Porrazo de lumbre

Casa de citas/ 609

Porrazo de lumbre

Héctor Cortés Mandujano

 

En el voluminoso y entretenido Borges, de Adolfo Bioy Casares, se habla mal de Don Segundo Sombra. Por tantas descalificaciones de Borges (que habla bien de Güiraldes, a quien su mamá adoraba, pero pésimo del libro que ganó –tal vez de allí tanta inquina– el Premio Nacional de Argentina, en 1926) y Bioy, decido leerlo de nuevo (mi ejemplar es de Editora Nacional, 1978). Me gusta otra vez, quizás porque la historia, desarrollada en el campo y con caballos, tiene que ver con mi vida

En un baile, don Segundo dice a la mujer con la que baila (p. 135): “Uno, dos, tres, cuatro. Si no me querés, me mato”. Ella le  responde (p. 136): “Una, dos, tres. Matate si querés”.

El lenguaje de la novela oscila entre uno muy popular y otro muy cuidado. Me gustan las comparaciones, que se supone son de la gente común (p. 221): “Ahí quedamos todos un rato, como pan que no se vende”.

El narrador, de quien sabemos el nombre sólo hasta el final, cuando adolescente quiebra a un toro que lo embiste. Lo ayuda alguien de su edad. Cuando terminan el riesgoso acto, apunta (p. 227): “Dos hombres suelen salir de un peligro tuteándose, como una pareja después del abrazo”.

El narrador sólo sabe que le dicen “el Guacho” hasta que le notifican que se llama Fabio Cáceres y que se ha vuelto rico merced a una herencia dejada por su padre, a quien no trató en vida. El cambio de fortuna no lo emociona, porque desde los quince años decidió seguir, admirado, la vida de Don Segundo (p. 312): “Parece mentira, en lugar de alegrarme por las riquezas que me caían de manos del destino, me entristecía por las pobrezas que iba a dejar. ¿Por qué? Porque detrás de ellas estaban todos mis recuerdos de resero vagabundo y, más arriba, esa indefinida voluntad de andar, que es como una sed de camino y un ansia de posesión, cada día aumentada, de mundo”.

Vuelve al tema, insiste (p. 345): “Más que las lindezas con que hoy me agracia el destino, me valdría haber muerto en la ley en que he vivido y me he criao, porque no tengo condición de víbora p’andar mudando pelechos, ni mejorando el traje”.

Don Segundo le acompaña un tiempo, mientras se asienta en su vida de nuevo rico. Un día se despide y él le acompaña, ambos en sus monturas, hasta cierto punto. Luego se dicen adiós, en silencio. Escribe las palabras finales (p. 363): “Cerrando mi voluntad en la ejecución de los pequeños hechos, di vuelta mi caballo y, lentamente, me fui para las casas. Me fui, como quien se desangra”.

Ilustración: Héctor Ventura

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Otro escritor del que hablan Bioy y Borges (esta vez bien) es del poeta Baldomero Fernández Moreno. Algo de él había leído. Me hallo con el ejemplar Elegía de Alondra (Planeta, 2000), de Fernández Moreno, con selección y prólogo de Mario Benedetti.

Es un poeta sencillo, confesional (son los suyos poemas amorosos, que nunca abordan lo social), bastante leído en su país, Argentina.

Como cumplo años en febrero, siempre me fijo en lo que se dice de este mes. Escribe Fernández Moreno en “Cines” (p. 86): “Febrero, ese mes pequeñito y violento”.

En “Yo soy piedra, tú eres río…” explica y pide (p. 94): “Yo soy piedra, tú eres río,/ rueda sobre el cuerpo mío”.

Y en “Romance de media noche” dice (p. 173): “El corazón harto grande/ tinto de ti hasta los bordes”.

 

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Una de las autoras a las que siempre leo es Doris Lessing; esta vez disfruto con Alfred y Emily (Random House, 2017), que es primero la biografía inventada de sus padres: Alfred quería ser granjero y lo es en la ficción, y Emily, su madre, estuvo enamorada de un médico (y aquí se vuelve hasta su viuda); luego escribe la vida real de sus padres y varios episodios de ella, la propia Lessing, su hermano, su familia y su entorno en Inglaterra y en África.

La novela de ficción, que es la primera parte de este libro, es breve. Dice Lessing al empezar la parte real (p. 183): “Se puede escribir sobre una vida en cinco volúmenes o en una frase. ¿Qué tal eso?”.

Habla de los muchos choques que tuvo con su madre. Dice de ella (p. 218): “Era una mujer de gran talento en muchos sentidos. Jamás he conocido a nadie tan eficiente como ella; era una organizadora nata. Todas sus habilidades, su energía, estaban volcadas en una muchacha sin gracia, enfadada y con una sola obsesión: dejarla”.

Tiene párrafos geniales; por ejemplo éste (p. 262): “Nuestra vida es como una mariposa que llega revoloteando desde la oscuridad a un espacio luminoso, localiza su alimento favorito ahí abajo, desciende, se da un festín de inmundicia hasta quedar saciada y vuelve a alejarse volando para adentrarse en la oscuridad”.

Su familia se alimentaba abundante y pesimamente: muchísimos carbohidratos, azúcares y grasas (p. 276): “Esta asombrosa dieta siguió consumiéndose en los años setenta, los ochenta… Y todos esos platos se sirvieron en la mesa de mi hermano y en la de mi hijo John. Sí, y ambos murieron de infarto. Y yo me pregunto: ¿cómo sobrevivieron tanto tiempo?”.

 

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El libro Tres autores de Memoranda (número especial de la revista del mismo nombre), publicado por el ISSSTE en 1995, se constituye por textos antológicos de Andrés Henestrosa, Germán List Arzubide y Edmundo Valadés.

Dice Henestrosa en “Retrato de mi madre (p. 12): “Cantos de aves, flores silvestres, debieron darle la primera lección de belleza y de amor. Y el mar que en todo ha de estar presente, la primera lección de infinito”.

En “Una confidencia a media voz” habla del sol fortísimo y lo llama (p. 34) “aquel porrazo de lumbre”.

Cuenta en “Imagen de Ixhuatán” algo que yo también viví en mi niñez de rancho, de pueblo (p. 51): “En el río, en una inocente promiscuidad, se bañaban hombres y mujeres, ellos cubriéndose las vergüenzas con una mano, y ellas desnudas, las axilas y el pubis pobladísimos”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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