La bóveda celeste
Rosaura guardó sus archivos y apagó la computadora. Ordenó rápidamente su espacio y se despidió de sus colegas del trabajo. Tenía dos años de haber iniciado labores en una preparatoria, en el área administrativa. Se colocó su gorro y bufanda, el frío era intenso en la calle.
Caminó sin prisa hasta la terminal de camiones para tomar el transporte que la llevaría a casa. El tiempo aproximado de distancia para llegar a su hogar era de una hora con treinta minutos. Compró su boleto, subió al autobús, tomó su lugar en el asiento número 5, ventanilla. Se frotó las manos y se colocó un poco de crema, el frío resecaba sus manos. Posteriormente, frotó de nuevo las manos y se las llevó al rostro. Sentía la vista cansada por el trabajo en la computadora, había olvidado sus lentes en casa.
El camión inició el recorrido. Rosaura se colocó sus audífonos, eligió escuchar a Chambao y cerró los ojos. Déjate llevar, por las sensaciones. Que no ocupen en tu vía, malas pasiones… No tardó en relajarse. Abrió sus ojos y miró hacia la ventana, había oscurecido muy pronto. Revisó su reloj iba a mitad del camino. Ya faltaba poco para llegar a casa.
Se quedó contemplando el paisaje en la ventana, la bóveda celeste estaba hermosa. Tonos oscuros, azules y grisáceos decoraban, algunas nubecitas blancas se dejaban notar por partes. Las estrellas titilaban dándole un toque bello a la oscuridad que rodeaba esa noche en la carretera. Rosaura agradeció que no había tráfico, no solo porque llegaría en tiempo a casa sino porque menos luces permitían contemplar mejor el paisaje.
No pudo evitar recordar las veces que contempló la bóveda celeste con Nacho, su expareja, era un deleite para ambos. Hacía algunos meses que habían terminado su relación. Casi le ganaba el sentimiento de nostalgia cuando se le vino a la mente un recuerdo de la infancia, observar el cielo estrellado con doña Celia, su abuelita materna, ambas sentadas en el pasto, en una noche en el campo.
—¿Qué estrella te gusta más Rosaura?
—La más grande y brillante abuelita. ¿Y a ti?
—A mí la que está junto a la que te gusta, es pequeña pero brilla mucho. Cuando te sientas triste, acuérdate de observar las estrellas en la noche, mira qué bonito es es cielo, es un regalo de la naturaleza. Es inmenso y nosotros somos pequeñitos ante él.
¡Qué razón tenía la abuelita Celia! Sonrió para sí, siguió observando el paisaje, se asomaban las luces de su terruño, mientras tarareaba Esa pregunta que te haces sin responder, dentro de ti está la respuesta para saber. Tú eres el que decide el camino a escoger…que tu futuro se forma a base de decisiones…
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