Genaro Domínguez El Jarocho: un referente del movimiento indigena en México. A dos años de su partida
Hace un par de años, el abogado Genaro Domínguez Maldonado trascendió allá donde no podemos alcanzarlo. El 29 de enero de 2021 murió este distinguido luchador social y agrario, a los 83 años de edad, en su natal San Andrés Tuxtla, Veracruz, un poblado de origen nahua, en donde vio la luz el 2 de diciembre de 1938. Pese al contexto generalizado de COVID-19 que entonces se vivía, él falleció de un viejo padecimiento de salud que lo aquejaba.
Genaro Domínguez fue hijo de su tiempo histórico. Siendo estudiante en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), del que egresó en 1971, participó de manera activa del movimiento estudiantil de 1968, siendo por ese motivo, perseguido, igual que otros jóvenes activistas universitarios.
Genaro Domínguez, conocido como “El Jarocho”, se involucró en el naciente movimiento indianista del siglo XX que se gestaba en los países de América Latina, en contra de las relaciones coloniales de los Estados nacionales y sus políticas integracionistas. En la mitad de la década de los setenta del siglo XX irrumpieron una serie de reuniones de pueblos indígenas en distintos países de América Latina. Entre otras, en 1975 se celebraba el primer Congreso Mundial de Pueblos Indígenas, en Canadá; de aquí surgió el Consejo Mundial de Pueblos Indios (CMPI). En estos encuentros estaban presentes los indianistas de América del Sur, como los bolivianos Fausto Reinaga, Felipe Quispe y Constantito Lima, entre otros.
Estos liderazgos fundaron partidos políticos indígenas en un sentido de reconstitución de los pueblos y un proyecto soberanista. A Constantito Lima se le reconoce la autoría de la categoría “Abya Yala”, que es una resignificación politizada de un concepto de origen del pueblo Guna de Panamá. A este mismo personaje, académico e intelectual aimara, también se le reconoce su contribución en la reinvención y repolitización de la Wiphala, como la bandera de las nacientes organizaciones indianistas, con perfiles soberanistas de la América del Sur.
En 1977 se creó el Consejo Regional de los Pueblos Indígenas de América Central (CORPI), con sede en Panamá, adherido al Consejo Mundial de Pueblos Indígenas, del cual Genaro fue su primer representante. Margarito Ruiz Hernández, tojol’ab’al de Chiapas, líder del Frente Independiente de Pueblos Indios (FIPI), adherido también a las corrientes indianistas, fue representante del CORPI, en su segundo ciclo.
En 1975, también se celebraba el Primer Congreso de Pueblos Indígenas de México, dando origen al Consejo Nacional de Pueblos Indígenas (CNPI), bajo el alero de la Central Nacional Campesina (CNC) del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Entre 1979-1980, El Jarocho fue asesor de esta organización, pero rápidamente se deslindó por las prácticas corporativas del organismo y fundó la Coordinadora Nacional de Pueblos Indígenas, la CNPI.
En los años ochenta surgieron organizaciones indígenas independientes en México, las cuales hicieron rupturas con el indigenismo. En marzo de 1981 tuvo lugar la Reunión de las Organizaciones Indígenas Independientes de México, América Central y el Caribe, en Cheranástico. Michoacán, de la que irrumpieron procesos organizativos indianistas, como la Unión de Comuneros Emiliano Zapata (UCEZ). En estos procesos eran visibles los liderazgos de Elpidio Domínguez y los abogados Efrén Capiz y Eva Castañeda. La CNPI formaba parte de este bloque de organizaciones indígenas independientes.
Esta corriente indianista participaba en la agenda acordada en Canadá; uno de los acuerdos era rechazar todas las celebraciones que los gobiernos promovían para legitimar la relación colonial, tal como era la celebración mundial que se hacía a la estatua de Cristóbal Colón, acordando declarar el 12 de octubre como el “Día de la dignidad de los pueblos”.
Genaro Domínguez tenía una personalidad desafiante, iba al frente de todas y cada una de las muchas acciones colectivas que promovió. Entre ellas, numerosos ayunos en donde participaban las personas involucradas en los problemas de despojo agrario o defensa de sus bienes comunes, y una agenda en la gestión y en la brega con la burocracia agrarista e indigenista.
