Desconocimientos en el tiempo de las comunicaciones
Quienes hayan leído alguna de las colaboraciones quincenales de esta columna saben que uno de sus temas de referencia, con distinta asiduidad, son los cambios tecnológicos y las posibles relaciones que los seres humanos establecemos con ellos. No soy especialista, ni mucho menos, en tecnología y tampoco en el estudio de los vínculos humanos con ella, pero no ser experto no impide convertirse en un observador que se pregunta sobre el presente y el futuro de cambios que han venido para asentarse en nuestra vida cotidiana.
Desde hace décadas vivo en México y he podido observar, con cierto pesar cabe decir, cómo los noticieros televisivos más vistos del país prestan muy poca atención a las informaciones de carácter internacional, en especial aquellas que tienen un marcado carácter sociopolítico. Salvo alguna referencia a las elecciones del odiado y admirado vecino del norte, o las que se vinculan con el terrorismo de signo islámico, los mensajes tienen un perfil sumamente sensacionalista que pueden oscilar del pulpo con orejas de elefante a la vaca con doce patas, por mencionar alguna noticia a modo de broma por la poca trascendencia que tienen, por decir lo menos.
Lo anterior, que podría extenderse a las noticias vinculadas al propio país, hace que el planeta quede reducido a un universo sumamente pequeño. Se podrá decir que no todas las personas ven o escuchan dichos programas hoy en día debido a las muchas alternativas existentes para recibir información, sin embargo, también es cierto que en buena parte del país la televisión sigue siendo un medio imprescindible para aquellas familias que no disponen ni de los medios tecnológicos, ni económicos, para contar con otras plataformas de comunicación y entretenimiento.
Si desde hace siglos el mundo está comunicado e interconectado en aquello que Immanuel Wallerstein llamó el “sistema-mundo”, en la actualidad la globalidad trasciende los espacios de relación pensados con anterioridad puesto que los avances tecnológicos permiten la circulación de datos objetivos o falseados con una inmediatez inusitada. Esa circunstancia produce o conduce a una cierta paradoja donde el exceso de información de toda índole no es correspondido con un conocimiento realmente sustentado.
Mucha risa ocasiona el desconocimiento mostrado por el estadounidense medio, o por estudiantes de ese país, cuando salen datos sobre la ignorancia que muestran al ser interrogados por la situación geográfica de ciertos países o sobre cualquier dato de conocimiento general. Esa realidad existente se puede hacer extensiva tanto a México como a ciertos países de nuestro entorno latinoamericano e, incluso, ya se observa con nitidez en Europa. Es decir, la sobreinformación y la velocidad con la que se transmiten noticias no van de la mano de un conocimiento generalizado, documentado y reflexivo.
Cada vez se cuenta con mayor cantidad de datos, de informaciones de todo tipo, pero ello no significa que la mayoría de la población posea un bagaje, al menos mínimo, de conocimientos generales. Resulta evidente que el alud de datos que circulan no parece ayudar para dar un panorama general de, por ejemplo, lo que ocurre allende de nuestra realidad. Como ya dije, estamos rodeados de paradojas que vislumbran, para pecar de visionario, las dificultades que tendrán los futuros historiadores para discernir sobre la vida cotidiana de este periodo. Un exceso de informaciones no significa la precisión o la certeza de las mismas y, al mismo tiempo, no parece que interesen conocimientos que sobrepasen nuestro entorno más cercano. Así, en el mundo interconectado resulta cada vez más problemático tener acceso, y con disímiles perspectivas, a noticias que igualen a todos los públicos en el derecho a la información. Realidad que hace más creíble el aforismo que indica que “la información es poder”, aunque habría que añadir que la desinformación también es síntoma del ejercicio de poder
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