Giorgia Meloni no camina sola en Europa
El pasado sábado, 22 de octubre, la líder del partido Hermanos de Italia se convirtió en la primera mujer que encabece un gobierno italiano desde que el país se convirtió en República. Lo que podría ser un hecho loable desde la perspectiva de la equidad de género queda opacado, por supuesto, por la ideología de la flamante primera ministra nacida en Roma. Giorgia Meloni es, como otras figuras políticas emergentes o de largo recorrido político, una representante de la denominada ultraderecha europea. Un conglomerado de partidos en diversos países que no cuentan con claridad ideológica compartida, más allá del odio y frontal oposición a la inmigración, especialmente a la procedente del continente africano o a los señalados por profesar el Islam.
Meloni no ha tenido empacho en considerarse admiradora de Benito Mussolini, constructor y líder del populista movimiento político que ha pasado a la historia como fascismo. Una deplorable noticia para un continente que se ha jactado demasiado de ser la cuna de la democracia y las libertades civiles, aunque en realidad sus prácticas coloniales y las políticas en los distintos países demuestren lo dudoso de unas afirmaciones más rimbombantes que reales.
En tal panorama Giorgia Meloni se une a otros gobiernos que con el mismo signo político ya ejercen como gobierno en Europa. Los casos actuales son los de Hungría y Polonia, aunque en la recámara se encuentran distintas formaciones políticas en países de la Unión Europea como sucede en Suecia, Francia, Austria o España.
Ya en otro artículo publicado en estas mismas páginas, a principios del año 2019, hablé del movimiento ultraderechista con sede en Bélgica y encabezado por Stephen Bannon, el que fuera operador de la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Bannon se convirtió en un interlocutor y condensador de esas distintas sensibilidades conservadoras que destacan por su ultranacionalismo xenófobo. Movimiento que no ha quedado acotado a Europa, por supuesto, y un buen ejemplo se ha tenido en Brasil con la elección y gobierno consecuente de Jair Messias Bolsonaro en Brasil, el militar retirado.
La prolongada crisis económica en el mundo, agravada en Europa por la guerra entre Rusia y Ucrania, ha provocado que el alardeado presente y futuro de bienestar europeo parezca diluirse o posponerse a un largo plazo difícilmente aceptado por buena parte de su población. A lo anterior deben unirse las erráticas y poco atinadas medidas políticas y sociales de la Unión Europea y de los distintos países del continente. Una realidad que, con toda lógica, facilita las reacciones más emocionales respecto a las medidas destinadas a solventar la crisis. Buen caldo de cultivo para una ultraderecha que, sin ofrecer soluciones, solo critica la destrucción de la soberanía por la debilidad de la nación; un Estado nacional visualizado como acorralado por la invasión de personas ajenas a Europa.
Como mencioné, Giorgia Meloni no está sola en Europa y mucho menos en el intento de construir un grupo neofascista en todo el continente bajo la intermediación de Stephen Bannon, recientemente condenado a cuatro meses de prisión por desacato al Congreso estadounidense. Esta noticia, junto a la crisis europea, se une a la debilidad ideológica y el pobre contenido de los análisis de los partidos que representan esa opción política. Habrá que desear que ello abra un espacio para otras formas de repensar el mundo futuro y la política que lo sostenga, porque de lo contrario el panorama europeo y de los otros continentes no resultará muy halagüeño.
Imre Kertész, el premio nobel de literatura (2002), nació y murió en Hungría, aunque su fallecimiento ocurrió en un país gobernado por un ultranacionalista xenófobo como lo es Viktor Orbán. El novelista, que había sufrido en carne propia los campos de concentración nazis, era consciente de la crisis política que se vivía a finales del siglo XX: “Es un momento en que, según parece, la democracia se ha vuelto problemática incluso en los países que cuentan con una larga tradición democrática. Es evidente que la democracia no puede o no quiere estar a la altura del sistema de valores construido por ella misma […]”.[1] Tal vez reflexionar sobre las palabras de Imre Kertész sería un buen punto de partida para no allanar con tanta facilidad, como lo parece, el camino a propuestas políticas que, bajo el amparo de la emocional xenofobia, representan un combate frontal a los pocos o muchos derechos y libertades civiles logrados en la reciente historia humana.
[1] Kertész, Imre (2002). Un instante de silencio en el paredón. El holocausto como cultura, Barcelona: Herder.
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