Árbol de piñas
Ernestina viajó a visitar a Elba, su mejor amiga, a un pueblo enclavado en una región montañosa, donde la vegetación era abundante en pinos y oyameles de gran tamaño. Elba le había contado de la belleza del paisaje y no exageró.
La vivienda de Elba era pequeña y confortable. El rincón favorito de Ernestina fue una ventana que daba al jardín vecino y a través de ésta se asomaba un pino de tamaño mediano, con follaje frondoso y lleno de piñitas. Era un deleite asomarse en distintos momentos del día, contemplar cómo el viento mecía sus hojas y sobre todo, cómo lucía la belleza de cada una de sus piñas.
Cada rama del pino estaba bellamente decorada con piñas, desde la rama más baja hasta la más alta. Las piñas eran irrepetibles en sus tamaños y formas. Algunas estaban unidas, como racimos de uvas, se observaban tres o cuatro piñas, entrelazadas; en otras ramas se apreciaban dos frutos y en pocas ramas solo había una piñita.
Elba encontró más de una vez a su amiga Ernestina observando frente a la ventana, hasta que le preguntó:
—¿Qué tanto miras, qué hay ahí que no me he dado cuenta?
Ernestina le contó que aún no creía que tenía tan cerca un pino lleno de piñas. Las piñitas eran un regalo de la naturaleza que ella había recibido por primera vez en su infancia, en una fecha cercana a una Navidad. Desde que las tuvo entre sus manos le encantaron, imaginó cómo habrían nacido, de qué forma y tamaño sería el árbol de donde las cortaron, cómo serían sus hojas. El olor de las piñas le remontaba al bosque, naturaleza viva y ahora era el momento de deleitarse.
Elba le dijo que podría pedirle a sus vecinos si les permitían ver más de cerca el árbol y quizá hasta poder recolectar piñitas que estuvieran en el piso o cortar algunas. La idea le encantó a Ernestina. Lo que no sabía Elba era que, para no perder la oportunidad de tener plasmada la experiencia, su amiga había comenzado a trazar un boceto del árbol de piñas en su libreta de dibujo, actividad que disfrutaba realizar. Sin duda, visitar a Elba y conocer el lugar donde vivía eran de los mejores recuerdos que tendría y había encontrado una linda manera de representarlo.
—Elba, adivina que estoy comenzando a dibujar —dijo Ernestina con la intención de despertar la curiosidad de su amiga.
—¡Mujer, vaya que aprovechas el tiempo hasta en tus ratos de descanso! ¿Acaso tiene que ver algo con un pino? ¿Le atiné verdad?
Ambas sonrieron y Ernestina fue por su libreta para mostrar el boceto a su amiga.
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