La integración de América Latina, El Caribe y José Martí
8 de diciembre de 1959. Cae la noche en la pequeña ciudad de Tuxtla Gutiérrez, capital del estado de Chiapas en el sur de México. En la casa de la familia, mi padre, republicano español, miembro que fue del Partido Proletario Catalán, está pegado al radio que, a través de la estática, filtra la voz que informa del triunfo de la Revolución Cubana y la entrada de Fidel Castro en La Habana. Con entusiasmo, mi padre exclamó: “Es un triunfo de José Martí”. En la escuela secundaria de Tuxtla Gutiérrez habíamos leído para la clase de literatura, al poeta José Martí. Aún son muy socorridos sus versos, “Cultivo una rosa blanca/en junio como en enero/para el amigo sincero/que me da la mano franca/Y para el cruel que me arranca/el corazón con que vivo/cardo ni ortiga cultivo/cultivo una rosa blanca”. Durante las tertulias estudiantiles en mi pequeña ciudad, escuchaba con frecuencia ese poema y el nombre del poeta José Martí. Pero ante el entusiasmo de mi padre al escuchar la noticia del triunfo de la Revolución Cubana, en medio de ese peculiar sonido de la estática en la radio, mi mente de adolescente se preguntaba “¿por qué el nombre de un poeta, de José Martí”? Los días escolares trascurrían en mi pequeña ciudad y llegó el momento de ingresar a la escuela preparatoria, al escalón preuniversitario. Mi padre, el Profesor Andrés Fábregas Roca, poseía una de las bibliotecas más interesantes de la ciudad y parte de su valor consistía en que recibía periódicamente la publicación titulada Cuadernos Americanos que por aquellos años de la década de los 1960 dirigía Jesús Silva-Herzog. Una tarde, hurgando en la colección de Cuadernos Americanos, encontré el texto de José Martí, “Nuestra América” que leí con la duda de que fuese el mismo José Martí poeta. La duda la resolvió mi padre que además me explicó el significado profundo del texto. Hizo más mi padre: me entregó una suerte de folleto que en breves páginas narraba la vida de José Martí. “Cubano” me dijo mi padre y riendo agregó “Catalán como yo. Martí es uno de los pensadores más importantes de América Latina”. Estoy seguro que era el año de 1962 porque cursaba el último ciclo preparatoriano y me disponía a emprender el viaje a la ciudad de México para ingresar a la Universidad Nacional Autónoma, dado que en Chiapas carecíamos de centros de Educación Superior. El folleto que mi padre puso en mis manos fue mi primera lectura de una biografía de José Martí. Era una impresión local que reproducía un texto de autor desconocido. Pero fue muy importante ese texto porque además me introdujo a la historia de Cuba. Más aún, recuerdo que en casa se recibía la Revista Bohemia de la que fui lector asiduo y que funcionó como una de mis primeras fuentes de información sobre la vida de Cuba. Andando los días, ingresé a la Escuela Nacional de Antropología e Historia en 1965 y allí me encontré con un ambiente juvenil muy cercano a la Revolución Cubana. Fueron los años en que estábamos atentos a los pronunciamientos de Fidel Castro, que con frecuencia mencionaba a Martí, a leer los textos que nos llegaban del legendario Che Guevara, que era nuestra compañía en las manifestaciones estudiantiles en pro de una sociedad justa, y quien fuera insignia en aquellos intensos días del Movimiento Estudiantil de 1968. Muchos estudiantes sentíamos a Martí como alguien cercano, como uno de nuestros acompañantes, y pensábamos en Nuestra América como una realidad posible. Los revolucionarios cubanos habían logrado lo que parecía imposible al instaurar un régimen anti capitalista, anti imperialista, en plenas aguas del Mar Caribe. Martí volvió a cabalgar en aquellos días, como cuentan los campesinos del estado mexicano de Morelos que cabalga Zapata, unidos a las luchas de sus pueblos. Los ideales de Martí expresados en varios de sus textos, pero en ese fundamental que es Nuestra América estaban allí, con nosotros, los jóvenes que buscábamos entender nuestras realidades para transformarlas, terminar con la situación de discriminación y racismo que asolaba a los pueblos indígenas, construir patrias nuevas, justas, partiendo del conocimiento de lo nuestro americano. Eran los planteamientos de José Martí, sin duda. La violenta represión del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco fue la respuesta de los círculos de poder en el México de aquella época. Pero así como no murieron la ideas de Martí en la batalla de Dos Ríos, los ideales de construir un mundo mejor salieron vivos de aquella triste tarde/noche de Tlatelolco.
La vida siguió su curso en un México complejo, en el que las desigualdades sociales se profundizaban golpeando severamente a las clases populares, a los trabajadores, a los sindicatos y a los campesinos combativos. En la relación del Estado Nacional con los pueblos indígenas, se seguía aplicando una política de asimilación, de represión de la variedad cultural, en búsqueda de una supuesta “sociedad nacional” que apuntalara al nacionalismo de Estado. De nuevo, las ideas y planteamientos de José Martí eran sustento para proponer caminos alternativos a los que el poder imponía. La variedad cultural no constituye la pobreza de nuestras naciones sino su riqueza y eso habría que defenderlo, resaltarlo, y apoyar la lucha de los pueblos indígenas por el reconocimiento a su ser histórico con todo lo que eso implica. Críticos constantes del indigenismo, la constancia en la lucha que aconseja Martí, hoy vemos en México una nueva actitud al crearse el Instituto Para los Pueblos Indígenas y Afromexicanos, que abandona el indigenismo y lo sustituye por acciones de justicia hacia los pueblos originales en México incluyendo a los afrodescendientes. Tenemos la esperanza de que sea un nuevo amanecer para los pueblos originarios y un merecido logro a sus añejas luchas.
