Morena y las rupturas que vienen
Morena es el nuevo partido hegemónico en México. A donde se voltee: al sur, al centro o al norte del país, hay estados gobernados por Morena.
Esa presencia, ahora mayoritaria, rememora al viejo PRI, y no solo porque México se ha teñido de guinda, sino porque en la práctica, Morena es similar al otrora partido de Estado: autoritario, corrupto y clientelar.
Esperábamos que Morena transformara las prácticas políticas en nuestro país con una impronta democrática, transparente y propositiva. No ha sido así.
Esas prácticas autoritarias, opacas y clientelares mermarán, sin duda al partido. Veremos entonces que Morena ha sido solo un aluvión que arrasó con todo, para dejarlo todo de la misma manera, en una instauración del viejo credo priista.
Las elecciones de 2024 serán el principio de la caída del partido que renegó a todo cuanto debió ser su vocación: el de una verdadera izquierda incluyente y democrática.
Todavía puede reparar el camino, y tendría que empezar por establecer reglas claras en la elección de candidatos. Si se mantiene la tendencia actual, de opacidad e imposición, se desencadenarán conflictos, y no habrá para entonces un presidente fuerte que recomponga las grietas.
El sisma mayor se registraría con la elección o designación del candidato o candidata a la presidencia de la República. El aspirante que sienta que sus derechos fueron vulnerados podrá salir del partido y buscar cobijo en la oposición.
En los estados, como es el caso de Chiapas, también ocurriría una situación similar. Se tejerían nuevas alianzas con los candidatos marginados por Morena.
Aquí, en este estado en donde los grupos de poder son más poderosos que los partidos políticos, veríamos desmoronarse a Morena, dividirse en tribus, y alimentar al Partido Verde, cuyos dirigentes conocen mejor las preferencias y los intereses del volátil electorado chiapaneco.
No hay que esperar una transformación radical de Morena. Es difícil que un partido, envuelto en tantos conflictos internos, sin reglas claras de elección, en donde prima la voluntad del presidente de la República, vaya a dar un giro inesperado en los próximos dos años. Morena seguirá siendo el partido caprichoso, voluntarioso y autoritario.
Eso lo saben los aspirantes a los diferentes puestos políticos. Por eso, Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal no dejan de cultivar sus relaciones con la oposición, porque entienden que, de complicarse la candidatura por Morena, podrían saltar al bando contrario sin muchas dificultades.
En la misma situación se encuentran Zoé Robledo y Eduardo Ramírez Aguilar. Ambos intuyen que las aguas movedizas de Morena podrían dejarlos fuera de la candidatura a la gubernatura, así que alistan otras pistas de aterrizaje.
Tienen razón. Morena no ha generado certezas. La elección de los candidatos ha estado rodeada de escándalos, con supuestas encuestas pero que han beneficiado a los favoritos del presidente Andrés Manuel López Obrador.
No creo que para el 2024 la situación cambie en Morena. Seguirá la opacidad en el levantamiento de encuestas y, sobre todo, en los resultados de los elegidos a contender por puestos de elección popular.
Sin embargo, para entonces, habrá un menguante gobierno de Morena en el nivel nacional, en la que nadie creerá en las amenazas y presiones oficiales, y menos se someterán a las promesas inciertas de un partido que verá acelerar su declive con sangrías internas inevitables.
La oportunidad, de transformar realmente a México y crear una herencia de tradición democrática, se habrá esfumado con el partido que alguna vez fue la Esperanza de nuestro país.
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