De masculinidad y motor
Algunas reflexiones sobre cómo manejamos y qué cambiar
Hace pocas semanas viajé por comunidades de Chilón, y en el regreso a San Cristóbal de Las Casas lo pasé mal. Me refiero a los trayectos en transporte “público” (entrecomillado porque son cooperativas o empresas privadas quienes dan ese servicio, porque salvo excepciones ningún nivel de gobierno apuesta por desarrollar transporte realmente público).
En los tramos cortos en el municipio de Chilón me moví en redila o en aventón, y ya desde Ocosingo tomé un taxi colectivo a Sancris. Y decía que lo pasé mal, pero no por las incomodidades del vehículo en sí, si no por las actitudes que me encontré.
En dicho taxi me tocó el asiento de atrás en el centro, con un hombre a cada lado. Sí, es el peor lugar. Pero es que además, ambos hombres (de unos 30 años y más bien corpulentos) se pusieron a la tarea de aplastarme con sus cuerpos, a apretar brazos y, sobre todo, a abrir mucho las piernas. Es lo que se conoce como “manspreading” u hombre despatarrado. Y sí, es un micromachismo muy arraigado e involuntario, pero que no tiene nada que ver con la fisionomía sino en cómo ocupamos el espacio público. ¿O acaso es que tuve la mala suerte de coincidir con dos hombres con los testículos muy grandes? No creo.
Pero bueno, eso es cosa de incomodidad. Peor fue la sensación de que podíamos morir en cualquier momento. El chofer tenía mucha prisa, daba acelerones y frenazos, tocaba el claxon y gritaba, sin salir aún de la ciudad. Y la prisa y el peligro lo noté más en la carretera. Rebasaba filas de camiones y carros casi al límite con los que venían de frente. No guardaba en ningún momento la distancia de seguridad, hablaba por su celular y respetó pocas señales de indicación de velocidad. La palabra que me viene a la mente es “agresividad”, sí, manejo agresivo.
Sé que en las ciudades pasa lo mismo. No hay más que ver los graves accidentes que hay y la impunidad que existe.
Y esto me llevó a reflexionar sobre cómo nos comportamos con las demás personas, qué actitud tenemos al manejar un vehículo.
Los automóviles han estado asociados a la masculinidad, a cierto estatus, a la velocidad, el poder, la competencia. Y en el asfalto se da rienda suelta a ese ímpetu, esa agresividad. Es la jungla, el “sálvese quién pueda”. Y conozco a gente que tiene pavor a manejar por eso.
Y sí, en el sistema que vivimos, con las prisas, los horarios ajustados, las grandes distancias y las infraestructuras deficientes, lo hacen más difícil todavía.
Pero se puede manejar un carro de otra forma: sin tener que ir contra el mundo, sin gritar o insultar, respetando las normas y los límites. Tranquilamente.
Y usarlo cuando sea realmente necesario. Recordemos los malos humos que expulsamos. Mucha toxicidad. Pongamos nuestro grano de arena a hacer un mundo más vivible, y reclamemos otra gestión más sostenible de la ciudad. Sí se puede!
Nos vemos por acá. Salud!
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