Los cisnes no cantan, 1
Casa de citas/ 596
Los cisnes no cantan
(Primera de dos partes)
Héctor Cortés Mandujano
Disfruté mucho viendo y leyendo la lujosa edición de El libro de los seres alados (451 Editores, 2008), de Daniel Samoilovich, quien seleccionó y escribió los textos, y escogió, junto con Eduardo Stupía, las imágenes de maravilla que acompañan a este gran volumen.
Los textos pertenecen a clásicos y contemporáneos que han hablado de seres con alas, reales y ficticios, de la a a la z, pero la selección es magnífica. Samoilovich, en muchas páginas, resume dos o tres libros en párrafos escritos con sapiencia. Las ilustraciones parecen dictadas por la pertinencia y la belleza. El libro me encantó de tomo a lomo.
Sobre el abejorro dice Joseph Brodsky (p. 20): “Cuando un abejorro, si te picó,/ lo hizo por ser demasiado miope y simplemente/ te confundió con una amapola en flor,/ o una deseable bosta de vaca”.
Leonardo da Vinci Scribe sobre el águila (p. 21): “Cuando es vieja, el águila vuela tan alto que se quema las plumas, y la naturaleza permite que tenga otras nuevas y así recobre su juventud”. Plutarco, en cambio, escribe (P. 24): “El águila no muere de vejez, sino de hambre: cuando envejece, su pico crece y se curva tanto que se torna imposible de abrir”.
Sobre Amor, el niño gordo y alado que tira flechas, escribe Anacreonte (p. 34): “Un día, mientras tejía una corona, divisé al Amor oculto bajo las rosas. Lo tomé por la punta de las alas, le sumergí en mi copa de vino, lo bebí. Desde entonces, siento dentro de mí un leve cosquilleo: es el roce acariciante de sus alas”.
Daniel Samoilovich (en lo sucesivo lo llamaré DS) dice (p. 41): “Según Sir James Frazer, la frase española Ha pasado un ángel, aplicada al momento en que se produce un silencio en una conversación, tiene el valor de un conjuro cristiano contra la brujería; al parecer, antiguamente esos silencios eran señales de algún hechizo o influencia maligna que impedía el normal desarrollo de la conversación”.
Otra vez DS (p. 46): “Las arpías (o harpías), cuyo nombre significa ‘las que roban’, son genios alados, hijas de Taumante y Electra. Son tres, Aclo y Ocípete y Celeno; sus nombres significan, respectivamente, ‘borrasca’, ‘la que vuela rápido’ y ‘oscura’ ”.
En budismo y taoísmo hay referencias al ave roc y al pájaro singular. Dice Arthur Waley (pp. 56-57): “Mientras el mérito del ave roc es recorrer sucesivos reinos, el pájaro singular no necesita moverse pues abarca simultáneamente el este y el oeste y anida en la nada. El roc corresponde al estado que en budismo se conoce como Rueda Samadhi, en la que el espíritu vaga libremente por el espacio; el pájaro singular, en cambio, encarna la más alta disciplina, la del Puro Éxtasis, en la que todas las formas se disuelven”.
Ambrose Bierce cuenta una fábula (p. 58): “Un lobo que al devorar a un hombre se había atragantado con un llavero le pidió a un avestruz que metiera la cabeza en su garganta y se lo sacara. Este así lo hizo.
“—Supongo –dijo el lobo– que esperas que te pague este servicio.
“—Una obra de bien –respondió el avestruz– tiene en sí su recompensa. Las llaves estaban deliciosas.”
Escribe DS (p. 61): “Dice Teofrasto en su obra Los animales que muerden y pican, de la que solo se conservan algunos fragmentos, que, cuando las avispas de Naxos ven una serpiente muerta, se arrojan sobre el cadáver para recargar el veneno de su aguijón”.
El basilisco nace del huevo de un gallo, empollado por un sapo. Es mezcla de lagarto, serpiente y pájaro. Dice DS (p. 67): “Su silbido aterroriza a las serpientes, su aliento quiebra las rocas e incendia las llanuras; su sola vista mata hombres y animales”. Curiosa y absurdamente, le tiene terror al gallo.
En el Dizionario Bompiani del miti e religioni se habla del ave china Bifang (p. 71): “Allí donde aparece se prenden fuegos sin motivo, las vacas hablan y los hombres de letras son expulsados”.
Dice DS (p. 73): “Existía en la Edad Media la creencia popular de que a las yeguas les bastaba para concebir con volver sus cuartos traseros hacia el viento norte”. Pablo Neruda, en “El viento en la isla” (y esto no pertenece al Libro de los seres alados, sino a mi memoria) pareciera complementar esta idea con su verso magnífico: “El viento es un caballo/ Óyelo como corre/ Por el mar, por el cielo”.
Varrón escribió (p. 75): “El búho habita los desiertos, las páramos, los lugares más espantosos y los más inaccesibles; monstruo de la noche, no canta, sino que gime”. Plutarco escribió (p. 77): “Umbricio, el arúspice, está seguro de que el motivo por el cual los buitres llegan siempre a tiempo a donde va a haber muertos no es su perspicacia, sino su poder de adivinación. A menudo se instalan en el campo donde va a haber muertos tres días antes de la carnicería”.
Félix de Azúa escribe sobre un pájaro muy romántico (p. 83): “He visto a un carancho que cogió un sapo y subiéndose a un árbol, llamó a su consorte y se lo regaló”.
Sobre el chorlito dice DS (p. 87): “Si alguien tuviera una duda acerca del porqué de la expresión cabeza de chorlito para designar a una persona distraída y atolondrada, basta con ver al chorlito moverse una mañana sobre el rastro húmedo del mar en la playa: empieza a correr hacia un punto y sin motivo aparente se detiene y parte a toda velocidad en la dirección opuesta, luego gira noventa grados, luego cuarenta y cinco…”.
En la mayoría de las aves, escribe DS (p. 94), “la inseminación se da por una mera puesta en contacto de cloacas genitales, mientras el cisne macho es prácticamente el único que posee una autentica protuberancia genital: propiamente, un pene” (por eso Zeus, para poseer a Leda, se volvió un cisne y no cualquiera otra ave).
Ludovico Milanesi dice sobre el canto del cisne (p. 96): “Platón destaca que no es un canto triste, pues si el cisne estuviera embargado por la tristeza, no tendría ánimo de cantar. Tal postura ante la muerte transformó al cisne en paradigma de valor y ecuanimidad”.
Al colibrí lo llaman también el resucitado. Escribe Francisco López de Gómara (p. 101): “Muere o se adormece por octubre, asido de una ramita con las patas, en lugar abrigado; despierta o revive por abril, cuando hay muchas flores, y por eso lo llaman el resucitado”. Jake Page y Eugene Morton dicen (p. 101): “Mientras el corazón humano late, en promedio, a setenta pulsos por minuto, el de un canario lo hace a quinientos catorce, y el de un picaflor, a seiscientos quince”.
Dice Johann Wier que (p. 115) “todo hombre posee un diablo personal, una suerte de equivalente maléfico del ángel de la guarda. Cada persona es seguida por un minucioso diablo que va volando tras ella y toma nota en una tableta de sus actos, dando a cada uno de ellos la peor interpretación posible. Si la persona que es objeto de esta persecución reza tres padrenuestros, el demonio se ve obligado a borrar sus anotaciones con la lengua”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
Sin comentarios aún.