Sentirse bonita
Ada se detuvo frente al espejo de su tocador, estaba sin una gota de maquillaje. Observó atentamente su rostro, lo veía pálido, sin los tonos que acostumbraba a colocarse y se asomaban las líneas de expresión propias de su edad. Tomó el cepillo y comenzó a peinarse, lo hacía con sumo cuidado y observando que su cabello estaba tomando el color natural, el tono del tinte que solía pintarse se había desvanecido. Se asomaban los hilos de plata en buena parte de la cabellera.
Una vez que terminó de cepillarse buscó con la mirada dónde estaban los botes del tinte. No tardó en hallarlos, los tenía bien colocados, en un lugar visible. Se acercó a tomar uno de ellos, y como si fuera la primera vez que lo veía se dispuso a leer cuidadosamente las instrucciones. Volvió la vista al espejo y nuevamente fijó la mirada en su rostro, poniendo especial atención al cabello. Esta ocasión no había tomado el bote de tinte en automático para hacer la preparación y colocarlo en cada hebra de su cabellera, tenía días que venía meditando esa decisión, le costaba mucho pero estaba dispuesta a no dar marcha atrás. Dejaría de teñirse con el bello tono de castaño claro que le había acompañado por varios años.
Mientras recopilaba los botes de tinte para depositarlos en una caja que luego obsequiaría, la mente de Ada tenía varias ideas que no dejaban de asomarse, imaginaba las palabras de Rita y Alberto, su hija e hijo, ¿mamá, te sientes mal? ¿Por qué no te has teñido el cabello? ¿Te has dado cuenta que ya se asoman las canas? ¿Qué dirán tus amistades y la tía Paty que siempre anda fashion?
Ada tenía las respuestas a cada una de esas preguntas, decidió dejar de agobiarse por estar observando que las raíces del cabello se habían despintado y tenía que retocarlas de manera urgente. La frase de ‘siempre debes lucir impecable para verte bella’ resonó mucho tiempo en su vida. Muchos años después había reflexionado ¿por qué estar dando gusto a medio mundo sin escucharse? Quería darle un apapacho a su cabello y dejarlo respirar. No era una tarea fácil acostumbrarse a su nuevo tono, valía la pena intentarlo.
Por tercera ocasión se observó frente al espejo, buscó una ballerina color marrón y se la colocó. Acomodó su cabello. Su rostro seguía al natural, se quedó viendo, como si intentara reconocerse. Después de varios instantes ahí, sonrió, tenía mucho tiempo sin sentirse bonita. Le gustaba como se veía. Buscó uno de sus labiales favoritos y se pintó. Se dirigió al alhajero y eligió unas arracadas medianas de plata para usar. Ese día había tomado una decisión importante, el sentirse bonita era algo que debía vivir y gozar, sin tener que estar dándole gusto a las demás personas. Ahora quería disfrutar de sus canas, de sus hilos de plata con toda la tranquilidad.
El timbre del teléfono sonó. Era su prima Paty que llamaba para avisarle que, en un rato más, pasaría por ella para que fueran a desayunar. Ada le dijo que la esperaba, al tiempo que sonreía pensando en el rostro que pondría, tía Paty, cuando la viera con su nueva imagen.
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