Genaro tenía una presencia y relación muy cercana con el pueblo indígena de San Felipe Ecatepec, del municipio de San Cristóbal de Las Casas, en Chiapas, en la defensa de sus tierras despojadas. En 1990 comuneros de San Felipe, adheridos a la Coordinadora Nacional de Pueblos Indios (CNPI), realizaron una huelga de hambre frente a la catedral de la ciudad de México, fueron desalojados. De los 13 huelguistas, 11 eran chiapanecos, y demandaban la libertad de cuatro campesinos de la comunidad San Felipe Ecatepec.
Son memorables las marchas que Genaro Domínguez promovía cada 12 de octubre, en la ciudad de México. Se paraban frente a la estatua de Cristóbal Colón, localizado en una de las glorietas del Paseo de la Reforma, retiraban las flores que el gobierno de la ciudad le había homenajeado y, estas eran llevadas y colocados a los pies del huey tlatoani mexica Cuauhtémoc, ubicado a unos metros, también sobre la Avenida Reforma. El acto se celebraba con humo, copal, flores y danzas.
Los performances que desplegaba El Jarocho, eran parte de su discurso y liderazgo. Al frente de las marchas iban Efrén Capiz, Eva Castañeda y El Jarocho, con sus vistosos sombreros y jorongos, arengando consignas en náhuatl, como por ejemplo el clásico grito de “Mexica Tiahui” que textualmente quería decir “adelante mexicanos”. Era un grito de guerra con un profundo contenido reivindicativo. Las fuentes históricas del siglo XVI refieren que, en la etnogénesis del pueblo mexica, la frase “mexica tiahui-adelante mexicas”, era la consigna con la que el dios Huitzilopochtli (“colibrí zurdo”), llamaba y guiaba a los mexicas en la gesta fundacional de Tenochtitlán. Esta era la consigna de batalla de El Jarocho, y que pronunciada cada vez que realizaba una acción contenciosa ante las diferentes instancias de gobierno. El Jarocho se plantaba como él era: temido y respetado.
El perfil de El Jarocho era la de un líder intransigente en las negociaciones, era abogado y defensor de pueblos, y subrayo “de pueblos”, porque él trabajó principalmente litigios a favor de la restitución de Bienes Comunales. En su opinión, los ejidos eran la legitimación al Estado, de asumirse como el “propietario de los bienes nacionales” que otorga las tierras; cuando en realidad los territorios son de los pueblos. El acto colonial fue de despojo, que después de la Independencia de México, el despojo colonial se refrendó mediante el artículo 27, cuando el Estado mexicano se abrogó como el propietario de los “bienes nacionales”; cuando en realidad los territorios pertenecen a los pueblos indígenas, y estos les deben de ser restituidos. Por su intransigencia fue con frecuencia detenido, en numerosas ocasiones fue secuestrado, torturado y encarcelado.
El 16 de febrero de 2007 fue una de esas ocasiones. Los medios que difundieron la noticia refieren que cuando los policías lo detuvieron en la calle, en Jalapa, Veracruz, al salir del edificio de gobierno, frente a un parque, Genaro se defendía y gritaba “¡Soy Genaro Domínguez! Me secuestran, ¡me secuestran! Y, salió libre.
Esta era una lección de sobrevivencia que Genaro solía relatar, divertido, en medio de las cervezas que tuvimos oportunidad de intercambiar, en numerosos encuentros de nuestras vidas. Él decía que, frente a toda detención, lo primero que tienes que hacer es resistir, patalear, decir tu nombre, y denunciar de secuestro. Cuando narraba este y otros episodios, cuando sus ojos ya se ponían vidriosos, miraba el fondo de la botella, suspiraba y decía: “[…] nosotros tenemos que ser más cabrones que ellos, porque si no, te chingan; no sobrevivimos”. Pese a la persecución en su contra, también en Chiapas, en donde fue detenido, El Jarocho nunca claudicó, y se mantuvo cercano a las luchas que le eran entrañables, como la de San Felipe Ecatepec.
¿Cómo conocí a El Jarocho?
En 1975, yo era estudiante de sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, allí cursé una materia que marcó mi vida: Sociología de las Culturas Indígenas, que impartía el profesor Salomón Nahmad (hoy investigador del CIESAS-Pacífico Sur). Me convertí en su asidua seguidora y devoraba los textos de la bibliografía de su curso. Ante mi empeño, finalmente terminé siendo su asistente, con lo que logré mi ingreso como ayudante de profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, cuando aún era muy joven, apenas 22 años.
