La esperanza
Rosalía se levantó más temprano que de costumbre ese miércoles, tenía una comisión por parte de su trabajo y le tocaba viajar fuera de la ciudad. El canto de los pájaros fue el augurio de un día soleado.
Salió de su casa cuando el alba aún no se asomaba. Observó el paisaje de las montañas bañadas en neblina, como una especie de ensueño. Se imaginó escalando alguna de esas montañas, en compañía de Amaranta, Tomás y Timoteo, su pandilla favorita, como llamaba a sus hijos y esposo.
El llamado de un conductor la regresó a su ubicación actual, la terminal de colectivos que la llevaría a su destino. Se subió en uno de los colectivos e inició su travesía.
Era la segunda vez que visitaba ese pueblo, le agradaba mucho la vegetación que había. Su encomienda era dar un taller a un grupo de estudiantes de nivel primaria en la única escuela que tenían ahí. La vez anterior solo había asistido como auxiliar, ahora era la encargada de facilitar el taller.
La dinámica de trabajo en el grupo fue muy buena. Al inicio estaba un poco nerviosa, sin embargo, una visita inesperada le alegró más el día. Cuando estaba explicando una de las actividades a realizar, se hizo presente una cigarra, como ella solía llamar a las libélulas. Era grande, la de mayor tamaño que recordaba haber visto en su vida. Era de color negro brillante y comenzó a danzar por todo el salón. El grupo la recibió con gusto, Rosaura y Joaquín, dos de los estudiantes, dijeron que era raro que llegaran por ese lugar.
En la familia de Rosalía tenían la creencia que si una cigarra les visitaba era augurio de la esperanza, que algo lindo sucedería. Por eso, para ella fue de gran regocijo tenerla en el aula. La perdió de vista, de pronto, cuando estaba resolviendo la duda de un estudiante, sintió una presencia en ella, volteó ligeramente hacia su hombro izquierdo y la descubrió posando sobre él. Fue un bello regalo, como suave caricia. Tuvo la sensación de sentirse acompañada y le generó paz. Siguió con sus actividades, así como llegó la cigarra se retiró. Rosalía terminó el taller con muy buen sabor de boca.
De regreso a la ciudad se deleitó con observar el paisaje en la ventana del colectivo. Cerró sus ojos por un instante y sintió nuevamente la discreta presencia de la esperanza sobre su hombro izquierdo. Estaba muy contenta de volver a casa.
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