Antonin Artaud: un personaje surrealista y los Pueblos de la Tarahumara
A lo largo de los años, los pueblos indios de México han atraído la atención de un sin número de intelectuales, antropólogos, escritores, que han visitado al país con el propósito de experimentar la convivencia con mundos “no occidentales”. En México, uno de los intelectuales extranjeros que vivió en la Sierra Tarahumara y escribió acerca de los pueblos Rarámuri fue el francés Antonin Artaud. Corría el año de 1981 cuando discutí con mi entrañable amigo José Lameiras la propuesta que me hiciera el Instituto Nacional Indigenista (INI) para escribir un texto que vendría anexo a una edición de fotos y texto de Carl Lumholtz, el naturalista noruego que viajó por México en la década de los 1890, con el permiso, por supuesto, de Porfirio Díaz en plenitud del poder. Desde mis días de preparatoriano en el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas (ICACH) conocí el libro de Lumholtz debido a que mi maestro, Fernando Castañón Gamboa me obsequió una edición publicada por Ediciones Herrerías en 1945 (año de mi nacimiento) con el título de El México Desconocido. El texto y las fotografías de Lumholtz a los que me refería, los editó el INI con el título Los Indios del Noroeste (1982) incluyendo mi texto titulado, “Carl Lumholtz el Desconocido. Imágenes del Hombre” (pp. 78-82) que fue discutido con mi colega José Lameiras. Mientras transcurría la conversación con José Lameiras, él me mencionó a Antonin Artaud agregando algo así como “no puedes escribir sobre los Tarahumaras sin antes leer a Artaud”. En 1981 estábamos Lameiras y yo trabajando en el Departamento de Antropología de la UAM-Iztapalapa que recién, en 1975, habíamos fundado junto con Juan Vicente Palerm y Roberto “El Flaco” Varela en la Ciudad de México. El texto que debía escribir según me lo propuso Juan Carlos Colín a la sazón Jefe del Archivo Audiovisual del INI, tendría el propósito de comentar fotografías de Lumholtz de sus varias expediciones a México entre 1890 y 1898, y en particular, de las que el expedicionario noruego tomó entre Tarahumaras, Pimas, Tepehuanos y Huicholes, como así fue redactado y publicado. Pero no obvié la sugerencia de Pepe Lameiras de leer a Antonin Artaud, lo que fue para mí un descubrimiento. Al estar hurgando recientemente entre los anaqueles de mi biblioteca, me encontré la publicación del INI ya referida y una nota sobre la lectura del texto de Antoine Marie Joseph Artaud, conocido en México como Antonín Artaud, Los Tarahumaras, redactado en 1944. En 2018, el Fondo de Cultura Económica editó un texto muy similar al anterior con el título Los tarahumara y antes, la misma casa editorial puso a disposición de los lectores el texto de Antonín Artaud titulado México y viaje al país de los Tarahumaras (1987). Artaud era dramaturgo y poeta. Escribió ensayo. Dejó una obra muy amplia que Ediciones Gallimard de París publicó en 28 tomos en 2004. Llegó a México en 1936, justo en plena época Cardenista. El país estaba aún bajo los impulsos y entusiasmos desatados por la Revolución Mexicana y la derrota de Porfirio Díaz. Justo eran momentos en los que a nivel continental en América Latina se discutía el destino de los pueblos indios en el contexto de la forja de los Estados Nacionales. Se manejaban las teorías de la aculturación para tratar de asimilar a las culturas originarias en pro de consolidar y fortalecer una cultura nacional, que significaba borrar a la variedad cultural característica del país. Era el México de la reforma agraria más profunda que se ha hecho, con reparto de la tierra a un campesinado que venía de las batallas de la Revolución dirigido por figuras legendarias como Emiliano Zapata y Francisco “Pancho” Villa. Fue el México de la expropiación petrolera, del recibimiento a los republicanos españoles combatientes contra el eje fascista en Europa; era el país de la “educación socialista” y de los grandes movimientos artísticos. Es el país que recibió a León Troksky a quien finalmente Stalín tuvo éxito en asesinar. Pero también un México que veía a los pueblos indígenas como contingentes extraños viviendo en un “primitivismo” que significaba un obstáculo para lograr una nación moderna. Un personaje como Antonín Artaud, que