¿Qué es un diálogo filosófico?
¿Qué es un diálogo filosófico? Si revisamos la obra platónica, sobre todo la de la juventud y la madurez, probablemente nos demos una idea. Ahí podemos leer y experimentar cómo Sócrates abordaba a sus interlocutores para hacerles preguntas sobre su oficio o temas diversos y cómo, al responder éstos, paulatinamente hacían replanteamientos sobre lo dicho inicialmente. Sin embargo, además de una revisión a los textos platónicos, consideramos que no está de más volver los pasos y exponer brevemente una definición sobre el diálogo (o la conversación) en general, algunas clasificaciones sobre sus tipos y las características principales del propiamente filosófico.
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Empecemos por lo más elemental, la definición sobre el diálogo que nos ofrece el Diccionario de la Real Academia Española (RAE). Dice: “Plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos”. O, también, una definición más elaborada: “¿Qué es la conversación? Todos pensamos sin duda en un proceso que se da entre dos personas y que, pese a su amplitud y su posible inconclusión, posee no obstante su propia unidad y armonía. La conversación deja siempre una huella en nosotros. Lo que hace que algo sea una conversación no es el hecho de habernos enseñado algo nuevo, sino que hayamos encontrado en el otro algo que no habíamos encontrado aún en nuestra experiencia del mundo” (H-G. Gadamer, Verdad y método II, Sígueme, Salamanca, 2000, pp, 203-210). No obstante la participación de dos o más personas y la manifestación alternada de ideas y sentimientos, el diálogo o la conversación, se caracteriza fundamentalmente por su inconclusión, unidad y armonía. Después de esta definición que nos ofrece nuestro autor, plantea cuatro formas de diálogo auténticas: el pedagógico, la negociación, el terapéutico y la conversación familiar.
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A partir de aquí, podemos traer a cuenta otra clasificación sobre los tipos de diálogo, de acuerdo a los fines que se persiguen y el contexto en que se realizan: charla, negociación, disputa personal, debate, discusión crítica y debate racional (Gabriela Hernández y Gabriela Rodríguez, Lógica ¿para qué?, Pearson educación, México, 2009, pp, 284-295). Las características principales de la charla son la interacción, la convivencia o el conocimiento con otras personas. Las de la negociación son los acuerdos y, eventualmente, la toma de decisiones. En este tipo de diálogo, la negociación, a diferencia del anterior, se apela a razonamientos y argumentos. Si se procede con amenazas, estamos más cerca de un chantaje o una imposición.
La disputa personal se caracteriza por el uso de todo tipo recursos, legítimos o ilegítimos, no hay reglas y el propósito es ganar al oponente a toda costa. El Debate se distingue primordialmente porque hay reglas de procedimiento y porque hay un planteamiento de una cuestión discutible. La discusión crítica “se funda en el intercambio de ideas o puntos de vista con diversos objetivos. Uno de ellos es analizar un problema y encontrarle una respuesta racional. No se trata entonces de destruir al oponente o de ganar la discusión, sino de encontrar una respuesta satisfactoria para la mayor parte de los interlocutores apoyada en argumentos racionales con base en el análisis del problema, partiendo de una base teórica común. En la medida que se avanza en el diálogo, las opiniones de los participantes se pueden ir modificando a la luz de nuevos argumentos. En este tipo de diálogo pudiera decirse que todos ganan, en el sentido de que todos van enriqueciendo sus conocimientos en la medida en que éstos se han ido cuestionando, analizando y precisando con las aportaciones de todos los dialogantes” (p, 287).
Por último, el debate racional, al igual que la discusión crítica, se caracteriza por el establecimiento y respeto de reglas procedimentales, en la que los oponentes defienden tesis opuestas, por medio del intercambio de razones y argumentos. “En este intercambio de razones, cada uno de los participantes se compromete a cooperar con su interlocutor para defender las tesis más consistentes, escuchándolo atentamente, respetando su turno para hablar y su opinión, evitando las agresiones verbales y la apelación deliberada a malos argumentos o falacias…” (p, 288). Algunas de las reglas del debate racional son: plantear interrogantes pertinentes, justificar el uso de los términos o palabras, definir y expresar las ideas con claridad. El desarrollo de un debate puede tener algunas etapas: apertura, confrontación, argumentación y clausura.
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Si consideramos al diálogo y la conversación como sinónimos, como dos términos distintos que se refieren a la misma cuestión, una clasificación más se refiere a los tipos de conversación: “platicar acercador”, charla, intercambio cognoscitivo, entrevista, negociación y reflexión. El primero se concibe como una pre-conversación, los cuatro siguientes, como conversación en tanto que tal y el sexto como meta-conversación. (Carlos Pereda, Conversar es humano, El Colegio Nacional/FCE, México, 1991, pp, 154-164). El “platicar acercador” es prácticamente el inicio para establecer algún vínculo y se puede considerar cualquier tema. Es para “romper el hielo” y puede proseguirse de tres maneras: “acercamientos momentáneos”, “acercamientos prólogos” y “acercamientos estratégicos”. La primera es algo meramente casual sin mayor trascendencia; la segunda manera puede ser casual o no y puede pasar a una plática más sustantiva o no; y, en la tercera, hay pláticas intencionadas que se establecen como paso previo a la charla y “el intercambio informativo con algún grado de complejidad” (p, 155).
