Elogio y ambigüedad del silencio
Nuestras ciudades latinoamericanas no son precisamente el mejor exponente del control sobre los ruidos excesivos. Desde los autos a la publicidad sonora, pasando por la música estridente que suena en hogares y comercios, el ruido es parte de la cotidianidad. Incluso la comunicación oral alcanza elevados decibelios, tantos como los producidos por los ladridos de los perros que se han convertido en familiares en muchos de los hogares chiapanecos, por ejemplo en la capital Tuxtla Gutiérrez.
Acostumbrarse al ruido no significa que su exceso sea deseable. Ese parece ser el objetivo que se trazó Alain Corbin al escribir su Historia del silencio. Del Renacimiento a nuestros días (2019), libro publicado originalmente en francés en el año 2016. Es posible que esta breve obra, que no llega a las 150 páginas, sea la última escrita por este prolijo historiador poco conocido en México dado que sus investigaciones se han centrado en una de las derivaciones de la historia de las mentalidades, o historia cultural, denominada historia de las sensibilidades. De hecho, solo existen traducciones al castellano de este último libro y del que coordinó con Jean-Jacques Courtine y Georges Vigarello con el nombre de Historia del Cuerpo.
Solo la primera página del preludio del libro dedicado al silencio permite establecer análisis y comparaciones con realidades cotidianas; situaciones que vivimos día a día con fruición o disgusto. Contradicciones que permiten entender lo que en el título de este texto se llama elogio y ambigüedad del silencio.
Un elogio que estuvo vinculado, en muchas sociedades, a la posibilidad de la reflexión y la creatividad artística y científica. Un sosiego buscado, o ejemplificado, en la contemplación artística de la naturaleza por citar un solo caso. Silencio prolongado en forma de meditación y recogimiento que transciende continentes y adscripciones religiosas. Estas y otras muchas circunstancias son exploradas por el historiador francés a través de los asuntos que giran alrededor del silencio escritos por diversos autores del pasado europeo. Citas que, como afirma Alain Corbin, “permiten que el lector comprenda de qué manera los individuos del pasado han experimentado el silencio” (p. 8).
Elogiar el silencio en un momento como el actual, donde el ruido se ha hecho continuo e imparable gracias a las nuevas tecnologías, no cabe duda que parece ser una lucha contra molinos de viento quijotescos. Sin embargo, esa necesidad de silencio para llevar a cabo muchas actividades humanas, donde la creación y la reflexión sobresalen, también cuenta con lógicas contradicciones o ambigüedades.
Si el exceso de sonidos o de palabras parece ser un hecho irreversible, también hay que recordar que, en este mundo de superabundancia de información y de espectacularización de la realidad caracterizado por el ruido, existen seres humanos necesitados de voces cercanas o lejanas que les hagan saber de su existencia. El silencio alrededor de muchas personas es, al mismo tiempo, sinónimo de indiferencia hacia ellos.
En definitiva, el reflexivo elogio al silencio creativo queda a veces supeditado a la actual sonoridad desbordada. Pero su lícito anhelo no debe olvidar el valor y significado de la comunicación; aquella que con palabras o signos se requiere para reconocernos como seres humanos. Una necesaria oralidad que parece sustituirse con demasiada celeridad por el exceso de la creciente e insulsa palabrería.
Sin comentarios aún.