Dejarse consentir
La familia de doña Linda se había dado cita en su domicilio para festejar su cumpleaños. La reunión era a la hora de la comida. Ese día doña Linda se había levantado más temprano que de costumbre para ir al mercado a comprar los ingredientes para hacer la comida, normalmente preparaba de dos a tres platillos en su cumpleaños. Esta ocasión había elegido cocinar costillitas de puerco fritas, patitas de puerco envinagradas y sopa de arroz. Se acordó que a sus hijos Pedro y Adolfo les gustaban las costillitas, a sus hijas Marina y Julia las patitas de puerco. Y de postre se animaría a hacer flan napolitano, era el favorito de Lucia, Rogelio, Antonia y Esther, sus nietas y nieto. Por la bebida no se preocupó, Adolfo había ofrecido en llevar aguas de jamaica y horchata.
A la hora que comenzaron a llegar sus familiares la mesa ya estaba bellamente decorada, el mantel de fiesta, los tapetes rojos y un ramillete de margaritas amarillas al centro de la mesa. Esas flores eran las que más le gustaban a doña Linda, le recordaba las veces que su papá le regalaba flores cuando cumplía años de niña.
El rostro de la cumpleañera se mostraba contento, se sentía cansada pero el tener a su familia en casa le hacía sentir que el esfuerzo valía la pena. Una vez reunida la familia fueron tomando sus lugares en la mesa. Doña Linda estaba en la cocina, como siempre, atenta al servicio de la comida, las aguas, las servilletas…
—¡Mamá, por favor, ve a sentarte! Hoy es tu cumpleaños, te servimos nosotros —dijo Adolfo que estaba llenando las jarras con aguas de sabores.
—Ay hijo, sabes que lo hago con gusto, no me sé estar quieta. A ver déjame ayudarte.
—Ya trabajaste demasiado, cada cumpleaños te empeñas en cocinar tú y no disfrutas de la celebración, hasta el postre hiciste.
Mientras Adolfo y doña Linda estaban en esos comentarios, Lucia, la más pequeña de sus nietas, de seis años, se acercó a la cocina. Quería mostrarle a su abuelita el regalo que le tenía, era un dibujo con flores amarillas, sabía que eran sus favoritas. Ninguno de los dos se percató que Lucia los estaba escuchando, guardó silencio y se regresó a la mesa con su regalo. Se sentó y pensó que se lo daría al terminar de comer.
Doña Linda y Adolfo regresaron con jarras y vasos que comenzaron a repartir. Toda la familia se sentó y degustaron la comida. Al terminar, doña Linda se levantó para ir por el postre. Lucia la observó atenta y fue tras ella. Cuando la abuelita se dio cuenta de su presencia, le preguntó si ya quería postre. Lucia dijo que no, solo quería entregarle su regalo. Doña Linda hizo una pausa y tomó con mucha delicadeza el sobre, dentro estaba el dibujo de Lucia. Le agradeció tan bello regalo y la abrazó. Lucia le correspondió y le dijo que lo había hecho con mucho amor. Y agregó,
—Abuelita Linda, ¿por qué no te gusta dejarte consentir?
El rostro de doña Linda mostró asombro y se quedó sin poder responder pronto. Balbuceó un poco antes de emitir alguna palabra.
—Mmm, ¿qué es lo que dices Luci?
—Es tu cumpleaños y no has descansado, ven te vamos a cantar las mañanitas —le extendió la mano y doña Linda correspondió el gesto y la tomó, mientras en la otra mano sostenía el regalo del dibujo. Linda la condujo de regreso al comedor.
—¿Mami de nuevo en la cocina? Yo voy por el postre y los platos —comentó Marina quien se apresuró a la cocina. No tardó en regresar con el flan y con la velita para colocarla al centro.
Mientras la familia entonaba las mañanitas, en la mente de doña Linda resonaba la frase, dejarse consentir, qué significaba eso. Ella siempre era la que consentía, la que servía a los demás, a su familia, eso la hacía sentir bien, así la habían educado, pero… lo que Lucia había dicho la había conmovido, porque en el fondo sabía que tenía razón. Sus ojos se llenaron de lágrimas, justo en el momento que toda su familia aplaudía y la felicitaba. Quizá no era tarde para permitirse dejarse consentir… se lo merecía.
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