Las charlas pueden clasificarse por su formas: la primitiva y las derivadas; el intercambio cognoscitivo, se pueden dividir en conversaciones elementales y complejas; la entrevista, en privada y pública; y, la negociación, se distingue, ante todo, de un diálogo colaborador.
En la conversación reflexiva (o con reflexión) puede aparecer algunas veces “la necesaria meditación para recobrarse el agente como autor de sus pensamientos y sus actos; otras, como la pausa en medio del camino, que permite contemplar lo ya andado, y así, repensar en qué medida debemos proseguir el mismo rumbo, modificarlo o, en último término, cambiarlo” (p, 160). Este tipo de conversación puede hacerse a solas o no, sobre asuntos íntimos o problemas públicos y objetivos.
Hay dos preguntas que pueden suscitar una conversación reflexiva: “¿Cuáles son los presupuestos (…) de lo hecho, lo vivido, lo conversado…? ¿Qué pasa con nosotros, o simplemente conmigo, si ciertos hechos, ciertas vivencias, ciertas conversaciones… son el caso?” (p, 161). De igual manera, hay dos dimensiones, con tres componentes cada una. En la primera, hay un componente personalizador (“Conversar con los otros es reconocerlos como personas”), otro informativo (“Informar es transmitir un mensaje”) y un argumentativo (“Argumentar procura resolver –o disolver– un problema introduciendo propuestas de solución –o disolución– y defensas y ataques a estas propuestas”); en la segunda, están estos mismos componentes, pero en su aspecto negativo: una intención despersonalizadora (donde se nos confunde, confundimos y nos confundimos), desinformativa (donde hay verdades y falsedades) o pseudoargumentativa (procesos de razonamiento falaces).
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Como podrá advertirse, en las dos clasificaciones expuestas, no aparece la expresión “diálogo filosófico”. Sin embargo, si recuperamos las características de la discusión crítica y el debate racional, de la primera; y, las de la conversación reflexiva, de la segunda, también podemos advertir que este tipo de diálogos son los propiamente filosóficos.
En un artículo, publicado en la página web Centro de Filosofía para niños, su autor nos habla, entre otras cuestiones, sobre una manera de entender el diálogo, principalmente en los espacios escolares y las características específicas del diálogo filosófico (Félix García Moriyon, “La necesidad del diálogo filosófico en todas las materias”, 2006, http://filosofiaparaninos.org/la-necesidad-del-dialogo-filosofico-en-todas-las-materias/ ).
Más allá de la instrucción, los procesos centrados en la escritura y la repetición de la información proporcionada por el docente o los textos, la enseñanza dialógica, destaca el autor, se caracteriza por su carácter colectivo, la reciprocidad, el apoyo mutuo, la dimensión acumulativa del aprendizaje y el cumplimiento de los propósitos educativos y formativos.
En cuanto al diálogo filosófico, concretamente, advierte: “El diálogo filosófico se centra (…) en los conceptos más generales y básicos de cada una de las áreas (científicas), esos que constantemente son utilizados, aunque sólo muy de vez en cuando son puestos en cuestión por los que hacen ciencia”. Y, más adelante, señala: “El diálogo filosófico se plantea como objetivo fundamental la calidad y el rigor tanto en el uso del lenguaje, esto es, la claridad de los conceptos que utilizamos, como en el rigor en el proceso de argumentación, exigiendo en todo momento que nada sea aceptado como válido si no está apoyado en buenas razones y en sólidas evidencias. De ahí que el diálogo filosófico se centre con frecuencia en una reflexión sobre la validez y fiabilidad de los métodos empleados en cada una de las áreas de conocimiento”.
Y, termina: “Por último, el diálogo filosófico se centra en conceptos y temas que, por su carácter intrínseco relacionado con el hecho de ser conceptos fundamentales, están abiertos a una permanente revisión y contrastación. Es decir, se trata de un tipo de diálogo en el que siempre son posibles enfoques alternativos y toda respuesta está abierta a la revisión posterior en la que puedan ser rechazados o sustituidos por conceptos y teorías más adecuados”. Esos conceptos y temas fundamentales, además de ser relativos a las áreas de conocimiento, agregamos nosotros, se encuentran en nuestro mundo entorno, en la vida cotidiana.
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A manera de complemento a los expuesto en los últimos párrafos, y para ir cerrando, volvemos a una parte de lo dicho al inicio: “La conversación deja siempre una huella en nosotros. Lo que hace que algo sea una conversación no es el hecho de habernos enseñado algo nuevo, sino que hayamos encontrado en el otro algo que no habíamos encontrado aún en nuestra experiencia del mundo”.
Más allá de la violencia física o verbal que predomina a la época actual, de imposiciones y acatamientos en prácticamente todos los ámbitos de la vida; más allá de una charla casual, de un mero intercambio de información, de posibles acuerdos, el diálogo filosófico es una posibilidad de replantear nuestras ideas y creencias sobre el mundo, las cosas y las personas, de reconsiderar nuestras apreciaciones; es la posibilidad de desarrollar la capacidad de escucha y de aceptar que el otro puede tener la razón. En pocas palabras, el diálogo filosófico, concluimos, puede ser una oportunidad para que en el espacio familiar, laboral, escolar, mercantil y en la plaza pública podamos, a través de argumentos y una actitud razonable, construir otros mundos posibles…
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