El saldo de la belleza
Casa de citas/ 612
El saldo de la belleza
Héctor Cortés Mandujano
Leo, en uno de mis lectores electrónicos, los Siete cuentos morales (2018), de J. M. Coetzee, con traducción de Elena Marengo, en los que la protagonista es una vieja conocida, porque es parte de varios libros anteriores de este sudafricano ganador del Premio Nobel de Literatura y, digamos, su alter ego: Elizabeh Costello.
En “Una mujer que envejece” ella se queja ante su hijo y éste lo trata con condescendencia. Explota la Costello: “Me expreso con palabras y todos estamos hartos ya de palabras. La única manera de probar que uno habla en serio es eliminarse, lanzarse sobre la espada, levantarse la tapa de los sesos. […] Soy demasiado vieja para hablar en serio. Te matas a los veinte y es una pérdida trágica. Te matas a los cuarenta y es un comentario repulsivo sobre la época. Pero te matas a los setenta y la gente dice: ‘Pobrecita. Seguro que tenía cáncer’ ”.
Tiene argumentos para todo. Dice sobre la fealdad y su contraria: “Lo que el vino deja como saldo, con tu perdón, es la orina; ¿cuál es el saldo de la belleza?”.
Su hijo también da replica sobre otro tema: “Yo no diría que el deseo implica talento. […] El deseo puede hacer que quieras ascender una montaña, pero no te lleva a la cumbre”.
Dice la Costello en otro cuento (“La anciana y los gatos”): “No hay objetos invisibles a la percepción. […] La invisibilidad no es una cualidad del objeto. Es una capacidad o incapacidad del observador. Decimos que el alma es invisible si no podemos verla. Y eso dice algo sobre nosotros, no dice nada sobre el alma”.
Elizabeth Costello es una apasionada defensora de los animales, en todos los libros en que Cotzee la ha puesto como personaje. Dice aquí: “Había un programa en la televisión sobre la crianza intensiva de los animales. […] En el programa mostraban un criadero de pollos, un lugar donde fecundan huevos, los incuban e identifican el sexo de los pollitos recién nacidos.
“El sistema funciona así. Al segundo día de vida, apenas los pollitos pueden sostenerse sobre sus patitas, los colocan sobre una cinta transportadora que los hace pasar lentamente frente a unos empleados encargados de examinar sus órganos sexuales. Si eres un animalito de sexo femenino, te transfieren a una caja que se envía a la planta de ponedoras. Si eres del sexo masculino, te devuelven a la cinta. Al final de la cinta, te dejan caer por una tolva al fondo de la cual hay un par de ruedas dentadas que te trituran hasta transformarte en una pasta que luego se esteriliza y se emplea como alimento de ganado o como fertilizante”.
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Dice Raquel Tibol, en Historia general del arte mexicano. Época moderna y contemporánea, tomo II (Hermes, 1981), en el apartado donde analiza la vida y la obra de los tres muralistas mexicanos, Orozco, Rivera y Siqueiros (p. 252): “En 1917, no encontrando en México una acogida favorable, Orozco decide irse a los Estados Unidos. Al cruzar la frontera las autoridades opinan que sus pinturas eran pornográficas y sólo le permitieron pasar destruyendo previamente unos sesenta dibujos y acuarelas”.
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En mi otro lector, donde sí puedo poner número de páginas, leo Sobre la escritura (1985), de F. Scott Fitzgerald (selección de Larry W. Phillips), que es un conjunto de citas y fragmentos de libros, con traducción de Pablo Sauras.
En uno de los fragmentos narrativos, dice Fitzgerald (p. 20): “Schwarz me miró como quien mira a un jurado:
“—Ahí tienes a un escritor –dijo–. Lo sabe todo y al mismo tiempo no sabe nada.
“Un escritor no es exactamente una persona. Cuando tiene talento, es muchas personas que se esfuerzan por ser una sola.”
Dice también (p. 23): “Las buenas historias se escriben solas. Las malas hay que escribirlas”.
Sobre el lenguaje usado en una narración opina (p. 27): “No debes nunca utilizar una palabra rara a menos que hayas tenido que buscarla para expresar un matiz sutil”.
A veces contar un asunto menor lleva muchas páginas; en otras, sólo unas líneas (p. 29): “Te podría nombrar un montón de libros donde el autor despacha el acontecimiento principal, en torno al cual gira todo, en apenas cuatro o cinco frases”.
Escribe a su hijo (p. 30): “No quiero que abandones las matemáticas el año que viene. Yo aprendí cosas sobre la escritura haciendo algo que no me gustaba nada”.
No se escribe a partir de la nada, se aprende a escribir leyendo (p. 31): “Me considero, en literatura, un ladrón profesional que busca ávidamente las mejores técnicas de todos y cada uno de los escritores de su generación” (y habla de B. Shaw, Wilde, Conrad, Chesterton, Hemingway, etcétera).
Generalmente el escritor de novelas llega a sentir sus personajes como reales (p. 36): “Llevo tanto tiempo viviendo en este libro y con estos personajes que a menudo tengo la impresión de que el mundo real no existe, de que sólo existen ellos”.
Un bonito y cierto juego de palabras (p. 38): “Uno no escribe porque tenga que decir algo, sino porque tiene algo que decir”.
Los libros son síntesis (p. 46): “Lo que he suprimido –física y emocionalmente– de El gran Gatsby daría para otra novela”.
Dice sobre lo más importante de vivir (p. 52): “Decidí jugar al futbol, fumar, ir a la universidad, hacer todo tipo de cosas superfluas que nada tenían que ver con lo esencial de la vida: Saber combinar bien las descripciones y los diálogos en un cuento”.
Relata que escribió muchos cuentos y trató de publicarlos. Uso el rechazo como acicate (p. 53): “Tenía ciento veintidós notas de rechazo clavadas a modo de friso en las paredes de mi cuarto”.
Estaba bloqueado en lo que estaba escribiendo y preguntó a un viejo (p. 61): “—Tío Bob, cuando las cosas van tan mal que parece que no hay salida, ¿qué es lo que haces?
“—Cuando las cosas me van así de mal, señor Fitzgerald –dijo–, me dedico a trabajar”.
Último consejo (p. 64): “Para tener algo que decir hay que pasar noches en vela y atormentarse y buscar continuamente estímulos. Hay que afanarse sin descanso para descubrir la verdad esencial”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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