Repensar el humor para combatir la pesadumbre
No solo no existe Dios; intenta encontrar un fontanero durante el fin de semana.
Woody Allen
Para muchas personas y familias no ha sido fácil reírse en los últimos meses. Las pérdidas de personas cercanas, las secuelas del Covid-19 y los temores ante el contagio de la enfermedad no son hechos propicios para que la risa, tan frecuente en muchos momentos de la cotidianidad chiapaneca, se hiciera presente.
Tampoco el ambiente informativo global ayuda porque los recientes fantasmas de una posible Tercera Guerra Mundial y las imágenes de la guerra en Ucrania transmitida por todos los medios de comunicación no provocan, precisamente, el optimismo social. Más bien todo lo contrario porque el miedo no suele ser un buen incentivo para la alegría; como mucho podría hablarse de una risa nerviosa en ciertas circunstancias.
La risa, como otras tantas situaciones reivindicativas o simplemente anecdóticas de la sociedad, cuenta con un “Día Mundial de la Risa” que se celebra el primer domingo del mes de mayo. Curiosidad, si se quiere, pero que no impide reconocer el consenso existente a la hora de otorgar beneficios psicológicos e, incluso, físicos al ejercicio de reír. Un factor de anti-estrés en un mundo sobrepasado por la angustia y la depresión.
Estas últimas circunstancias, que parecen propias de un conocimiento popular, no se alejan de los estudios académicos dedicados al papel del humor en la sociedad. Ese es el caso de Terry Eagleton, profesor de Teoría Cultural y de Literatura Inglesa, y que fue alumno de Raymond Williams. El académico británico, como si se tratara de una premonición, publicó antes de la pandemia un libro que tiene el título simple de Humor (2021, Taurus).
El desconocimiento, con toda seguridad, hace que se piense que ciertos temas no tienen el interés y transcendencia necesarios para ser merecedores de estudios sociales. Un hecho que podría rebatirse a través de la conocida frase escrita por Publio Terencio –el africano- en su comedia El enemigo de sí mismo, en el siglo II antes de Cristo: Homo sum, humani nihil a me alienum puto (Soy un hombre, nada humano me es ajeno). Nada de lo humano puede ser ajeno al estudio y muchos menos aquello que es tan compartido por toda la humanidad. Quien crea que sólo él o ella y los suyos son los que tienen sentido del humor y capacidad de reír desconocen la diversidad de la humanidad, aquella que en sus diferencias, también en el humor, muestran la riqueza y variedad cultural de los seres humanos.
Aunque la obra de Eagleton tome como referente el mundo anglo que más conoce, por su nacimiento en Gran Bretraña y sus nexos con Estados Unidos, ello no le impide utilizar múltiples ejemplos de distinta procedencia geográfica. Y lo mismo ocurre con respecto a las disciplinas y teorías académicas que revisa para cuestionar una simple y unívoca visión para entender lo que el humor representa o puede significar en lo personal y social.
De las incongruencias y discordancias que motivan la risa, a las interpretaciones carnavalescas vinculadas a los análisis de Mijail Bajtín sobre la Edad Media europea, la risa no deja de tener un nítido componente democrático, como destaca Terry Eagleton, puesto que “está al alcance de cualquiera” (p. 117). Es comprensible, entonces, que los regímenes políticos autoritarios o los moralismos ideológicos vean con desconfianza las manifestaciones humorísticas, en especial porque pueden cuestionar la autoridad y la imposición de ideas.
Como señala el propio Eagleton, y se podría aplicar a otros muchos temas, el “humor, por lo tanto, no nos ha revelado todos sus secretos, de modo que la considerable industria académica que se dedica a investigarlo puede seguir funcionando tranquilamente” (p. 113). Es decir, el humor y la risa no son simplemente una dichosa práctica sino que emergen como una posibilidad abierta al conocimiento, a la diferente significación dada a todas las acciones de los seres humanos.
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