Los reyes que se merecen
Entiendo que, desde una perspectiva política, la institución de la monarquía tenga poco interés en Latinoamérica, aunque los parlamentos que hoy se extienden en prácticamente todo el mundo tengan su origen en el viejo continente, en concreto la Gran Bretaña que sometió al monarca a sus decisiones. No resulta extraño, entonces, que en Europa la muerte de Isabel II resultara un acontecimiento, en especial por esa historia y por el prolongado mandato de una reina que resumía los valores de la extendida monarquía parlamentaria en otros países del mismo continente.
Además del interés que series como “The Crown” han despertado en el público mundial, en Latinoamérica también hay ciertos sectores que viven todavía envueltos en ciertos cuentos de princesas sin entender la trascendencia, o no, de las monarquías. Como ejemplo solo hay que recordar el ridículo de algún programa televisivo mexicano al guardar un minuto de silencio tras el fallecimiento de la mencionada reina Isabel II.
Pero dicho ello, hay que regresar al título de este artículo, puesto que decir “Los reyes que se merecen” está pensado para hablar de la monarquía hispánica hoy ocupada por la Casa de Borbón, una dinastía importada tras quedar sin nítidos sucesores la Casa de Habsburgo (Austria), y después de la derrota en la Guerra de Sucesión sufrida por la Corona de Aragón, en especial por Catalunya, quien se opuso a dicha casa noble francesa y apoyó a un representante de la Casa de Habsburgo.
Estudios históricos en Latinoamérica han abordado ampliamente las denominadas “Reformas borbónicas”, en muchos casos ensalzadas como desarrollo institucional del que sería Estado moderno, aunque se olvida fácilmente el carácter centralista de unos monarcas que no podían olvidar su origen francés. Pero más que de historia hoy quiero recordar a los dos últimos monarcas hispanos; uno en funciones y el otro convertido en emérito y desaparecido del territorio español. El primero, con su formación universitaria y militar, parece más influido por esta última, puesto que todas sus actitudes y discursos responden al rancio nacional catolicismo hispano que condensa, a la perfección, la academia militar española desde la dictadura de Francisco Franco. Este último, también, fue quien cedió el bastón de mando de su régimen totalitario al padre del actual rey: Juan Carlos I.
Este último rey, considerado el monarca “campechano”, por simpático y cercano a la población, y ensalzado por haberse convertido en eje de la llamada transición democrática española, ha emergido en la actualidad como un ladrón y acosador, por decir lo menos. La inmunidad de su investidura monárquica, con la permisividad y ocultamiento de todas sus fechorías por parte de políticos y jueces, hace que hoy en día siga en libertad sin responder a la cómplice justicia hispana. No ocurre lo mismo en otros países europeos que tienen iniciadas causas contra Juan Carlos I y, en algún caso, en breves fechas deben decidir si la inmunidad aplicada en España también lo protegerá fuera de sus fronteras, como sucederá en Gran Bretaña.
Una de sus amantes reconocidas, de las muchas que pagaron y ocultaron los servicios secretos españoles, la empresaria alemana Corinna Larsen presentó el pasado día 1 de noviembre un podcast titulado “Corinna and the King”. Un podcastdonde el rey emérito no sale bien parado y en el que, también, se retrata negativamente a las instituciones españolas encargadas de encubrir al monarca.
Se podrá alegar que se trata de una persona despechada, tal vez, pero ello no impide asegurar que las acusaciones contra el monarca son múltiples desde otros ámbitos europeos. Solo hay que revisar el libro El Rey al desnudo. Historia de un fraude, del destacado periodista de investigación, Ernesto Ekaizer, para cerciorarse de las connivencias políticas y de los medios de comunicación españoles para ocultar o censurar cualquier mención a los escándalos de la monarquía borbónica.
Las certezas mencionadas corroboran, lamentablemente, que hay Estados que no aprenden de sus continuos errores históricos, aquellos que los convirtieron, y lo siguen haciendo, en un hazmerreir mundial. Una situación que demuestra, a la vez, la incapacidad de la población española para ejercer una ciudadanía que no puede más que entenderse a través de su condición crítica. Un ejemplo para no seguir por países y ciudadanos, sin importar la forma de gobierno que configure su Estado.
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