Hombres mal hechos

Casa de citas/ 614

Hombres mal hechos

Héctor Cortés Mandujano

 

He leído la poesía total y el teatro completo de Bertolt Brecht; también sus escritos de periodismo y novela; ahora leo, en uno de mis lectores electrónicos, el primer tomo de sus Relatos 1913-1927 (1967, con traducción de Juan S. del Solar).

Dice en “Bargan se desentiende. Una historia de filibusteros”, cuando el capitán revisa sus huestes y se detiene ante uno de sus compinches (p. 25): “En el fondo de esos ojos había traición, mucosidades y pescados podridos”.

Más adelante, en ese mismo relato apunta (p. 29): “El río parecía un ojo que, por distintas razones, se iba oscureciendo progresivamente, como sucede en el amor siempre que el delirio se aproxima”.

En “Un hombre ruin”, un tipo sigue a una mujer hasta su casa, irrumpe y la halla cenando. Le dice (p. 81): “La amo. Pero acabe de cenar tranquilamente. Yo ya he comido. […] Es usted viuda, de modo que alguien se ha alzado ya con lo mejorcito. Pero aún quedará algo y yo sabré sacarle partido”.

Un hombre conduce a alta velocidad, en “Barbara” (sin acento), y dice a su amigo copiloto (p. 172): “Los hombres estaban mal hechos. (Tenían) un fallo de construcción como el de ciertos vehículos no sometidos a ninguna prueba y que algunas empresas lanzan al mercado con demasiada rapidez, tapando las deficiencias con una preciosa carrocería de aluminio”.

 

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Leo Las creaciones de la existencia (Trillas, 1976), del científico mexicano, desaparecido misteriosamente, Jacobo Grinberg Zylberbaum.

El libro está dividido en Cuentos y Comentarios, aunque en ambos hay ocasión de notar la inteligente maquinaria de pensar de Grinberg. Unas notas para ti lector, lectora.

Dice uno de sus personajes en “El monasterio” (p. 28): “Cada uno de tus cambios es una expansión de tu conciencia; en cada una de ellas, el universo es comprendido por ti en forma diferente”; dice en el mismo cuento, más adelante: “Cuando se logra comprender todo un universo se pasa a otro; ya no se puede permanecer en el mismo”.

Escribe en “El viaje” (p. 31): “Una persona sólo es una forma que se mueve; cuando habla, mueve la boca y sus palabras son lo que son para mí. Yo soy el que da el merecimiento, sólo yo. […] Ser inteligente es un don fantasmal, incuestionable en su carácter etéreo y mágico; si dicen que lo eres, te lo están asignando, y ¡ya!”.

En “El diálogo”, un hombre habla con la lluvia, con Dios (p. 45): “La cuestión, tal como yo la veo, es la siguiente: me has tratado de mostrar que existes fuera de mí mismo y crees que con tus rayos y truenos me vas a convencer. Estás completamente equivocado, sólo eres parte de mí mismo […] No trataré de convertirme en ti, pero tú tampoco te convertirás en mí. […] Había aceptado la existencia de Dios y al mismo tiempo la existencia del hombre como Dios. El diálogo había comenzado”.

En los comentarios ya no hay la ficción (aunque los cuentos apenas tienen trama, son vehículos más bien de pensamientos, como se puede notar con las citas), sino directamente opiniones. Dice en “De la estabilidad del mundo” (p. 53): “El hecho de que estemos construidos como lo estamos, hace que veamos el universo como lo hacemos. Pero el universo en sí, no es estable ni inestable, somos nosotros los que construimos esas categorías”.

Dice en “De la creación de los opuestos” (p. 56): “Por universo, compréndase bien, no se entiende aquello que la física considera como tal, sino más bien el universo vivencial. En estos términos no es en la vivencia auténtica donde se crea el opuesto sino más bien en el pensamiento acerca de la vivencia”.

El aprendizaje no es una novedad dice en “Del aprender como confirmación” (p. 58): “El aprendizaje no consiste en acumular nueva información, sino en reconocer como propia la ya almacenada”.

Dice en “De la expresión” (p. 67): “La intuición, como la vivencia y la emoción, no puede ser transmitida. Cuando se pretende reducirla a comunicación verbal y se expresa, no es lo que es. Lo que es no puede ser expresado, lo que sí puede serlo es sólo su apariencia”. Cita en este texto a Lao Tse: “El tao que puede ser expresado/ no es el verdadero tao./ El nombre que se le puede dar/ no es su verdadero nombre”.

En “Del pasado” escribe (p. 79): “El viaje al pasado es una realidad que ocurre cuando soy capaz de recordar que todo está en mí”.

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Japón antiguo (Ediciones Culturales Internacionales, 2001), de Jonathan Norton y los redactores de libros Time-Life, abarca de la época arcaica hasta cuando Japón se abrió al mundo, en 1853.

El libro, enciclopédico y bello, está lleno de fotografías, pinturas, ilustraciones (es un tomo de Las grandes épocas de la humanidad). Cita (p. 36) “el Libro de la almohada, escrito por Sei Shonagon, muchacha alegre y observadora que nació por el año 966 y llegó a ser camarera de la emperatriz Sadako”; explica Shonagon en ese libro que (p. 38) “es importante que un amante sepa cómo decir adiós. […] El éxito de un amante depende en verdad en gran medida de su método de partir”.

Habla, por supuesto de los samuráis (p. 57): “ ‘Samurai’ quiere decir ‘el que sirve’, y los samuráis eran soldados que servían a jefes personales… […] Se suponía que nada había de entremeterse en esta devoción, ni el amor a la esposa y a los hijos ni el deber hacia los propios padres”. Dentro de sus rituales (p. 70): “Una vez terminada la lucha, el samurai victorioso tenía la costumbre de elogiar el valor de su oponente derrotado antes de cortarle la cabeza. Una cortesía iba más allá de la propia muerte: antes de la batalla, el samurai quemaba incienso en su casco de manera que, en caso de ser decapitado, su cabeza oliera bien”.

La guerra intestina fue cruenta: incendiaron los templos budistas, mataron a los monjes bonzos, crucificaron a jesuitas. Nobunaga, un feroz asesino (p. 140), “levantó una muralla en torno a un bastión obstinado, prendió fuego a toda la zona rodeada por el muro y quemó a 20.000 personas que habían buscado refugio allí”.

A Nobunaga lo mataron y, aunque hay varias versiones sobre su muerte, se concluye que de él (p. 143) “no quedó ni el más pequeño cabello que no fuera reducido a polvo y cenizas”.

A la par de ese salvajismo, floreció la enorme, bella y diversa cultura japonesa.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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