Prohibido rendirse
Los espejos de agua que formó la lluvia de la noche, alumbrados por los rayos de sol, reflejaban las imágenes de los patos y gansos que se movían para ir a beber agua. Cristina se asomó por la ventana para ver si el sol había decidido levantarse esa mañana se percató que sí. Había demorado en asomarse, eran más de la nueve y apenas iniciaba su saludo matutino.
Los ánimos de Cristina estaban algo bajos, su estado anímico obedecía a su situación de salud. Sus estudios médicos no habían sido favorables. Marlene, su hermana y única familiar le echaba porras para que siguiera con su tratamiento.
Esa mañana Cristina puso mucha atención en uno de los gansos que tenía Marlene en su patio, presentaba alguna especie de enfermedad, el cuello lo tenía hacia abajo. Nunca se había percatado de él, hasta ese momento. Observó que por su enfermedad caminaba con dificultad, sin embargo, se movía y hacía las demás actividades que sus compañeros gansos.
Sin dejar de prestarle atención Cristina se quedó pensando que ese ganso era un ejemplo de vida. En todo el rato que lo observó percibió en él su anhelo de vivir. Su limitación no le impedía moverse, tomar agua, comer y andar con sus compañeros. Era sin duda un aliciente que la vida le presentaba para que ella continuara la batalla que le correspondía enfrentar.
El cielo se fue nublando y el sonido de la lluvia que comenzaba a caer hizo que los gansos se juntaran justo donde las gotas caían con más fuerza. Todos estaban ahí y alrededor los patos, como una especie de jolgorío de aves.
Cristina respiró profundo y sonrió. Aunque le costaba aceptarlo, la vida era una constante lluvia de retos, todos había que irlos enfrentando. De alguna manera cada reto se iría librando, la importante lección que le había recordado esa mañana el ganso era que, a pesar de todo lo que sucediera, estaba prohibido rendirse.
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