La jaula burocrática
Desde hace varios meses, por no decir que durante todo el año, me he visto envuelto en múltiples trámites burocráticos. Unos propios de mis obligaciones laborales que, por reiterados y conocidos, no dejan de significar un esfuerzo que cada vez cuesta más de asumir. Si a ello se le agregan otras gestiones que incumben a distintas administraciones públicas, el año se ha convertido en un peregrinar por edificios y oficinas de distinta naturaleza: de las más modernas y tecnificadas, a las que recuerdan viejos tiempos en la forma de recibir documentos y atender a una ciudadanía siempre temerosa. Y utilizo este último adjetivo porque no creo que sea el único consciente, cuando se dirige a esas dependencias, de que no logrará su objetivo o, al menos, que solo llegará a su meta final si consigue superar varios obstáculos, ejemplificados en la supuesta falta de documentos o en cualquier insignificancia que ratifique quien tiene el control, el poder.
Optar por la paciencia es una buena decisión, no cabe duda, pero cuando se acumulan kilómetros de gestiones, y horas de colas y esperas resulta difícil no caer en un desasosiego no muy alejado de la ira. Tal vez es nuestro destino vivir esa realidad, aunque no resulta muy alentadora.
Hace más de 100 años que Max Weber, en su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo, ya nos habló de la “jaula de hierro” visualizada y construida desde la vida religiosa y extendida a los controles racionales de la conducta humana en sociedad. Una racionalización extensiva a las instituciones modernas como lo son las que dan vida al Estado y a las empresas. El diagnóstico sobre el futuro vislumbrado por Max Weber no era halagüeño para la libertad, un hecho representado perfectamente por la burocratización expresada en la metáfora de dicha “jaula de hierro”. Circunstancia reflejada en la literatura por distintas obras que situaron la dictadura burocrática como la camisa de fuerzas establecida para el control de la vida humana.
La jaula de hierro, más que racionalizadora, se ha convertido en una auténtica amenaza para la libertad humana y, tristemente, su existencia y representación parece que imposibilita enfrentarla, y siquiera reformarla. Así, se convierte en el mejor ejemplo de irracionalidad. Absurdidad que la burocracia refleja a la perfección en todas y cada una de las instituciones que, por desgracia, componen las instituciones estatales en cualquier lugar que nos toque vivir.
La pregunta es si existe una verdadera posibilidad de salir de esa realidad o si, como en otros momentos de la historia, el mundo se encamina a un reforzamiento de los mecanismos burocráticos y de control tan propios de los regímenes autoritarios. Una situación que, por desgracia, se vivió hace pocos meses durante la pandemia del Covid-19 para extender los mencionados dispositivos de control y que, por supuesto, crecen a costa de derechos y libertades ciudadanas.
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