Las lágrimas del Checo
Precisamente por ese gesto, llorar en el podio del Gran Premio de Mónaco que ganó el domingo pasado, Sergio, el Checo Pérez se está convirtiendo prontamente en un nuevo ídolo deportivo mexicano. Y no necesariamente por la sencillez -que en parte sí lo expresa cuando se rinde emocionalmente a la hora de escuchar el himno nacional- sino por la forma en que pondera ese acto en donde, que se sepa, nadie ha llorado cuando recibe el galardón de una carrera sin haber ganado el campeonato total de la Fórmula 1.
El Gran Premio de Mónaco es la joya de la corona de la Fórmula 1, su prosapia como uno de los blasones más llamativos de este deporte, hizo sucumbir al piloto mexicano, pero también a todo un país, que ha visto su tesón y su apuesta como piloto a ser considerado uno de los mejores en un deporte que se caracteriza no exactamente por ser popular, sino de una tradición “acomodada”, de las clases sociales más altas, alejada de los estándares mexicanos de las renombradas figuras del deporte nacional. El ser el primer mexicano (quinto latinoamericano) en conquistar esta carrera, no sólo refrendó la identidad como mexicano de Sergio Pérez puesto que, antes que nada, dedicó el triunfo al país, sino también “humanizó” para los mexicanos este evento y un deporte a veces tan alejado de nosotros.
Sencillez, carisma, simpatía y ahora talento de sobra, es lo que el discurso de Checo Pérez nos mostró cuando estuvo en el podio. Un auténtico héroe, ahora al alcance de todos y de las fibras nacionales más sensibles, en un evento de mucha alcurnia y con ese olor a realeza que concurre al Principado como parte de su tour de clase. La emoción latinoamericana no riñe con el sentido práctico y razonamiento europeo, ese sería uno de los mensajes más poderosos para los flamantes aficionados mexicanos a la Fórmula 1.
En estricto sentido, el Checo no ha ganado nada y su presencia como co-equipero responde a una estrategia de una poderosa firma que patrocina todo un equipo de autos de carreras. Checo no es aún la estrella, es el segundo de a bordo de acuerdo a las reglas de este deporte. En teoría, ganar esta carrera no habría de terminar en llanto, la ruta forma parte de un exhaustivo calendario de fechas y de meses por venir. Pero, ciertamente por ese hecho, el de Guadalajara, sin quererlo, nos hizo ver la escasa importancia de la disciplina deportiva donde te desenvuelvas, sino cómo asumes tu papel en ella. Por eso los reclamos a los futbolistas de la selección, jóvenes ricos y en clubes importantes del mundo pero no se “rifan” a la hora de defender a la patria.
Ante la ausencia de los otrora grandes héroes nacionales, el Checo, junto al Canelo Álvarez, son dos personajes del deporte que están emergiendo como un suceso que rebasa, desde hace mucho, a las opiniones especializadas de los verdaderos conocedores del automovilismo y el boxeo, respectivamente. Una primera condición para ser considerado como ídolo de masas: ser parte de los imaginarios de todas las clases sociales. Hoy es casi imposible que nadie conozca al piloto mexicano; es tema de charla común y en el país todo el mundo habla de él con la familiaridad que otorga el “estar cerca” de nosotros. Si el Canelo no pega tanto debido a su, injusta o no, creencia en su falsa trayectoria como boxeador, el Checo Pérez, pese a ser un joven de clase acomodada en cuanto a la idiosincrasia de los ídolos nacionales, no se le escatima nada en la forma como se desarrolla en la Fórmula 1.
Para México es un ganador, pero también emana cordialidad, segundo punto para comenzar a ser considerado una gran figura (recordemos a Hugo Sánchez, el mejor futbolista de todos los tiempos en México, pero no necesariamente el más popular).
Clavados a piscinas aparte, Sergio, el Checo Pérez, ha asumido la muy pesada carga de ser una figura pública en nuestro país. Aparte de hacernos villamelones de un deporte de élite y de exclusividad, lo que requerimos del Checo es que nos siga dando esa sensación tan desgastada -pero tan urgente al mismo tiempo- en tiempos de las crisis nacionales, como es el creer que la calidad deportiva debe ir de la mano de la “sinceridad” con que se practica, el “masiosare” extraño enemigo que todos podemos y debemos vencer.
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