Vacuidad

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Vacuidad

Héctor Cortés Mandujano

 

Leo, dentro de la colección Neurociencia y psicología, La evolución del cerebro humano. Un viaje entre fósiles y primates (Emse Adapp-Editorial Salvat, 2019), de Emiliano Bruner. Desde el prefacio apunta (p. 12): “No olvidarnos algo fundamental, un matiz que les quedaba bien claro a los entregados y competentes científicos de la precuela El origen del planeta de los simios: lo sabemos todo sobre el cerebro, menos cómo funciona”.

En un recuadro sobre taxonomía, el autor insiste, dado que cada día los conocimientos cambian o se ponen de moda algunas reflexiones o se usa una nueva palabra o se demuestra que era falso lo que pensábamos palmariamente cierto (p. 38): “Recordémoslo: no hay verdades”.

La alometría (“cuando la forma varía en relación con una modificación del tamaño”) es otro recuadro. Pone un ejemplo literario (p. 44): “Si Alicia se hubiera vuelto gigante en el mundo real y no en el País de las maravillas habría muerto rápidamente con atroces dolores: su cerebro se habría quemado al no poder disipar el calor que habría producido, sus pulmones no habrían podido atender la demanda de oxígeno del cuerpo y sus piernas se habrían quebrado al no tener los fémures lo bastante anchos para soportar el peso de su cuerpo”.

Así, “la anatomía del cerebro es un sistema complejo de reglas alométricas. […] (sus órganos y sus funciones) tienen que nivelarse contantemente para proporcionar un equilibrio global y biológicamente funcional”.

Somos muy parecidos a los simios (de hecho pertenecemos al orden zoológico de los primates); por eso, una pregunta frecuente en las investigaciones es qué nos hace humanos. Dice Bruner (p. 58): “La importancia de conocer lo que nos hace humanos no evita la necesidad de conocer el otro lado de la moneda: ¿qué es lo que nos hace simios?”.

Ahora que con normalidad se agregan piezas metálicas a nuestro cuerpo, propone Bruner (p. 129): “Somos ciborgs desde que aquel Homo ergaster asió aquella piedra, se encontró cómodo y descubrió que si añadía la piedra a su mano podía hacer muchas más cosas. […] El cerebro interpreta los objetos como una extensión del cuerpo, o tal vez el cuerpo mismo como un objeto. Sea como sea, el sistema cerebro-cuerpo-tecnología trabaja en conjunto, piensa en conjunto, siente en conjunto y resuelve problemas en conjunto. Esto no quiere decir que los tres elementos tengan los mismos roles o la misma importancia”.

Casi al final cita a Edward  Wilson (p. 135): “Tenemos el problema de lidiar con una especie –la nuestra– que tiene un tecnología divina, unas administraciones medievales y unas emociones paleolíticas. La evolución hará lo que pueda, con sus métodos tajantes y despiadados”.

 

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Ilustración: HCM

En Lecturas para adolescentes, tomo I (Libris Editores, 1998), de Lucero Lozano, hay textos varios (cuentos, ensayos, poemas, obras de teatro) de autores de distintos tiempos y diversas geografías.

De Ricardo Garibay toma la compiladora un fragmento de la novela biográfica Fiera infancia y otros años (que ya leí completa, hace tiempo). Me encanta la bella brusquedad narrativa de Garibay; aquí, de niño, se refiere a la voz de su papá (p. 2): “Qué odiosa voz ronca y dura, ha de tener un charco en la garganta, un sapo, charcas de lodo”.

De Eduardo Galeano incluye “Historia del hombre que en el alto cielo amó a una estrella, y fue por ella abandonado”. El cuento es sobre un hombre que captura una estrella y la vuelve su mujer; ella se va al cielo y él la persigue. No se llevan bien (p. 4): “En cada pelea conyugal, el hombre envejecía cien años y ellas quedaba completamente a oscuras”.

 

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Regalo de mi amiga Paty Bautista, leo Budismo moderno. El camino de la compasión y la sabiduría (Editorial Tharpa, 2013), de Gueshe Kelsang Gyatso, que en su prólogo dice que (p. 3) “Buda dio ochenta y cuatro mil preciosas enseñanzas, a partir de las cuales se desarrolló el budismo en este mundo. […] La práctica de las enseñanzas de Buda consta de dos etapas –adiestramiento en el sutra y adiestramiento en el tantra– y ambas se exponen en este libro”.

Explica (p. 4): “El origen de todos nuestros problemas diarios son nuestros propios engaños, como el apego”, y el apego se multiplica a la amistad (deprimirnos cuando un amigo muere), las posesiones materiales (sufrir si los perdemos), nuestra posición social, nuestra reputación (ponernos tristes por los cambios): “Si no tuviéramos apego, no habría ninguna base para experimentar estos problemas”.

Dice (p. 5): “La raíz del apego y de todo nuestro sufrimiento es la mente ignorante del aferramiento propio, la ignorancia del mundo en que los fenómenos existen en realidad”. Pensar que podemos morirnos hoy y perder todo a lo que nos aferramos (p. 27) “elimina directamente nuestra pereza del apego y nos abre la puerta del camino espiritual”.

Cito en extenso (p. 33): “Sabemos que cuando nuestra mente está tranquila somos felices y cuando no lo está somos desgraciados. Por lo tanto, está claro que nuestra felicidad depende de nuestra paz interior y no de lo favorables que sean las condiciones externas. Aunque estas sean desfavorables, si mantenemos la mente apacible en todo momento, seremos siempre felices”.

Habla del nacimiento, de manera bastante gráfica (p. 41): “El vientre de nuestra madre es caliente y oscuro. Este pequeño espacio saturado de sustancias impuras será nuestro hogar durante nueve meses y es como si estuviéramos apretujados dentro de un pequeño aljibe lleno de líquidos sucios y bien cerrado para que no entren el aire ni la luz”.

Vuelve al modo que vemos erróneamente la realidad externa (p. 93): “Este libro, nuestro cuerpo, nuestros amigos, nosotros mismos y todo el universo solo son, en realidad, apariencias mentales, como los objetos que vemos en sueños. […] Tanto el mundo onírico como el del estado de vigilia son meras apariencias en la mente que surgen de nuestras concepciones equívocas”. Si son falsos los sueños, es falsa la realidad.

Debemos actuar convencionalmente, aconseja (p. 125), “pero recordando siempre que tanto nosotros mismos como las personas que nos rodean y nuestro entorno que normalmente percibimos no existen en absoluto. […] Si sabemos que todo lo que percibimos es una mera apariencia” no nos aferraremos ni a los cosas bellas ni a las feas, ni a lo atractivo ni a lo desagradable.

Nuestro yo y el mundo externo no tienen una existencia inherente. Son sólo vacuidad.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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