según sus biógrafos vivía atormentado y en búsqueda incesante por encontrar un “arte total”, un personaje surrealista que había escrito un poemario con el título de El ombligo de los limbos además de proponer el llamado “Teatro de la Crueldad”, un personaje así, encontraba en las culturas originarias del México actual un ámbito diferente, un medio en el que los alucinógenos que alteran la conciencia, son auxiliares eficaces en la búsqueda por ese “arte total”. El arte buscado por Antonín Artaud conjuga al teatro, la actuación, la dramaturgia, la poesía, el ensayo, la literatura en todas sus expresiones. Ese “arte total” es también absoluto y encuentra sus orígenes en culturas como las de los Rarámuri que tienen la capacidad de expresar al mundo de múltiples maneras. Antonín Artaud afirmaba que la palabra no es el mejor de los lenguajes y buscó en el mundo simbólico de los indígenas del Noroeste de México una respuesta más cercana a su búsqueda. Un arte sin el respaldo de un mundo como el de los Tarahumara es una trampa, según Artaud, porque se convierte en una suerte de escondrijo de la miseria humana. Precisamente en su texto sobre los Tarahumara, Antonín Artaud acusa a la psiquiatría de cómplice de la miseria que agobiada a los humanos. Los Tarahumara encarnan el “primitivismo” si, pero son portadores de ese “arte total” que ronda la montaña, corre en los arroyos y murmura en el viento. Es el hombre blanco el que trae la pudrición a un mundo como el de los Indios del Noroeste y ello lo expresa Artaud en su obra de teatro titulada precisamente La conquista de México, que no es más que el relato de cómo opera la opresión en un sistema colonial. Casi a gritos, Antonía Artaud proclama que es imperativo regresar a lo sagrado-entendido como espiritualidad- en el mundo del capitalismo. Por eso, Artaud experimenta con las drogas, el peyote de los Huicholes, los alucinógenos de los Tarahumaras, que se mezclan de una manera extraña con sus experiencias psiquiátricas. Él mismo se definió como un extraño en su tierra, como un deportado en Rodez, Francia, en cuyo manicomio terminó de escribir su libro en 1946. El 4 de marzo de 1948 murió Antonín Artaud, el creador del Teatro de la Crueldad, reivindicador de las culturas originarias como la de los pueblos indígenas de México y un luchador contra la modernidad. Su escritura revela a un personaje nervioso, impaciente por cambiar al mundo, inquieto. Alguno de sus biógrafos afirma que fue un devoto católico y que osciló entre el ateísmo y la devoción. Lo cierto es que en su texto se revela a alguien que está convencido de que la fe es otro signo de la desgracia humana. Fue compañero de Andrés Breton, el maestro del surrealismo, y en un ámbito signado por la dramaturgia, Antonín Artaud crea el “Teatro de la Crueldad”. Buscando anteponerse a las palabras, convencimiento básico del Teatro de la Crueldad, Antonín Aratud encuentra entre los Tarahumaras a un “pueblo del Sol” (como decía Alfonso Caso) que halla su camino en la ingesta del Jikuri. Le atraía de los Tarahumaras, y lo expresa en su texto, el que vivieran en un mundo anacrónico, desafiante de la modernidad. Es ese anacronismo lo que permite a los Tarahumaras vivir una vida plena.
Antonín Artaud convivió en México con personajes simpatizantes del surrealismo como Federico Cantú e Inés Amor. Incluso, en la Galería propiedad de Inés Amor, conoce Antonín Artaud a María Izquierdo y a Luis Cardoza y Aragón. Sugiero consultar de Luis Cardoza y Aragón, Antología, México, CONACULTA, 1987; Tomás Fernández y Elena Tamaro, “Biografía de Antonín Artaud”, en Biografías y Vidas, Barcelona, España, 2004. Se encuentra en línea. Así mismo, recordemos que durante un lapso prolongado, México fue el lugar de destino de innumerables personajes que buscaban en los alucinógenos la respuesta a sus interrogantes. Es famosa, por ejemplo, la vida de María Sabina, la sabia zapoteca que llegó a estar abrumada por la cantidad de gentes que la visitaban para tener la experiencia de probar uno de los hongos que manejaba. Ver: Álvaro Estrada, Vida de María Sabina, la Sabia de los Hongos, México, Siglo XXI, 1989.
Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. A 16 de mayo, 2022.
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