Desenamorarse, es decir, renacer
Casa de citas/ 598
Desenamorarse, es decir, renacer
Héctor Cortés Mandujano
Los lectores solitarios surgen por todas partes
Harold Bloom
Leo feliz otro libro de Harold Bloom (1930-2019): El futuro de la imaginación (Anagrama, 2002), como llamó a su discurso de aceptación a un premio en Cataluña, seguido de breves ensayos de Shakespeare a Octavio Paz, y una conferencia sobre Saramago, que cierra el libro.
En el texto que da título al volumen, lo mismo que Calasso, otro de mis guías, habla (mal) del Internet (p. 11): “Millones de nuevos escritores, en todas las lenguas, publicarán en la red: ¿quién distinguirá entre ellos? ¿Quién los diferenciará? ¿Cómo podemos hablar del futuro de las formas literarias cuando flotarán en el enorme y amorfo océano de Internet? Nadie tendrá la fuerza necesaria para afirmar que una mente, un talento individual sobresale de ese océano de muerte, el mar universal de un caos que regresa”. Dice que él hace lo que haría, si reviviera, Samuel Johnson: “Daría la espalda al caos que se nos viene encima, se encogería expresivamente de hombros y volvería a Homero y a Shakespeare”.
Bloom piensa que (p. 15) “el futuro pertenece, en parte, a una especie de literatura sapiencial elíptica, tal vez un verdadero regreso a Lewis Carroll y a visionarios afines de un mundo especular”.
Lev Tolstói, es un lugar común, descalificaba a Shakespeare, no lo consideraba el gran escritor que fue y es. Bloom adoraba a Shakespeare. Dice (p. 62): “De todos los personajes de Shakespeare, el que más disgustaba a Tolstói era Lear, pues, atinadamente, percibía que El rey Lear era una obra pagana dirigida a un público cristiano. En 1910, a los ochenta y dos años, Tolstói abandonó a su mujer y su familia, para morir en una estación de tren. La imagen de la muerte de Lear no estaba en la mente de Tolstói, pero nos resulta difícil alejarnos de ella cuando contemplamos su desesperado final”.
A Bloom no le gustaba Edgar Allan Poe ni como cuentista ni como poeta. Esto piensa de Eureka. Poemas en prosa, publicado en 1848, un año antes de su muerte (p. 67): “Eureka es un desastre de incoherencia porque revela la influencia de Poe sobre Poe: podría haberlo escrito Roderick Usher (el artista excéntrico, personaje del cuento “La caída de la casa Usher”. La aclaración es mía.). Es innegable que Poe es una referencia ineludible, pese a la patente falta de calidad de su escritura y al oscurantismo de su pensamiento. Un hombre que recita el soliloquio de sus pesadillas puede cautivar a multitudes; siempre y cuando tenga talento para las pesadillas, claro”.
Habla de una novelista norteamericana, que no he leído: Iris Murdoch. Dice que ha escrito mucho, sin llegar a la excelencia. Me gusta esta idea (p. 167): “En una de sus primeras novelas, Murdoch observa con mucha perspicacia que desenamorarse es una de las grandes experiencias humanas, una especie de renacimiento en el que vemos el mundo como si acabásemos de despertar”.
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En la revista Hojas de utopía número 9 (julio-agosto de 1995) hallé el breve ensayo “La continuidad genética de la creación”, de Iván Ríos Gascón, del cual tomo esta perla (p. 6): “Valéry decía que la poesía nunca es producto de la inspiración de los poetas, sino que ella es o debe ser, por antonomasia, la sensación que imprime a sus lectores”.
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Nación asesina (Assassination Nation, 2018, escrita y dirigida por Sam Levinson, un director del que veo todo lo que puedo) se desarrolla en Salem, en la época contemporánea. Igual como en el pasado quemaron brujas, quieren matar a las cuatro jóvenes protagonistas, porque un hacker ha mostrado lo que cada cual guarda en sus computadoras y teléfonos: un secreto, específicamente de orden sexual: el alcalde es travesti y homosexual, aunque está casado y tiene hijos; el director de la escuela tiene fotos de niñas desnudas, etcétera, y a una de ellas, Lily, la acusan, por sacarse de la manga un nombre, como la hacker responsable.
A ellas (a las cuatro) las han enseñado desnudas y eso, dice Lily, hace que los hombres quieran matarlas. “¿Cuál es el mecanismo que hace que un hombre quiera matar a una mujer mostrada en las redes desnuda?”. No hay respuesta. Ellas se defienden, se vuelven guerreras y la película se pone violenta.
Lily hace, al final, un discurso diciendo que son los adultos quienes impusieron las reglas e incluso ellos no pueden respetarlas (aunque son hipócritas y fingen que sí), que la acusación en su contra es un pretexto para terminar con quienes les parecen rebeldes: “Desde que llegué (al mundo) lo único que recibí fueron órdenes: Sonríe. Abre. Cruza las piernas. Enseña tu vagina. Baja la voz. Grita más fuerte. Guarda silencio. Muestra seguridad. Sé interesante. No seas tan difícil. Sé fuerte. No te defiendas. Sé un ángel. Sé una perra. Sé una princesa. Sé lo que quieras ser”.
Aprehenden finalmente al responsable (no les arruinaré la sorpresa) y cuando le preguntan por qué hizo lo que hizo, se encoge de hombros y dice: “No lo sé, para divertirme”.
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¿Hay psiquiatras en los ejidos?
Carlos Olmos,
en “La rosa de oro”
En la página editorial de Tramoya, antología III (Universidad Veracruzana, 1991) escribe sin firma supongo que su director Emilio Carballido lo siguiente (p. 5): “Es la cultura el rincón donde la identidad y la libertad se defienden con más brío”.
Una de las obras antologadas es “La rosa de oro”, del chiapaneco Carlos Olmos, que es una farsa divertida y terrible como suelen ser las farsas. En ella el poeta Homero, quien ha ganado en un concurso dinero, diploma y la rosa de oro, justamente, dice a los borrachos a quienes adopta como sus amigos (pp. 173-174): “¡La misión que tengo en esta vida es descubrir la Belleza y la Verdad!”. Eneas, el borracho líder, le pregunta: “¿Y quién te paga los gastos?”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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