Una pizca de silencio
Antonieta y Augusto, su hermano menor, fueron el fin de semana al zoológico, ella le había prometido que lo llevaría de paseo. El niño estaba aprendiendo a leer y Antonieta pensó que era un buen ejercicio que pusiera en práctica la lectura con los letreros que había ahí.
Augusto iba muy entusiasmado, se puso su gorra favorita y sus tenis verdes que hacían llamativa combinación. Ambos emprendieron el paseo, se llevaban muy bien a pesar de la diferencia de edades, iban muy conversadores como solían serlo, a ambos les gustaba platicar mucho. Su papá solía decirles, ustedes hablan hasta por los codos, había bastante de cierto en ello.
La actividad de lectura no tardó en comenzar, sin que Antonieta le recordara, Augusto comenzaba a leer en voz alta y a su ritmo los letreros. Antes de ingresar a espacios cerrados Antonieta le recomendó que pusiera mucha atención, había letreros que indicaban guardar silencio para respetar el hábitat de los animales.
—Hay muchos letreros acá y con dibujos, se ven bonitos —dijo Augusto.
—Sí, a eso se le llama señalética, está en todas partes a las que vamos, mercados, carretera, restaurantes, hoteles, escuelas —respondió Antonieta.
—Ah ya me acordé que hay varios en mi escuela.
Después de haber recorrido el herpetario, el tortugario, el aviario y el espacio de los felinos, ya casi habían terminado la caminata, solo les faltaba el mariposario. El calor estaba intenso, llegaron a un área de descanso bellamente cobijada por los árboles que tenían bancas de cemento alrededor, tomaron un respiro y se sentaron. Augusto, le dijo a su hermana que le gustaba el paseo, había muchos animales y algunos no los conocía más que en fotos, como los que estaban en el herpetario.
Antonieta abrió su bote con agua, tenía mucha sed, iba a preguntar a Augusto si quería beber un poco y al voltear a verlo se espantó, tenía los ojos cerrados y permanecía sentado a su lado.
—¿Augusto te sientes bien? —preguntó asustada mientras lo tomaba del hombro izquierdo.
—Shhhh, sí, solo necesito una pizca de silencio —respondió sin abrir los ojos.
—¿Una pizca de silencio? ¿De qué hablas?
—Acércate —le dijo a Antonieta, con los ojos cerrados y moviendo su mano izquierda para que se inclinara y decirle en voz baja. —Aquí hay animalitos en los árboles pero no los podemos escuchar si no guardamos silencio, yo quiero escucharlos, te invito a que cierres los ojos y a ver si adivinamos cuáles son.
—De acuerdo, acepto la invitación —señaló Antonieta en tono susurrante. Cerró los ojos y comenzó a disfrutar el paisaje sonoro de las aves y también fueron asomando los monos y los loros.
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