Diálogos por la ENAH (2)
El lunes pasado, 27 de junio, habíamos programado la segunda conversación para hablar de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) en el período de 1965 a 1970. Por causas fuera de nuestra voluntad no fue posible llevar a cabo dicha conversación. Pero para los lectores de Encarte Crítico en Chiapas Paralelo, escribo mi versión de lo que fueron esos años en la legendaria ENAH, de tal manera que quienes leyeron el primer texto tengan ahora un complemento.
Ingresé a la ENAH en 1965. Gobernaba al país el Partido Revolucionario Institucional (PRI) a través del Presidente de la Republica, Gustavo Díaz Ordaz (1 de diciembre de 1964 al 30 de noviembre de 1970) que resultó ser uno de los períodos en los que el Estado Nacional Mexicano ejerció la represión contra los movimientos populares con violencia inusitada. En el año de 1965 se trasladó a la ENAH que funcionaba en la Calle de Moneda, a un costado del Palacio Nacional, a los locales construidos ex profeso en el Museo Nacional de Antropología e Historia situado en Chapultepec e inaugurado por el Presidente Adolfo López Mateos el 17 de septiembre de 1964. Así que en los inicios de un nuevo semestre en la ENAH en febrero de 1965, se recibió a las nuevas generaciones de estudiantes en el Museo Nacional, dividiéndose los cursos por vez primera en la historia de la Escuela, en matutinos y vespertinos. Fuimos agrupados en el curso matutino todos los estudiantes que habíamos informado el tener el respaldo económico familiar mientras los del curso vespertino eran los que trabajaban y estudiaban. Para el segundo semestre, todos quienes ingresamos a la ENAH en 1965 fuimos agrupados en los turnos vespertinos. Eran los tiempos del llamado “tronco común” que consistía en cursos introductorios a las especialidades que se consideraban antropológicas: arqueología, antropología física, antropología social, etnología (con especialidad en etnohistoria), lingüística. Así que todos los estudiantes que después escogían alguna de las especialidades, pasábamos un año juntos. Además de que la demografía de la Escuela era baja, 300 alumnos en 1965, el tronco común era también un período en el que los estudiantes se cohesionaban, no importando después la especialidad que siguieran. Otra característica relevante era que a la Escuela acudía un número importante de estudiantes que provenían de otras carreras: periodismo, derecho, arquitectura, medicina; o bien que habiendo terminado alguna especialidad en la propia ENAH se habían inscrito para cursar otra, como era el caso, por ejemplo, de Roger Bartra, que había terminado arqueología y cursaba la especialidad de etnología. Además, eran aquellos los tiempos en que la Secretaría de Educación aún no expedía normas para los posgrados. Por esa razón, en la ENAH de aquellos años, uno salía con una especialidad pero con el grado de Maestro en Ciencias Antropológicas. De tal manera que el egresado estaba en capacidad legal de inscribirse a un Doctorado, lo que en aquellos años era muy raro. Las características del estudiantado que he descrito, se traducían en que los más experimentados, los que ya habían cursado otras carreras, eran, de hecho, maestros de sus compañeros, al comentar los cursos y las opiniones que se recibían de los docentes respectivos. Si esa era la característica de los estudiantes, la de los docentes no era menos interesante. En efecto, en la ENAH enseñaban personajes como Paul Kirchhoff, creador junto con Wigberto Jiménez Moreno del concepto de Mesoamérica, tan fundamental en México. Kirchhoff impartía el curso de etnografía antigua de México, con un conocimiento espectacular de los pueblos originarios del actual país que somos. No menos importante eran los cursos de Wigberto Jiménez Moreno, que enseñaba la historia antigua de México con un conocimiento admirable de la documentación disponible, sobre todo, de los llamados “cronistas de Indias” a los que citada de memoria. Don Wigberto, o Tío Wigbi, como le decíamos, era caballero de colón, un creyente católico devoto, que enseñaba a estudiantes que en su gran mayoría simpatizaban con las corrientes de izquierda, no sólo de México sino de América Latina y El Caribe. Éramos estudiantes que teníamos en lo más alto de nuestra estima al Che Guevara, a Camilo Cienfuegos, a Vilma Espín, a Fidel Castro y al pueblo cubano. Y por supuesto a Benito Juárez, Emiliano Zapata y Pancho Villa. Pero Tío Wigbi no se arredraba ante ello e impartía sus clases con gran erudición y sabrosura de lenguaje. Además, su clase de náhuatl era excelente, tanto, que aún me acuerdo de los fundamentos de esa lengua a más de medio siglo de haber llevado ese curso.
Aquellos eran los tiempos en que se discutía el marxismo y su relación con la antropología además de cuestionarse al indigenismo y a las aplicaciones prácticas de la disciplina. ¿Antropología para quién? Era una pregunta constante y motivadora de mesas redondas y discusiones. Eran profesores en la Escuela, al lado de antropólogos “conservadores”, la generación crítica, es decir, Guillermo Bonfil, Mercedes Olivera, Arturo Warman, Margarita Nolasco, Enrique Valencia, Daniel Cazés Menache, José Rendón, al lado de profesores con orígenes europeos que habían militado en diferentes organizaciones de izquierda en sus respectivos países: Barbro Dalhgren (sueca), Paul Kirchhoff (alemán), Johanna Faulhaber (alemana), Madame Carasó (francesa), el Ingeniero y gran etnógrafo, Roberto J. Weitlaner (austriaco). Con ellos, maestros que venían del exilio republicano español como José Luis Lorenzo Bautista o Ángel Palerm. Y los mexicanos, como Leonardo Manrique, Rosa Camelo, Carlos Martínez Marín, Felipe Montemayor, Moisés Romero; o los guatemaltecos, militantes también de la izquierda, como el legendario Carlos Navarrete, tan importante en la arqueología, la etnografía y la literatura.
Esa era la ENAH que vivió el movimiento estudiantil de 1968. Le tocó al fallecido Jaime Nieto ser el último Presidente de la Sociedad de Alumnos (la SAENAH) que fue substituida por el Comité de Huelga y la Asamblea Permanente. Pero desde años anteriores al 1968, habíamos organizado semanas de solidaridad con el Pueblo de Guatemala, escuchando a Luis Cardoza y Aragón y a varios de los intelectuales guatemaltecos refugiados en México. Fuimos la generación que organizó los “seat inn” (las “sentadas”) en las puertas del Museo Nacional de Antropología para llamar la atención del turismo y de los visitantes en general hacia las problemáticas de América Latina, las luchas populares, los problemas de México. Incluso, en pleno movimiento estudiantil, y sin celulares ni computadoras, logramos establecer comunicación con los estudiantes japoneses de la poderosa Zengakuren (Federación Japonesa de Asociaciones Estudiantiles), los estudiantes franceses en lucha; tuvimos contactos con estudiantes norteamericanos e incluso hasta estudiantes vietnamitas. Fuimos una generación que protestó contra la guerra de Vietnam. Me tocó en 1967, como Presidente de la SAENAH, bautizar, por acuerdo de la Asamblea Estudiantil, al local que era nuestra oficina en la ENAH, con el nombre de Nguyen Van Troi, el estudiante vietnamita asesinado por la tropa norteamericana el 15 de octubre de 1964. De todo ello trataba la Segunda Conversación por la ENAH. Hago votos porque en algún otro momento ello ocurra. Insistir, como bien opina mi amigo y colega Pedro Tome, en la necesidad de declarar a la ENAH como Bien Cultural de México. Porque lo es.
Ajijc. Ribera del Lago de Chapala. A 27 de Junio, 2022
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