La guerra infinita y la urgencia de la verdad. El mundo que se devora

Soldado de Ucrania. Foto: Alexis84

Por María del Carmen García Aguilar

“La guerra infinita” envuelve al mundo. Su particularidad mediática, sin obviar su significado concreto, es hoy la guerra imperial entre Estados Unidos-UE y Rusia, ilustrada ahora en la guerra de Ucrania, políticamente estructurada, en lo posible, con el nuevo formato de “guerra internacional”, cuyo manejo se ha hecho imposible desde el discurso ideológico de una confrontación entre capitalismo/democracia vs socialismo o comunismo. Es la lucha entre imperios capitalistas, modulados desde y para el mercado.

No obstante, la guerra es la guerra y ésta es hoy más grave que ayer: la potencia de su destrucción es la de la destrucción del planeta y de quienes habitamos en ellas. La pérdida de potencia de las ideologías, desde los mismos cuadros políticos, hoy se le sustituye con el poder mediático mercantilizado e instrumental, productor de la mentira, la mentira cínicaafianzada en una concepción pragmática, presentista, y falta de principios y valores que irrumpe todo límite y fractura todo horizonte de futuro que no sea el que ésta define.

Desde el inicio de la guerra en Ucrania, su configuración es propia de la “nueva guerra” del siglo XXI, que para Hobsbawm[i] inició en la última década del siglo XX, con el derrumbe del Muro de Berlín (1989) y la guerra de los Balcanes (1999). Traducir en la práctica el triunfo del orden democrático-liberal exigió procesos de realineamiento geopolítico, correspondiéndole a EEUU, portar y conducir el nuevo rostro político de la “posguerra fría”. Alinear a los países que configuraron la Unión Soviética ha exigido apuntalar el sentido de las sensibilidades de sus moradores hacia prácticas e imaginarios propios del orden capitalista. El tamaño de las tensiones, visible en la misma reunificación alemana y en los desenlaces violentos de la guerra civil de Los Balcanes, explican el modelo de la “nueva guerra internacional”: la guerra no es decisión de toda la humanidad; es decisión de los líderes y órganos colocados en la cúspide de los imperios: Estados Unidos, Gran Bretaña, UE, Rusia, China.

Era obvio que la decisión de Rusia de invadir a Ucrania proyectaba su triunfo por la diferencia de fuerza militar y tecnológica; como obvio era también que EEUU, por la previa puesta en marcha de una estrategia territorial de debilitamiento de las fronteras de Rusia, desde la OTAN, haría de la guerra en Ucrania, una guerra económica y financiera declarada contra Rusia. Desde el 24 de febrero del presente año, el escenario de guerra define a sus protagonistas que, sin participar directamente, definen el rumbo de un conflicto en la que una de las partes, EEUU y la UE, protagonizan una guerra financiera y económica contra Rusia y éste responde con el poder y el marco internacional estratégico que posee[ii]. Es una guerra entre quienes tienen el mundo para sí, sin medir o importar el tamaño de sus impactos, mediados por el poder de la comunicación empresarial responsables de inclinar las sensibilidades de la población para uno u otro bando.

Es inevitable que prive un enrarecimiento en la explicación y comprensión de esta guerra. El complejo cuadro de crisis en prácticamente todos los órdenes y escalas socioespaciales del sistema, gestan, cuando no la indiferencia, una dinámica de politización que por su desarticulación propicia interpretaciones que llevan de inmediato a “calificar” dicha guerra. La misma dimensión de hechos y decisiones en un marco de contingencia y coyunturas imprevistas, imposibilitan identificar comportamientos de regularidad que expliquen su presente y su horizonte posible. Sin embargo, volver al pasado inmediato permite recuperar no solo la breve historia de los acontecimientos que definen el rumbo convulso de lo que se ha intentado definir como “transición” de un orden político, sino también las dimensiones tensionales de la violencia global en la llamada “nueva guerra internacional”, hoy escenificada en Ucrania.

Las dos primeras guerras internacionales, la del Golfo Pérsico y la de Kosovo ocurren en la última década del siglo XX. La primera, la guerra contra Irak, (1990-1991), el mando lo tuvo Estados Unidos, y sus críticos, como Norberto Bobbio, se preguntaban “¿pero esta guerra se tenía que hacer? Y, si se tenía que hacer, ¿con qué condiciones y dentro de cuales límites se tenía que hacer?” “nuestra conciencia está turbada”. La segunda, la guerra de los Balcanes, el mismo autor, sostuvo: “[… asistimos a una guerra que encuentra su propia justificación en la defensa de los derechos humanos, pero los defiende violando sistemáticamente incluso los derechos humanos más elementales en el que país que quiere salvar”[iii].

