Un perro llamado Sintaxis
Casa de citas/ 622
Un perro llamado Sintaxis
Héctor Cortés Mandujano
El volumen Teatro breve colonial (Joaquín Mortiz, 2002) contiene tres obras en verso: “Coloquio de Jonás”, de Fernán González de Eslava; “Loa para el auto sacramental de El divino Narciso”, de Sor Juana Inés de la Cruz, y “La noche más venturosa”, de José Joaquín Fernández de Lizardi.
Nunca había leído antes a González de Eslava; me encantó su obra. Discuten Teresa, esposa, y Diego, marido honrado y pobre. Se queja ella (p. 11): “Siempre su seso tropieza/ en contra de lo que quiero”.
De nuevo Teresa en un verso duro contra su esposo (p. 13): “Un hombre tan para poco”.
Tocina, un marino, no responde a quien le grita, sino que apunta (p. 18): “Chillando está el importuno/ como tocino en sartén”.
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Leo, préstamo de mi amiga Paty Bautista, Cómo solucionar nuestros problemas humanos (Editorial Tharpa, 2008), de Gueshe Kelsang Gyatso.
De algún modo, el contenido ya lo he leído en otros varios libros del maestro Gueshe (los he comentado en Casas de cita anteriores), quien dice en la introducción (p. XI): “La felicidad y el sufrimiento son estados mentales y, por lo tanto, sus causas principales no existen fuera de la mente misma. Si queremos ser verdaderamente felices y liberarnos del sufrimiento, debemos aprender a controlar nuestra mente”.
Y (p. XII): “Puesto que todas las acciones son creadas por la mente, todos los objetos, incluyendo el mundo, también lo son. No hay otro creador que la mente misma”.
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No hay amor en el campo
Chéjov,
en “Mi vida”
Leo Novelas cortas (Editorial Porrúa, 2009), de Antón Chéjov, que son seis: “Mi vida”, “La sala número seis”, “En el barranco”, “Campesinos”, “Un asesinato” y “Una historia aburrida”.
Marc Slonim, en el prólogo, dice que en las obras de Chéjov hay un interminable desfile de personajes intelectuales que (p. X) “adoran las palabras y eluden los hechos”, y para sustentar una idea termina citando “¿Cuánta tierra necesita un hombre?”, de Tolstoi (p. XI): “Un ser humano necesita más de siete pies, más de una posesión completa: necesita el mundo entero”.
Dice Chéjov, en “Mi vida” (p. 17): “El hambre es el motor principal de la actividad humana”.
El protagonista renunció a su posición social para volverse un trabajador común, un obrero. Su hermana lo visita y hace un elogio muy lindo de la lectura (p. 72): “Ahora leo mucho –me dijo, enseñándome los libros que se había llevado de la biblioteca municipal–. Se lo debo a tu mujer y a Vladimiro: ellos despertaron mi espíritu. Me han salvado, y gracias a ellos me siento ahora un ser humano digno de serlo”.
La esposa del protagonista, harta del trabajo físico, y de no entender el pensamiento campesino, lo deja. Le manda una carta donde le pide el divorcio; en ella sintetiza una historia conocida e instructiva (p. 78): “El rey David tenía un anillo con la inscripción: ‘Todo pasa’. Cuando se está triste, estas palabras consuelan; cuando se está alegre producen melancolía”.
Páginas adelante, el protagonista reflexiona (p. 85): “Si yo hubiera tenido el deseo de mandarme hacer una sortija, le habría hecho grabar esta inscripción: ‘Nada pasa’. Sí; estoy convencido que nada pasa sin dejar una huella tras nosotros, y que cada acto nuestro, incluso el más insignificante, ejerce determinada influencia en nuestra vida presente y futura”.
“En la sala número seis”, uno de los personajes afirma (p. 112): “El pensamiento libre y profundo, que aspira a comprender la vida, y el desprecio total a la estúpida vanidad del mundo, son los dos bienes supremos que el hombre conoce”. Dice Iván Dmítrich, en la misma novelita (p. 132): “¡Maldita vida! […] Y lo peor de todo es que no terminará con una recompensa por calamidades sufridas, no con una apoteosis, como en la ópera, sino con la muerte”.
Hay algunas acciones violentas y terribles en las historias de Chéjov. Me impresiona, en la novela breve “En el barranco”, el momento en que Axinia, una joven irritada (p. 163), “agarró el caldero de agua hirviendo y lo vertió encima del bebé. Resonó el grito como nunca se oyera en Ukleivo; parecía imposible que un ser tan pequeño y tan débil como Lipa pudiera gritar así”. El bebé, por supuesto, muere.
En “Un asesinato”, un personaje, en una cantina, dice sobre la madre que da pecho a su hijo (p. 218): “El pecho de la madre es la cantina del niño”.
En “Una historia aburrida”, me gusta el título de la novela que lee uno de los personajes (p. 230): “Me leí en una noche toda una novela de extraño título: Lo que cantaba la golondrina”.
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Antología del cuento universal II (Océano, 1999), selección de Julio Torri, que sabía todo del género, concentra varios ejemplos cúspides. En “La carta robada”, de Edgar Allam Poe (traducido por Borges y Bioy Casares), dice (p. 40): “La causa remota de su fracaso es la suposición de que el ministro es un imbécil, porque ha logrado fama de poeta. Todos los imbéciles son poetas”.
Las notas biográficas las hizo José Manuel Conde. Me gustó lo que dice de Henry James (p. 54): “Hermano de William, el filósofo, suele decirse que éste escribía sus tratados de psicología en forma tan interesante como novela, a la vez que Henry James hacía tan difíciles sus novelas como un tratado de psicología”.
En “José Mathías”, de Eca de Queiroz, Elisa está enamorada espiritualmente de un hombre y es amante de otro (p. 153): “Un poeta para las delicadezas románticas y un cochero para las necesidades groseras…”.
En “El obispo”, de Antón Chéjov, habla que el maestro del obispo (p. 193), “tenía un perro negro hirsuto, al que llamaba Sintaxis”.
Dice Horacio Quiroga, en “El potro salvaje” (p. 239): “Juventud y hambre son el más preciado don que puede conceder la vida a un fuerte corazón”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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