Hacia los finales de la década de los 1970, se intensificaron los movimientos sociales en Centroamérica y sus repercusiones en México. Cientos de campesinos ingresaban por la frontera sur de México huyendo de la represión de los ejércitos, sobre todo, de Guatemala. El triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSNL) en 1979 en Nicaragua, culminaba un ciclo de movimientos sociales en Centroamérica. Instaurado el régimen sandinista con aplastante apoyo popular, la atención de Latinoamérica se situó en El Salvador, el “Pulgarcito de América”. También en el caso de Nicaragua los planteamientos de José Martí estaban presentes. En efecto, Martí es precursor del pensamiento antimperialista que fue retomado por César Augusto Sandino, el líder de la Revolución Nicaraguense. La mirada aguda de Martí advertía que la independencia de Cuba era clave para evitar que el imperialismo norteamericano se extendiera por El Caribe y por Nuestra América. Años después, Sandino, que nació un día antes de la muerte de José Martí, plantearía que era imprescindible el derrocamiento de Anastasio Somoza, no sólo para liberar al pueblo de Nicaragua, sino para impedir que el imperialismo se apoderara de Centroamérica. Así que en mi memoria martiana aparece el mes de mayo como una fecha icónica en las luchas por alcanzar una Nuestra América Libre: es el mes en que muere Martí pero nace Sandino. Todo ello pasó por mi mente mientras veía el desarrollo de la pasada reunión llamada “Cumbre” de Norteamérica celebrada en la Ciudad de México con la asistencia de Joe Biden, Presidente de los Estados Unidos y Justin Trudeau, Primer Ministro de Canadá, fungiendo como anfitrión el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. Precisamente este último insistió en levantar el bloqueo a Cuba, en pensar en la Integración de toda América, en dejar de lado la exclusión de países por razones ideológicas y en reprobar los golpes de estado como el más reciente en Perú, cuyo pueblo sufre una terrible represión. El tiempo nos dirá el curso de la próxima historia y si las palabras del presidente Mexicano adquieren realidad. Son los planteamientos de Martí quien pensaba en una América Latina y Caribeña unida bajo el concepto de Nuestra América para con ello no sólo fortalecer a nuestros pueblos sino impedir los propósitos imperialistas de “ya saben ustedes quien”. Y vaya que México y toda Nuestra América, tienen reclamos históricos y muy actuales en contra del “nuevo extractivismo” que está desgarrando la piel de nuestros pueblos, arrancando riquezas y sembrando pobreza. Un lugar especial en mi memoria martiana ocupa la instalación de la Catedra José Martí en la Universidad Intercultural de Chiapas, a instancias gestoras de Mario Alberto Nájera, un martiano incansable en la labor de extender el pensamiento de José Martí en las Universidades del mundo. Como primer Rector de aquella Universidad, acogí con beneplácito la propuesta de instalar la cátedra martiana. No vacilé en nombrar como responsable de dicha cátedra a José Antonio Aparicio Quintanilla, tan querido camarada salvadoreño, poeta con el nombre de Ricardo Bogram y cuya memoria invoco. Vuela mi recuerdo al mes de agosto de 2009 cuando celebramos en la Universidad Intercultural de Chiapas situada en San Cristóbal de las Casas, el Primer Coloquio Internacional José Martí, cuya organización recayó en la Cátedra José Martí de la propia Universidad. Los delegados llegaron desde Cuba, Venezuela, Costa Rica, El Salvador, Puerto Rico para unirse a los de México. Recuerdo a los compañeros y compañeras martianos caminando por las calles de San Cristóbal, ciudad señera de Chiapas, hogar que fue del obispo Fray Bartolomé de las Casas. El Ayuntamiento mismo de la ciudad se unió al festejo martiano al nombrar a los visitantes como ilustres, resaltando que era un honor su presencia y una fecha memorable aquella en la que nos reuníamos para hablar de la obra de Martí bajo el tema general, Martí: Interculturalidad, Humanismo e Imagen Poética. Hoy me llega una noticia que me inundó de alegría por doble razón: porque me la transmite Pablo Salazar Mendiguchía y porque se trata de que la película MAMÁ representará a México en el Festival Internacional de Finlandia. Es una obra dirigida por Xun Sero, egresado de la Universidad Intercultural de Chiapas.
Uno de esos tantos días en que he estado en La Habana, le solicité a Mario Alberto Nájera que me llevara a la Casa de Martí. Tenía el deseo de estar allí no sólo por ser el hogar que habitó José Martí sino porque recién había leído un poema de Enoch “El Noquis” Cansino que a continuación transcribo:
En la Casa Natal
Allá en la Casa de Martí, en La Habana
Existe un árbol de Matilishuate
(Los cubanos le dicen Roble Blanco)
Que en este mayo estaba florecido
Abierto por el sol de la mañana.
¿Cómo se llamará este árbol en Honduras,
En el Perú, en Antigua Guatemala?
Tal vez se llame amor en quechua o maya
Resplandor o esperanza en araucano.
Todo puede pasar,
Los nombres vienen,
Van.
Mas lo importante de la cosa es esto:
Que al ver un árbol frente a mi ventana
Estoy pensando en el que vi por mayo
Allá en la casa de Martí, en La Habana.
Y en efecto, allí estaba el Roble Blanco, en medio del patio de la casa natal de José Martí. La puerta sigue abierta: algún día nacerá NUESTRA AMÉRICA, tal y como lo anuncia el árbol de Matilishuate, allá en la Casa de Martí, en La Habana.
Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. Jalisco, México. A 14 de enero, 2023
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