Cinco novelas de Heberto Morales, 1

Casa de citas/ 603

Cinco novelas de Heberto Morales

(Primera de dos partes)

Héctor Cortés Mandujano

 

Participé hace tiempo, como moderador, en una mesa de homenaje a Heberto Morales Constantino (25 de noviembre de 1933, Venustiano Carranza). Allí me enteré que ha publicado diez novelas, de las cuales yo sólo he leído cinco. De ellas hablaré.

En la Separata del Anuario 1998, publicada un año después, del Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, Chiapas: la realidad configurada, se analiza su novelística, que en ese momento se constituía sólo por dos libros: Jovel, serenata a la gente menuda (1992) y Yucundo, lamento por una ribera (1994).

El propósito de su escritura lo explicita en “Realidades y ficciones: entrevista a Heberto Morales”, de Flor María Rodríguez-Arenas, el último texto de la Separata (p. 240): “Desde el principio me hice el propósito de escribir sólo sobre Chiapas”; dice además que (p. 230) “la ficción es difícil para mí”, por lo que para escribir hace un “esfuerzo enorme de lectura y de investigación, principalmente de archivos. […] Mi escritura es un esfuerzo consciente, no solamente en la búsqueda de datos, de información, sino también en la armazón de la trama”.

 

Jovel, serenata a gente menuda, Gobierno del estado de Chapas-Porrúa, 1992

 

Aunque en ninguno de los comentarios a este libro he leído que nombren como antecedentes El corazón de piedra verde, de Salvador de Madariaga, publicada en 1942, que también tiene, como Jovel, tres planos geográficos narrativos: España, las comunidades indígenas, llamémosle “puras”, y la conquista y mezcla de ambas culturas (Tenochtitlán en El corazón…; Jovel, es decir, lo que después se llamó San Cristóbal de Las Casas, en la novela de Heberto). El otro componente que también comparten es que en ambas se mezclan personajes históricos con personajes ficticios. En fin…

En Jovel, como bien apunta Luis Fernando Restrepo, en “El mestizaje y la política de lo local en Jovel: serenata a la gente menuda” (Chiapas: la realidad configurada, 1999) el tiempo histórico que abarca esta novela es de cinco siglos (p. 91): “Desde la fundación de la Villa Real en la España del siglo XIII hasta los días de la famosa rebelión de los ‘Zendales’ (Tzotziles, Tzeltales y Choles) en 1712”, en Chiapas. También en este ensayo se señala (p. 123) “la heteroglosia, la multiplicidad de voces”, como una constante diferenciadora de cada mundo, de cada ámbito.

Una de las virtudes de la novela, dice Jesús Morales Bermúdez en Aproximaciones a la poesía y la narrativa de Chiapas (Unicach, 1997), es la anecdótica (p. 187): “Desde la bella Zoraida y su pasión por el amor y por las rosas de castilla hasta los infantes expuestos, frutos del desamor o del desengaño; desde los cultos mistéricos al tzotz hasta el relámpago violento de Juracán; desde la talla amorosa de una virgen hasta el regusto por la cecina, las hojuelas o el santo trago. […] El más importante valor de la novela, sin embargo, lo constituye el hecho de ser una novela literaria”.

Como va a ocurrir en otra de sus novelas, en ésta justamente la diversidad de voces y la aparente objetividad narrativa es uno de sus tropiezos, pero la novela es ambiciosa y totalitaria, algo no tan común en un debut novelístico.

Cito en extenso un fragmento de Jovel (pp. 506-507): “Habían pasado los fríos de principio de aquel año de mil y seiscientos y cincuenta y dos años, cuyas cabañuelas habían traído la muerte a tantos viejos. Por las calles, que ya algunos habían comenzado a empedrar, caminaban los vecinos, llenos de una esperanza misteriosamente renovada por el aire de las montañas y por la sangre de sus antiguas herencias. Sobre los yunques repiqueteaban desde la mañana los martillos de los herreros, acompasados por el ronco suspiro de sus fraguas. Embozados en chamarros, montaban a caballo para ir a sus campos los dueños de aquellas labores donde se criaban las vacas y se alzaba el trigo para el pan, que en las panaderías amasaban cantando las mujeres antes de ponerlo a reposar. A la primera luz, abrían la hoja de arriba de sus tienditas las muchachas y las señoras, para poder oír desde la cocina cuando alguien llegara por panela o por sal o por carne salada o por tortillas, de las que torteaban a rítmicos manotazos sus criadas, antes de ponerlas a cocer en el comal”.

Ilustración: Juan Ángel Esteban Cruz

 

Yucundo, lamento por una rivera, Instituto Chiapaneco de Cultura, 1994

 

Esta novela la presenté en Tuxtla, Carranza y San Cristóbal. Está contada desde la visión ladina de un hombre que tuvo de niño como amigo-sirviente a Yucundo, hijo de uno de los vaqueros del rancho de su padre, en La Vega del Chachí. Yucundo queda allá y el narrador emigra a Tuxtla en donde se convierte en un oficinista. No pierden contacto. Yucundo sufre y lucha para que su pasado, su vida, su comunidad no sea inundada por la presa La Angostura.

Es de nuevo una narración inserta en un hecho histórico y, de nuevo, en una lucha de los débiles (una comunidad de gente pobre) contra los fuertes: el gobierno del estado y el gobierno federal.

Cito una reflexión de Yucundo… (pp.250-251): “Acabó el tiempo de aguas. Lo sentí en mis huesos. Empezaron a sacarme al jardincito cuando ya caía el sol. Allí me entraba la noche; en la oscuridad, miraba las estrellas. Una de esas ha de ser la Macrina. ¿Cuál sería la Tolita? Ha de ser una estrella chiquitita, escurridiza. Y esa que brilla a un lado de la luna ha de ser la Esperanza. Cuando me vaya, quiero irme a una estrella donde me toquen la marimba, que es lo más cerca de la canción de un río.

Comenzó el frío. Lo sentí en los goznes. Me tapaban con un chamarro de lana de San Cristóbal. Cerraba yo los ojos. Me entraba al alma el olor de los pinares. Miraba yo para arriba. Las estrellas se habían hecho más grandes y brillantes. Lejos comenzó el olor de las hojuelas y los cantos viejos. ¿En una estrella estaría sentada mi mamá? ¿Habrá matas de limón en las estrellas? ¿Y olor de azahar?”.

Yucundo muere y el narrador, junto con Cundo, hijo de su amigo, llevan el cadáver y lo atan a una bomba, lo arrojan hacia el agua de la presa (p. 255): “Del agua retenida se elevó una burbuja que apenas lamió el cemento de la inmensa represa”. Nada se puede contra el poder que arrasa (p. 256): ¡”Adiós, amigo!, grité yo, y empecé a carcajearme. ¡Adiós, amigo! ¡Adiós!, gritaba yo, mirando hacia el agua oscura y enemiga, entre carcajadas sin control. ¡Adiós, amigo!, mientras los federales me amarraban los brazos. ¡Adiós, amigo!, mientras las balas se perdían rastreando sombras en la profundidad”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

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