Respira, respira
El canto de un ave despertó a Cristina, había conciliado el sueño pasada la media noche y su propósito ese sábado era despertar tarde. No pudo hacerlo. En cuanto escuchó el canto abrió los ojos, como si fuera una especie de alarma matutina, con la diferencia que no se levantó de golpe, como solía hacerlo entre semana para apagar la alarma del reloj. Recordó que era sábado y no tenía ningún compromiso.
Permaneció unos minutos en cama, tratando de cerciorarse que en realidad era el canto de un ave lo que escuchaba, cuando lo confirmó se levantó de la cama para abrir la ventana de su cuarto. Se sentía afortunada de que el edificio donde vivía con su familia tenía algunos árboles alrededor, eran los únicos que había en el condominio y justo frente a su ventana estaba uno de esos árboles. Descubrió posando en una de sus ramas al pájaro que estaba concentrado en su cantar, era de tamaño pequeño, con el pecho rojo y las plumas negras, una bella combinación. Se quedó unos instantes contemplando el paisaje y escuchando el canto.
Regresó a su cama, reviso qué hora era, las 6:30 de la mañana —aún es de madrugada para ser fin de semana —pensó. Estaba indecisa si seguía durmiendo o ya se levantaba, sintió la ráfaga de aire fresco que se colaba por la ventaba abierta.
Tenía la mente llena de ruido, había estado en situaciones de estrés por cuestiones familiares y laborales y justo por eso quería dormir mucho, para ver si lograba descansar y levantarse con más ánimo. El canto del ave seguía deleitándola, en ese momento le dieron ganas de ser ese pájaro que lejos de enojarla por haberla desmañanado le brindaba el regalo de su melodía.
Decidió que ya no dormiría, se asomó nuevamente a la ventana, no tardaba en darle los buenos días el sol. Se quedaría despierta e intentaría hacer un ejercicio de meditación ayudándose de algún video guía. Una de sus compañeras del trabajo le había comentado que la meditación era una herramienta útil para disminuir el estrés, la respiración era el ingrediente esencial. —Ante una situación de ansiedad, respira, respira —solía decirle Paola. También se le vino a la mente una frase que le compartió en alguna ocasión una de sus amigas, Mente quieta, espalda recta y corazón tranquilo. Eso era lo que necesitaba en ese momento.
Buscó uno de los videos que le habían recomendado para meditar, colocó una manta en el piso, se acomodó sobre ella en una postura cómoda. Escuchó la voz que guiaba la meditación, inhale lento y profundo, exhale… comenzó a sentir cómo su cuerpo se relajaba y a escuchar su propia respiración.
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