La violencia indomable y la sordera
Hace unos días le volvieron a tocar la cresta al presidente en la mañanera y el “diálogo circular” con el que supone ha sido el espíritu que lo inspira, pareció más bien que no es un espacio para el intercambio de ideas por la sencilla razón de que los participantes no suelen escuchar a sus propios interlocutores. Digámoslo con todas sus letras, la mañanera es el lugar del presidente desde el cual intenta fijar la agenda de lo que se debe discutir públicamente. Quienes ahí participan saben que así es, la mayoría de de los periodistas que intervienen lo hacen desde posturas afines al discurso presidencial y no necesariamente con el propósito de contejar las acciones de gobierno. También, son concientes que el diseño fundamental de las mañaneras está enfocado en hacer propaganda y poco es lo que se hace en materia de difusión de información, menos aún asumir las críticas y corregir las acciones cuando así lo ameriten. Con todo, debe reconocerse que este foro permite que algunos periodistas o a través de ellos, puedan canilizarse algunas denuncias o demandas para que sean atendidas por el gobierno. De ahí a que estas, digamos, inquietudes e incluso exigencias de la población sean resueltas no es algo que pueda garantizarse aun cuando se difundan por ese medio.
Es discutible si un entorno comunicativo como pretende ser la mañana cumple ese propósito o, como hemos sugerido apenas arriba, simplemente se trata de una ventana a través de la cual se propagan o difunden las acciones de gobierno. Sin embargo, es lógico que el gobierno federal reaccione de esa forma toda vez que existe un cerco mediático desde el cual se combaten las posturas de la actual administración. Es verdad, también, que no todas las críticas que se esgrimen desde los medios tradicionales (fundamentalmente la prensa escrita) forman parte del hampa del periodismo, como suele el presidente descalificar a sus oponentes. Acostumbrados a extraer rentas del presupuesto público, las grandes empresas de comunicación resisten las descalificaciones desproporcionadas del presidente (“prensa vendida, la calumnia cuando no macha tizna, hampa del periodismo, prensa vendida, pasquín inmundo, muerden la mano de quien les quitó el bozal”; entre muchas otras frases y calificativos en contra de los medios) y se acuartelan con el propósito de contrarrestar las embestidas.
Jorge Ramos, periodista de Univisión y artículista del periódico Reforma, asistió la semana pasada a la conferencia mañanera donde cuestionó al presidente respecto al tema de la seguridad, presentó algunos datos y puso en tela de juicio la estrategia de seguridad de su gobierno. Con ese propósito y con las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, Ramos sostuvo que este gobierno terminará con más de 190 mil muertos por homicidios y cuestionó la estrategia de seguridad del gobierno, aquella que se simplifica en la frase de abrazos no balazos. Es decir, con los indicadores del propio gobierno el periodista pretendió descalificar las medidas tomadas a fin combatir el clima de violencia existente en el país. Cierto es que hay casos llamativos en los planos locales por el nivel que ha alcanzado la violencia en esas zonas; Guanajuato sería uno de ellos, pero esta muy pequeñísima lista se podrían sumar Zacatecas, Tamaulipas o Michoacán.
El presidente, por su parte, simplemente argumentó que piensa distinto y ofreció estadísticas, gráficos e indicadores para refutar las ideas del periodista, indicando que durante este gobierno han disminuido los secuestros y aunque levemente, también ha existido una reducción (3%) en los homicidios.
Más allá del carácter irreconciliable de ambas posturas, puesto que no se trata de explicarse y comprender el fenómeno, sino simplemente ganar presencia pública haciendo propaganda evidenciando las debilidades en los argumentos que cada uno de los oponentes ofrece. Visiones así son reduccionistas de la complejidad del fenómeno de la violencia e incluso solamente se concentran en los delitos de mayor impacto mediático, pero escasamente aluden a la gran diversidad de circunstancias por las cuales ocurren o se presentan delitos en una variedad de contextos del país. Y ahí, también, resulta indispensable agregar al análisis las circunstancias de los gobiernos subnacionales que se encuentran rebasados por una suerte de debilidad institucional y capacidades limitadas para combatir hasta los delitos que les son propios.
Aunque parezca increíble a estas alturas del siglo XXI, es sumamente complicado tratar de hacer algunas inferencias estadísticas porque no necesariamente se lleva un registro adecuado de los hechos. Baste recordar que el Secretariado Ejecutivo se nutre de las estadísticas que envían las fiscalías de las entidades federativas y no necesariamente podemos tener ahí una completa confiabilidad en los registros por incompetencia o mala fe. Salvo los homicidios, casi el resto de los delitos que se comenten en el país tiene su propia cifra negra; vale decir, en algún porcentaje no son denunciados por la ciudadanía o por la víctimas.
En este sentido, denunciar a este gobierno como uno de los más violentos no solamente es temerario sino incluso parcial, no solamente por la fatal de confiabilidad de las cifras; también por no tomar en cuenta una perspectiva histórica que permite situar las cosas en su justa dimensión. Más aún, no reconocer que, en efecto, existe una ligera disminución en delitos de alto impacto (en homicidios menos del 3 por ciento y en secuestros la cifra es mucho mayor) sería tanto como buscar más bien cierto protagonismo haciendo propaganda negativa de lo que hace en estos aspectos el gobierno actual.
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