El jolgorio
Rita aceptó la invitación de sus amistades Carlos y Sarita para visitar a los abuelitos de ellos que vivían fuera de la ciudad, en un ejido. Pasarían ahí el fin de semana. Salieron a la primera luz del día, justo al alba, el clima era muy agradable y el paisaje sumamente bello.
El camino no estuvo mal, la carretera estaba en buenas condiciones, probablemente porque aún no había temporada de lluvias. Antes de llegar a la casa de doña Esther y don Toño pasaron por un tramo de terracería como de dos kilómetros aproximadamente. Era el indicio de que estaban cerca de su destino.
Fueron recibidos con mucha alegría, Sarita y Carlos presentaron a Rita con sus abuelitos, quienes le dieron la bienvenida.
—Mucho gusto hija, estás en tu casa, humilde pero llena de amor —dijo doña Esther.
—Las amistades de nuestros nietos son también nuestras, siéntete en familia —comentó don Toño.
—Gusto en conocerles, Sarita y Carlos me han platicado mucho sobre ustedes y este bello lugar, muchas gracias por el recibimiento. Les traje pan para compartir —mencionó Rita.
Acomodaron sus cosas en el cuarto donde dormirían y luego se fueron a dar una caminata para conocer el huerto y el terreno aledaño, para que después ayudaran a preparar el desayuno. El huerto tenía muchos árboles frutales y el piso estaba cubierto de hojarasca, eso le daba un efecto especial de sonido al caminar, además de cumplir con una función ambiental importante para la tierra.
El cielo estaba bellamente decorado con nubes blancas y el azul celeste de fondo le daba un lindo toque al paisaje, las ráfagas de aire hacían que la intensidad del sol fuera más llevadera. El arbolado que había favorecía no solo el clima, la sensación de calor era menor, sino que también albergaba a muchos invitados.
Rita comenzó a caminar rumbo a los árboles de mango y toronja, un concierto de aves estaba justo en ese momento. Alzaba la vista intentando identificar a cada intérprete, eran de distintos tamaños y colores y sus cantos iban alternándose, como en sincronía.
Siguió caminando rumbo a la casa, escuchó la voz de doña Esther y se dirigió a donde estaba. Descubrió que platicaba con sus gallinas y guajolotes mientras les daba de comer. La abuelita no se percató de la presencia de Rita, quien guardó silencio al tanto que observaba con alegría el gran jolgorio que tenían las aves mientras les repartían la comida. Además del paisaje sonoro, se apreciaban las gallinas de diversos colores, blancas, coloradas, negras y las de nuca pelona, los guajolotes permanecían juntos. Jamás había presenciado un momento así, era una especie de fiesta en el gallinero.
El rostro de Rita dibujó una sonrisa, se sentía agradecida de estar en ese lugar y con la familia de sus amistades, esa mañana había presenciado el jolgorio de aves de corral que quedaría grabado en su mente y corazón. Sin duda había regalos, como ése, que eran gratuitos y hermosos, solo había que poner atención en lo cotidiano.
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