En esos años, el profesor Salomón fue nombrado Director General del Instituto Nacional Indigenista (INI), por lo que yo iba a las oficinas del INI (en avenida Revolución), con frecuencia. Allí conocí al abogado Genaro Domínguez Maldonado y a otros líderes indígenas de la época, que integraban el Consejo Nacional de Pueblos Indígenas (CNPI); proceso en el que las instancias gubernamentales como el INI estaban muy involucrados.
Años más tarde, en 1982, ya era investigadora en el Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo (CEESTEM), en la ciudad de México. Al mismo tiempo había incursionado al periodismo y colaboraba como columnista en el Diario Unomásuno, como pupila del reconocido periodista Miguel Ángel Granados Chapa.
En los primeros meses de 1983, el Dr. Iván Menéndez, coordinador de la Línea de Investigación sobre Movimientos Campesinos, del que yo era parte en el CEESTEM, organizó un seminario sobre el tema. Allí llegó El Jarocho con un nutrido número de campesinos, causando sorpresa en el espacio académico. Quienes hablaron, eran dirigentes indígenas que denunciaron un cuadro de despojo, violencia, amenazas y contubernio que sufrían de parte de autoridades del gobierno de Hidalgo y los intereses de los caciques regionales, que se habían apropiado de sus tierras y no querían entregarlas.
Al concluir la reunión, me acerqué a El Jarocho, le recordé nuestro fugaz encuentro en el INI con el profesor Salomón Nahmad, y le solicité su autorización para hacer una visita a la región, para documentar el problema. En el mes de junio, una colega y yo fuimos a Huejutla, Hidalgo, se preparaba una concentración a la que había convocado la Unión Regional de Ejidos y Comunidades de la Huasteca (URECH), cuya voz reconocida era la del señor Benito Hernández, de la comunidad nahua La Corrala, del municipio de Huejutla. A don Benito, tuve la oportunidad de hacerle una entrevista. Pude hablar también con otros dirigentes, como su hermano Margarito, entre otros. El temor a la violencia, la incertidumbre, pesaban en el ambiente. Era el México del Partido de Estado, el PRI; el despojo y desposesión de los territorios indígenas y la persecución de los liderazgos campesinos e indígenas, cuando estos se organizaban: era el clima de la época.
Me propuse asistir a la marcha del 12 de octubre de ese año, a la que ya había convocado El Jarocho, pero, en ese día la tristeza nos embargaba. Se había corrido la voz que, un día antes, el 11 de octubre de 1983, don Benito Hernández, había sido asesinado en Huejutla, porque, se decía, se negaba a devolver unas tierras que habían tomado; aunque el crimen no fue aclarado. Después de tan desafortunado acontecimiento, días después, lo homenajeé con una columna en su memoria, que publiqué en el Diario Unomásuno, con el título: “Benito Hernández: crónica de una muerte anunciada”.
Ya en los años noventa, con El Jarocho coincidimos en numerosos espacios. Entre 1990 y 1992, ambos participamos en la organización y movilizaciones en torno al Movimiento 500 Años de Resistencia Indígena, en protesta en contra de la celebración festiva que preparaban los gobiernos para festejar “El Encuentro de Dos Mundos”.
Un par de años después, entre 1994 y 1996, nos volvimos a encontrar en las mesas en torno al proceso de negociación con el EZLN, y formamos parte del grupo de apoyo en las contribuciones a los Acuerdos de San Andrés Larráinzar. La comunidad San Felipe Ecatepec fue una plataforma relevante para construir acuerdos. Allí se discutían documentos; también se realizó el “Primer Congreso Nacional Los indios con la mira puesta en el siglo XXI”, en donde, además, demandaron la salida de la policía de seguridad pública de la comunidad. En este contexto, con El Jarocho formamos parte de la constitución del Congreso Nacional Indígena (CNI), fundado el 12 de octubre de 1996, en una convergencia plural.
Ya en el siglo XXI, coincidimos en otras batallas, por lograr que los Acuerdos de San Andrés se materializaran, así como en reuniones para diseñar las nuevas agendas de los derechos indígenas. En los primeros meses de 2019, Genaro estuvo en Chiapas, en San Felipe, y me llamó por teléfono. Platicamos largo y quedamos de encontrarnos en físico, para continuar; pero las agendas se cruzaron y eso ya no fue posible, cosa que lamento. Y hoy, a dos años de su partida; desde esta dimensión, te digo, entrañable Jarocho, tenemos pendiente continuar con la conversación. Te abrazo.
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