En referencia al bombardeo con misiles a Irak en junio de 1993, por orden de Clinton, por un atentado fallido de los servicios secretos de Irak en abril contra el expresidente Bush, cuyas justificaciones de los diplomáticos estadounidenses derivaron en la apelación al artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas, que define “el derecho natural a la legítima defensa”, y de Clinton, justificando el bombardeo como “un mensaje a aquellos que se dedican al terrorismo patrocinado por los Estados”, afianzado en las declaraciones de Inglaterra, Francia, Alemania e Italia, como un ataque legítimo y justificado. Frente a estos hechos, Bobbio escribió:

“…me asombra que, salvo alguna noble excepción […] la reacción de la opinión pública haya sido más bien débil y, peor todavía, que haya existido una adhesión casi unánime, que sólo podemos juzgar como vil y servil, de los gobiernos occidentales”. “Desde el punto de vista político [la acción] es irresponsable: en vez de humillar al enemigo, habiendo golpeado hasta ahora inocentes (sólo inocentes), lo exalta”. “Desde el punto de vista moral [la acción es] inicua. Incluso dentro de los límites de la moral realista, que parece la más adecuada para juzgar las acciones.

Con respecto a la guerra de los Balcanes, en particular al bombardeo de Kosovo por la OTAN, en mayo de 1999, Bobbio sostuvo, como mantuvieron otros académicos críticos:

“como intelectual endurecido he sido más un espectador que un actor. También en estos días en los cuales nuestro trágico siglo XX está por terminar trágicamente. No me hago ninguna ilusión de que el próximo será más feliz. A pesar de las predicas desde los más diversos púlpitos contra la violencia y las guerras, hasta ahora los hombres no han encontrado otro remedio a la violencia que la violencia misma. Y ahora asistimos a una guerra que encuentra su propia justificación en la defensa de los derechos humanos, pero los defiende violando sistemáticamente incluso los derechos humanos más elementales en el país que quiere salvar”.

La guerra escenificada en Ucrania cambia elementos importantes del guion belicoso: es la confrontación por el poder entre imperios, y resulta imposible su manejo aludiendo al “terrorismo de Estado” y a los “derechos internacionales humanitarios”, hoy en la palestra discursiva de ambos combatientes, aun cuando, con los acontecimientos del 11s, Estados Unidos,  “habiéndose creído invulnerable y rico, de pronto descubre que el lujo del estilo de vida y el lujo de la invulnerabilidad se excluyen mutuamente”[iv].  correspondiéndole, en tanto víctima, el liderazgo mundial en la seguridad mundial, hoy, en palabras de Joe Biden, contra una Rusia “peligrosa” y una China que la reconoce como la retadora en el concurso económico y geopolítico mundial. Sin referir la guerra de Ucrania, sostiene que la batalla se define entre la democracia y la autocracia, y a Estados Unidos le corresponde emplear fuerza y decisión. De igual manera sostiene, en el centro de las alianzas internacionales está la OTAN y el G-7 se asume como un comité directivo para el mundo libre sobre temas críticos y desafíos compartidos[v].

Nada nuevo, si no fuera por un discurso político obsceno y banal, no creíble ni por quienes lo portan y lo construyen de manera rutinaria, o porque la guerra en Ucrania es una guerra, que, a diferencia del pasado, nadie gana, ninguna patria se hace más grande y poderosa, sea democrática o autocrática. Sartori, con el triunfo del derrumbe del Muro de Berlín, pronóstico la victoria de la democracia, pero también el triunfo del mercado[vi], y es este triunfo, el que se comió a China y a Rusia, entre otros, pero también a la democracia de Occidente, y es el que hoy se devora al mundo. Sloterdijk registra que ayer, “la implosión del hemisferio del socialismo real se redujo a la insignificancia de su propia ideología y aparato” pero colocó al capitalismo “victorioso en el compromiso de tener que asumir la responsabilidad mundial prácticamente solo”[vii]; hoy el mercado redujo al mundo a su ámbito, por ende, la guerra es entre mercado y mercados.

Si como sostiene Sloterdijk, el llamado terrorismo global no tiene ningún sentido histórico, hacerlo “sería un abuso macabro de las agotadas reservas del lenguaje, ¿no sería igual con la democracia y los derechos humanos en manos de quienes lo violentan? ¿Detrás de las nuevas guerras no está acaso el reconocimiento de que detrás de la vulnerabilidad física sufrido por Estados Unidos con 11s, está la vulnerabilidad simbólica? ¿Son las sensibilidades las que están en juego? ¿Y la mano que mece la cuna, ya no son las crisis sistémicas?

[i] Hobsbawm, Eric J. (2016) Entrevista sobre el siglo XXI. Barcelona. Editorial Crítica.

[ii] La fuente de la información sobre el acontecimiento de la Guerra en Ucrania deriva de La Jornada, y sus fuentes primarias: REUTERS, AP, AFP Y SPUTNIC., durante los meses de 2022 que lleva dicha guerra.

[iii] Bovero, Michelangelo. “El realismo de Bobbio”. México: Isonomía, número 20, abril 2004, pp. 239-253.

[iv] Sloterdijk, Peter (2017). Ira y Tiempo. Madrid: ediciones Siruela

[v] La Jornada, 13 de octubre de 2022, p.31.

[vi] Sartori, Giovanni (1994). La democracia después del comunismo. Madrid: Alianza Editorial.

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