Tarde de primavera
Margarita aceptó la invitación de Andrea y Genaro, sus amistades que vivían en otro estado de la República Mexicana, para ir a visitarlos en sus vacaciones. Como estaba acostumbrada a andar de un lado para otro, o como le decían en su familia, de pata de chucho, la invitación le vino muy bien.
Andrea y Genaro organizaron una serie de actividades para que pudieran coincidir en sus tiempos libres con Margarita, además de realizar una cartelera con propuestas para que ella eligiera qué le apetecía más hacer de manera individual.
Una de las tardes la propuesta fue visitar un parque cercano a la casa de Andrea y Genaro, era un espacio muy grato, con vegetación y ambiente familiar. Sus amistades le comentaron que solían ir ahí para correr los fines de semana, querían que conociera para ver si se animaba a acompañarlos el próximo fin.
El parque les quedaba como a 8 cuadras de distancia de su domicilio. Caminaron al destino y desde que Margarita observó el arbolado sintió que le encantaría el lugar, así fue, sin duda. Buscaron una banca para sentarse y a lo lejos estaba un puesto ambulante de papas fritas caseras y aguas frescas.
—¡Con este calor se antoja un agua de jamaica como las que se ven allá! —dijo Margarita, al tiempo que señalaba la dirección del puesto ambulante.
—No se diga más, ahora vamos por aguas y unas papas, —señaló Andrea. ¿Vienen conmigo?
—¡Vamos chicas! —exclamó Genaro.
—Prefiero esperarlos y observar el paisaje, les encargo un agua, por favor —comentó Margarita.
Mientras sus amistades iban por el encargo, Margarita fue recorriendo el parque con la mirada. Había una zona donde la gente llegaba a hacer ejercicio, pensó que ahí aplicaba lo de juntos pero no revueltos. Le llamó la atención la organización que había, gente de diversas edades, cada quien en su actividad, el dinamismo afloraba. Por otro lado, estaban las personas que asistían a pasar una tarde amena llevando a niñas, niños a jugar con sus patines, triciclos y bicicletas. Los gritos y bulla eran parte del paisaje sonoro. También observó a personas muy mayores de edad que visitaban el parque en silla de ruedas, las asistían sus familiares, le pareció un detalle muy bonito e importante, la atención a los adultos mayores, el estar en contacto con la naturaleza seguro les distraía y brindaba energía y alegría.
Se puso de pie para ver mejor otra área, la de los caninos, parejas, familias o de manera individual llevaban a sus perros de paseo, los animales lo disfrutaban al máximo. Pensó en la importancia del cuidado y atención a los integrantes peludos que forman parte de las familias, el paseo era parte de ello. Sobre otro lado había un área con pasto donde las personas estaban recostadas, algunas leyendo o conversando en pequeños grupos. Cada quien parecía disfrutar su espacio, su actividad y la compañía con quien estaba. Su mirada se detuvo en una especie de parada de autobús, ahí estaba sentado un señor indigente, solo, con la mirada dispersa, parecía imperceptible para el resto de las personas. No pudo evitar sentir una sensación de nostalgia.
Margarita volvió la mirada al puesto de papas y aguas frescas, por un instante olvidó que Andrea y Genaro había ido a comprar. Los vio que ya venían de regreso con los alimentos. Estaba contenta de conocer ese lugar, al tiempo que pensaba cómo en un solo espacio, el parque, cabían tanta situaciones y personas, todo eso percibido en una tarde de primavera.
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