Florentino Pérez, el caminante de las palabras en «El mundo herido»

En mi lista de deseos tenía presentar algún texto de Florentino Pérez. En la novena edición de la Feria Internacional del Libro de la Unach cumplí mi propósito, al comentar El mundo herido, la subjetividad en tiempos del coronavirus.

El caminante tranquilo, que es su autor, dejó de transitar por lugares públicos por la pandemia, y debió encerrarse en su casa, con sus pasos circulares para disfrutar de su jardín, tal y como quería el sabio Voltaire. Ahí entre la sombra del flamboyant, de su enorme araucaria, de un árbol de mango y la compañía colorida de bugambilias, tomaba café chiapaneco y escribía.

Peripatético, como es, no dejó de caminar, pero durante la pandemia sus rutas se volvieron más cortas y reflexivas en ese andar hacia adentro del alma, donde anidan en bipolaridad el dolor y la alegría.

Escribir de esa inmediata realidad es caminar por las orillas, y en este Chiapas, pocos escriben sobre estos pasos. En ese mundo, la voz de Florentino es única, con un estilo que es conjunción de poesía y de certeza.

Es un hombre que camina, que pasea decían los griegos de los peripatéticos, y no es porque los demás nos desplacemos de otra manera, sino porque su caminar marca ruta, traza veredas y mapas, caminos en la lectura, que se reflejan en el libro con epígrafes que muestran un estado de ánimo, una paradoja, un momento de luminosidad y de ironía. Por aquí, por las páginas de este libro, el caminante saluda a Merleau Ponty, a Paz, Byung-Chul Han, a Conrad, a Borges, a Sabines, a poetas y a escritores que admira y que invita a conocerlos.

Su caminar, a paso firme, es un encuentro con la lectura y la escritura. Sobre el ejercicio de escribir dice, en una frase para enmarcar: “la escritura mantiene viva la esperanza de gozar la vida” (p. 20), y la podemos completar con la cita que viene pocas páginas después: “Leer nos abre horizontes insospechados, horizontes de realidades por conocer” (p. 22).

La vida para Florentino es gozo. Entiendo que gozar no significa solo disfrutar de la felicidad, porque al fin y al cabo la felicidad es una feria ambulante; veo el gozo florentino en la posibilidad de vivir la experiencia profunda de ser humano, con sus bienaventuranzas y sus desgracias, con sus errores y sus posibilidades de acierto. En esta pedagogía peripatética, experimentó el dolor de perder a familiares cercanos por el covid.

Florentino es una rareza en Chiapas porque su escritura, poética las más de las veces, nos lleva a pensar en nosotros como habitantes del sur contradictorio y profundo. Es un pensador, un ensayista, en esta tierra en donde faltan ensayistas, en donde nos arrinconaron el virus, el de la pandemia, y el virus digital, de vivir pegados a internet.

Diagnostica, analiza y propone:

“Pienso que debemos repensar nuestra historia evolutiva y las formas de organización social modernas, empezar a cambiar nuestras concepciones y hábitos hacia el mundo y entender que también es un ser vivo; aprender de los labradores que la cuidan y protegen y producen paisajes esperanzadores para volver a reencontrarnos en y con ella” (p. 38). Nos trae una cita de Yam Lianke: “Si no podemos alzar la voz, susurremos; si no podemos susurrar, guardemos silencio y conservemos la memoria y los recuerdos” (p. 55).

A ese caminar le dedica un poema:

 

Las incertidumbres duelen,

porque son como un parto que alumbra

y orienta el andar por el mundo (p. 104).

 

El mundo herido está en su propio caminar venturoso en ese sendero infinito por las letras, tomados de la mano de Florentino Pérez, el nuestro, no el futbolero ese, que es presidente del Real Madrid.

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