Una revisión al concepto meritocracia
Desde hace tiempo nuestras sociedades están permeadas por una visión donde la notoriedad se atribuye inexorablemente al mérito personal innato, pseudo biológico o incluso divino en su origen. Resultado lógico de la propia capacidad o, en su defecto, del esfuerzo destinado a lograr el éxito reconocido socialmente. Una situación que encuentra su contraparte en aquellas personas que no logran triunfar dentro de los parámetros considerados exitosos en el mundo actual. Sin restar relevancia al referido esfuerzo para lograr objetivos personales, lo que resulta cuestionable es el origen de todo mérito y, también, la forma que se impone hoy en día para medir y materializar los éxitos.
Tal realidad es la que analiza, en una de sus obras, el filósofo estadounidense Michael J. Sandel, en concreto en la titulada La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común? (2022). Este académico, especialista en filosofía política y autor, entre otros libros, de El liberalismo y los límites de la justicia (2000) o Filosofía Pública. Ensayos sobre moral en política(2020), es un destacado y popular profesor en la Universidad de Harvard. De hecho sus clases son de las más solicitadas y concurridas en la prestigiosa universidad norteamericana. Al mismo tiempo, sus críticas a la teoría liberal de John Rawls lo sitúan dentro de los pensadores que observan los vínculos sociales y humanos más allá del marco legal y político establecido en las sociedades consideradas democráticas.
Así, este reputado investigador aborda en La tiranía del mérito distintas perspectivas que giran en torno al mérito personal en nuestras sociedades contemporáneas, incluso con ejemplos que trascienden su universo de estudio, que es los Estados Unidos. Su preocupación por el funcionamiento del ingreso y egreso en las universidades más reconocidas de su país se convierte en su ejemplo de partida. A partir de ahí entrecruza la desigualdad de oportunidades personales a la hora de acceder a una universidad con los orígenes religiosos del reconocimiento y exaltación del mérito, o con el papel del discurso político sobre este tema manejado por los recientes gobiernos estadounidenses. Abordaje más extenso, resumido en estas páginas, y donde se cuestiona la moralidad de ese discurso para el justo e igualitario funcionamiento de las sociedades. Una situación que enlaza con los malestares sociales expresados entre sectores de una población que es o se siente excluida. Ejemplo significativo, para el autor, serían aquellos que componen buena parte de los votantes y defensores de Donald Trump en el vecino del norte.
Basado en encuestas realizadas en Europa, y posteriormente en Estados Unidos, establece varias ideas que, tal vez, son comunes al conocimiento popular. Una de ellas es que el supuesto saber basado en títulos universitarios no significa que esas personas sean “más ilustradas en el plano moral”, es decir, que no necesariamente son “más tolerantes”. Así, el prejuicio no está relacionado con el grado académico o con el nivel de estudios, porque denunciar, por ejemplo, “el racismo y el sexismo” no implica dejar de demostrar actitudes negativas “ante la gente que tiene un nivel educativo menor que el suyo” (p. 125). Un prejuicio sustentado en lo que denomina “fe meritocrática” y que abre un debate moral respecto a nuestras sociedades, aquellas que se enorgullecen de su talante democrático aunque sus actitudes se alejen del supuesto sustento moral de la democracia.
Seguramente, la obsesión credencialista que se vive hoy en día se entienda desde esa lógica meritocrática que vincula la obtención de títulos con la innata capacidad y el consecuente, y supuestamente lógico, éxito personal. Creencia pseudoreligiosa que no observa cómo se construye tal meritocracia y el ascenso social; ascenso que salvo excepciones tiene trampas socioeconómicas desde su origen. Así, la lógica de los méritos personales debería relativizarse para no caer en engaños que parecen una tendencia en crecimiento en nuestra cotidianidad. Al mismo tiempo, los discursos “políticamente correctos” no son incompatibles con las trampas morales que se descubren o visibilizan cuando se trata de analizar el éxito o la situación social de los interlocutores. Un mérito personal entendido como predestinación y que tiene nítidos resabios nobiliarios y aristocráticos, por mucha defensa de la igualdad social y de la democracia que llene discursos orales y textos escritos.
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