—Me di cuenta, guardé tu recipiente en el refri. Debes venir exhausta y con hambre, vente ya están listas las crepas. Preparé agua de guayaba.
Cenaron, conversaron y a la charla se sumó Donato, quien llegó un rato después de la cena. Luego se despidieron para ir a dormir. En su cuarto Genoveva abrió la ventana que daba al patio, se acostó mientras trataba de repasar su día, se quedó con la parte de regreso a casa, su cierre del día había sido mucho mejor de lo que esperaba. Le había venido muy bien recuperar la frase al mal tiempo, buena cara. Cerró los ojos. Se sentía cansada, quería conciliar el sueño pero faltaba algo para cerrar con broche de oro la noche. No tardó en escuchar el canto arrullador de un grillito que habitaba en el jardín, la melodía fue acompañándola hasta que se quedó dormida.
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