De redes sociales y polarización
Desde que Elon Musk compró Twitter, han habido varias semanas de noticias y especulaciones sobre esta red social. El hombre más rico del mundo se ha hecho con un juguete más para su colección, para garantizar «la libertad de expresión», según él. Pues da un poco de miedo. Un tipo que viene rico de cuna, que quiere aumentar el horario laboral, que está probando la posibilidad de que haya viajes a Marte para salvarse del desastre ecológico, que tiene un ego y una falta de empatía inmensas. Un ultraliberal, bastante misógino, con demasiado poder.
Musk, a golpe de titulares o de tweets, puede transformar economías, hacer caer empresas, divisas o países. En realidad es un trol peligroso. Hace unos años, cuando su compañía de autos eléctricos Tesla estaba escasa de materias primas, insinuó que habría que forzar a Bolivia a liberalizar su mercado. El país andino es el que tiene las mayores reservas de litio del mundo (un 25%), mineral fundamental para las baterías de cualquier dispositivo electrónico. A los pocos meses se produjo un golpe de Estado en Bolivia. ¿Casualidad? Puede ser.
La llegada de la ultraderechista Áñez al poder vino acompañada de una invasión en las redes sociales y los medios de comunicación de ataques al gobierno de izquierdas, con un intento de polarizar a la sociedad. Igual que pasó en Brasil, con el ataque a Lula y la elección de Bolsonario hace unos años. Igual puede seguir pasando en más lugares.
Porque las redes sociales más usadas crean polarización para sacar beneficios. Facebook y Twitter han dado rienda suelta a las noticias falsas, las exageraciones, la culpabilización, el discurso de odio, el individualismo, el «si no estás conmigo estás contra mí». Viven de ello. Son plataformas centralizadas, que no son la «plaza del pueblo» ni les interesa la democracia, solamente engordar sus cuentas de resultados, hacerse más ricos y poder escapar a otro planeta, dejando a la humanidad que se queme.
Pero hay muchas otras redes sociales, descentralizadas, más igualitarias. Porque no son las afinidades en cámaras de eco (espacios donde solo se comparten opiniones para reafirmar el sesgo del grupo) las que crean polarización, como demostró un sociólogo recientemente: «Las dos plataformas han construido su fortuna mediante algoritmos que han priorizado los mensajes de odio y la polarización».
Es el capitalismo digital, que vive de nuestros datos, de nuestra permanencia en esas plataformas, para robarnos nuestra privacidad, y hacer cálculos masivos de tendencias y vender o influir. A esto hay que sumar el gran gasto energético y la contaminación que generan las grandes plataformas tecnológicas para prolongar su modelo de negocio.
Como leí en un artículo, medio en chiste medio en serio, decía: “Me gusta imaginar que nuestros dirigentes se debaten entre la alarma y la congoja, aterrorizados ante la posibilidad de enfrentarse a miles, a decenas de miles, a millones de extuiteros ansiosos por quemarlo todo pero sin una red donde distraerse y matar el tiempo”. Quizás el que se acabe Twitter sirva para que se active la calle, el barrio, la cooperativa, el colectivo, el sindicato. Que hagamos algo más que usar las redes sociales.
Y si no, pensemos en alternativas viables, ecológicas, saludables.
Vivimos tiempos de zozobra social, política y ambiental. Y recordemos que podemos elegir.
Nos vemos por acá. Salud!
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