Escatología compacta: un relato
Dentro de su amplia producción literaria, Enrique Serna, ha tocado una muy extensa diversidad de temas. Sin embargo, en sus tribulaciones cotidianas en la gran Ciudad de México destaca aquel cuento en que narra los obstáculos o penalidades con frecuencia exponen al ciudadano común a los desafíos e infortunios inimaginables.
Para empezar, las ciudades se han convertido en auténticos obstáculos para el tránsito libre de los transeúntes. A menudo hay que literalmente “torear” y más recientemente resulta un deporte extremo caminar por las calles mientras un motorista suicida pasa junto a nosotros a escasos milímetros de distancia.
Hace algún tiempo, tenía la mala fortuna de que me recordaran mi 10 de mayo y casi por lo regular se trataba de mujeres de quienes recibía no gardenias sino insultos. Como el covid-19 nos recluyó pudo recomponerse mi autoestima debido a ello, pero no albergo esperanzas de que los improperios continúen de vacaciones. En alguna ocasión, una mi ex-mujer de cuyo nombre no deseo acordarme, mientras salía del garaje vio que otro vehículo se acercaba temerariamente y, por suerte, la sensatez nos iluminó, de tal manera que le cedió el paso al conductor que observábamos llevaba algo de prisa. Para nuestra sorpresa una mujer era quien conducía el otro vehículo, cosa nada extraña y que no tiene nada de particular. Lo realmente inaudito fue que la señora nos persiguió por varias calles lanzando quién sabe cuántos improperios para que, al final de su persecución, descendiera del auto y retara a golpes a quien en ese momento me hizo creer de nuevo en las parejas. Aunque la situación no pasó de esos momentos incómodos, digamos, al menos en algo me reconfortó que ya no era el único a quien se la refrescaban.
Pero, también, las calles están hechas justamente para volvernos irreconocibles por lo salvaje en que nos convertimos detrás de un volante. Ante la masificación de autos que circulan por las calles y el hecho de que no están diseñadas para tal cantidad de vehículos, lo de menos son los insultos porque de ellos podemos reponernos en breve, no así de los accidentes debido a que pueden terminar por afectar a las personas, en ocasiones con lesiones graves o hasta la muerte.
Siempre me ha parecido un despropósito de grandes dimensiones el que arquitectos, urbanistas y no pocos políticos en turno decidan que lo mejor para la movilidad de las personas es hacerles puentes peatonales. Aparte de que se han convertido en genuinas jaulas para evitar acaso uno que otro suicida transite por ellos, los puentes peatonales no solamente son una aberración estética, sino una auténtica grosería para las personas. Siempre pensando en su majestad el vehículo automotor, los políticos en contubernio con los incapaces diseñadores de la ciudad terminan por sacrificar al ciudadano de a pie, cuando son los autos los que tendrían que “navegar” por las alturas que para eso pueden hacerlo sin mayores dificultades que un transeúnte.
Con la violencia, la estigmatización y el miedo a los pobres la ciudad se construye con fragmentos amurallados para evitar contaminarse. De vez en cuando paso por una calle donde se encuentra un señor que se dedica a vender elotes, pero ayer me costó trabajo encontrar su local hasta que vi unas personas que llevaban su suculento esquite. Me acerqué para preguntarles dónde se encontraba ahora el “elotero”, como él mismo se reconoce. Mi dificultad para encontrarlo es que había renovado la calle y unas vecinas le hicieron “grilla” porque, según ellas, manchaba la calle recién pavimentada.
El lugar donde vivo es un pequeño fraccionamiento rodeado de vegetación típica de cafetal, pero la vida en el campo siempre nos trae una convivencia con fauna intratable; de manera tal que, si vemos un mosquito, los primero que se nos ocurre es traer a los caza fantasmas para que rocíen veneno y desaparezcan de la faz de la tierra el importuno animal.
Sin embargo, creo que uno de los mayores retos es la convivencia con las mascotas. En espacios en que realmente nos sentimos vulnerables por la violencia criminal o por el ataque que podamos sufrir en nuestra propiedad o familia, pues resulta indispensable contar con alguna mascota que al menos cumpla las funciones de policía. Pero el problema es que los animales hacen caca como cualquier ser vivo y, ciertamente, nuestra convivencia con la mierda no es siempre muy agradable. De hecho, nuestros desechos no pueden ser invocados sin ruborizarnos y es algo que preferimos mantener oculto.
Aparte de todo esto, Serna también nos recuerda muy a propósito como las mascotas y especialmente los perros nos desplazan de los lugares que solíamos ocupar los humanos. Con la soberbia que nos caracteriza a las personas, no falta quien se desliza por parques y jardines paseando con su perro sin la indispensable correa porque “es muy tranquilo y amigable”. Pero apacible y todo lo que nos imaginamos de nuestras mascotas, padecer una mordida de nalga como le ocurrió a Serna no solamente no es agradable, sino que pone en riesgo nuestra integridad física.
Es verdad que algunos somos escasamente responsables con nuestras mascotas. Cuando todavía este país se poblaba de verde aun, que los perros y los gatos salieran a hacer sus necesidades al potrero no nos causaba mayor aflicción. Ahora que vivimos tan próximos unos con otros lo ideal sería que nos encargáramos más responsablemente de nuestras mascotas y recoger sus cacas, principalmente por una cuestión de salud pública y porque, también, causa problemas a nuestros vecinos.
En mi fraccionamiento tenemos algunas áreas verdes que últimamente se ha convertido en territorio minado de desechos perrunos. Esto, por supuesto, ha causado incomodidades entre los vecinos. Más aún, la persona encargada de chapear las áreas verdes se queja porque al pasar la desbrozadora termina literalmente salpicado de mierda de perro. Sin embargo, aun cuando la persona contratada no lo fue con el propósito de recoger cacas de animales, puede evitarse el salpicadero si se inspecciona el lugar primero, pero nadie en su sano juicio puede albergar acaso que nuestras áreas verdes se encuentren cual si fuese el césped del estadio de Wimbledon.
Una vecina visiblemente molesta nos recuerda que las áreas verdes no son el sanitario de perros sino un lugar para jugar, distraerse y descansar.
Aunque mi vecina tiene toda la razón, eso no es obstáculo para que nuestro empleado que hace la limpieza de las áreas verdes tenga más cuidado. Pero resulta que, independientemente de las responsabilidades que nos corresponden por nuestras mascotas, ningún lugar puede estar exento de este tipo de contrariedades.
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