Quintillas sonoras

Casa de citas/581

Quintillas sonoras

Héctor Cortés Mandujano

 

Es muy fácil resumir la anécdota de la voluminosa novela La regenta, de Leopoldo Alas “Clarín” (1852-1901): Dos hombres buscan seducir a una bella mujer casada, uno lo consigue. Pero las muchísimas páginas (casi 700 en líneas apretadas, de letras pequeñas en mi ejemplar) valen la pena de leerse, porque hay un lenguaje pulido, muchos apuntes sobre la vida, mucho conocimiento de las pasiones humanas…

La regenta se publicó originalmente en dos tomos, en 1884 y 1885 (mi libro es de Editorial Alba, 1998), y la trama trascurre en Vetusta, un pueblo inventado. Aunque se habla de muchos más, sus personajes principales son cuatro: Víctor Quintanar, quien fue regente y es marido indiferente de la protagonista Ana Ozores, a quien siguen llamando la Regenta; Álvaro Mesía, el donjuán de pueblo que asedia y logra volver amante suyo a doña Ana, lo que pondrá las bases del dramático desenlace, y el sacerdote Fermín de Pas, hombre atractivo, quien obviamente no sólo no respeta el celibato, sino que usa la sotana para poner a cubierto sus devaneos sexuales, en el caso de Ana, la Regenta, fracasados.

Quintanar manejaba el florete, la espada y la daga, aunque (p. 58) “no entraba en sus planes matar a nadie, era un espadachín lírico”.

Dos mujeres vírgenes chismean sobre la presunta aventura de una jovencita con un marinero (p. 81): “Hablaron aquellas dos señoritas como dos comadronas matriculadas. ¡Qué riqueza de datos! ¡Qué empirismo tan provisto de documentos!”.

Ana, de soltera, quiso ser monja, pero era tan bonita y de formas tan atractivas que su confesor le dijo (p. 93): “Las esposas de Jesús no se hacen de tu maderita”.

El cocinero de don Álvaro tenía una idea a contrapelo de la común, sobre las mujeres (p. 147): “Él amaba a la mujer, a todas las mujeres, pero no creía en sus facultades culinarias; otro era su destino. La cocina y la mujer son términos antitéticos. […] Lo que pensaba todo Vetusta de las literatas, lo pensaba Pedro de las cocineras. Las llamaba marimachos”.

Víctor Quintanar era, piensa Ana (p. 181), “botánico, ornitólogo, floricultor, arboricultor, cazador, crítico de comedias, cómico, jurisconsulto; todo menos un marido”, nunca la requirió, por años, para tener relaciones íntimas. Él ya era viejo y ella (p. 182) “se moría de hastío. Tenía veintisiete años, la juventud huía; veintisiete años de mujer eran la puerta de la vejez”.

Víctor amaba la poesía de Lope y de Calderón, y le enojaba que algunas personas pensaran que las obras escritas en verso no eran naturales (p. 187): “¡Que el verso es poco natural! Cuando lo natural sería que todos, sin distinción de clases, al vernos ultrajados, prorrumpiéramos en quintillas sonoras”.

Ana quiere leer, pero le molesta de algunos libros (p. 315) “aquella retórica fiambre. […] ¡Las cosas grandes, las ideas puras y bellas, andaban confundidas con la prosa y la falsedad y la maldad, y no había modo de separarlas!”. Va al teatro y se da cuenta de que es sólo fingimiento (p. 387): “Nadie amaba a nadie. Así era el mundo y ella estaba sola”. Pero se reclamaba (p. 388): “¡Estás sola! Pues ¿y Dios?”.

Fermín de Pas, el Magistral, hombre de Dios, tenía pulsiones sexuales e instintos pederastas (p. 437): “Encontraba placer en manosear cabellos de ángeles menores”. Le atraían las niñas, aunque quería ser amante de la Regenta de quien era confesor. A doña Ana, cuando descubre la lubricidad de quien cree un santo, le provoca repulsión. Y eso abrió la puerta para aceptar los requerimientos del guapo y mujeriego don Álvaro.

En esas épocas la luz venía del semen de las ballenas, que alimentaba las lámparas. Aquí una muestra (p. 493): “La luz de esperma que se reflejaba en el espejo estaba próxima a extinguirse”. Álvaro es amigo de Víctor. Cuando Ana, instigada por Fermín, camina descalza por el pueblo en una procesión, dice el marido al que va a ser el amante, en una línea premonitoria, que la prefiere (p. 551): “¡Primero seducida, que fanatizada!”.

Ana sueña con Álvaro. Le encantaría caer en sus brazos, ya está rendida. Álvaro la busca, apasionado, y la encuentra sola, en la semioscuridad de la tarde, en la finca donde están (el esposo ha invitado a Álvaro). Me encanta el modo en que Alas “Clarín” plantea el inicio de sus amoríos. Supongo que por la época no podía entrar en detalles, de modo que apela a la malicia del lector (p. 599): “Con aquella fe en sus corazonadas, que era toda su religión, don Álvaro buscó en lo más oscuro…llegó al balcón entornado, lo abrió:

“-¡Ana!

“-¡Jesús!”

A partir de la página siguiente ya son amantes y Ana se le entrega sin tapujos (p. 604), “con una especie de furor que groseramente llamaba Mesía, para sí, hambre atrasada”.

Víctor descubre el adulterio de Ana y reta a Álvaro a un duelo. Álvaro lo mata. Ana es una apestada en el pueblo. Fermin la odia. Hacia el final, Ana va a la iglesia y Fermín la ve. Están solos y él intenta matarla, se reprime al final y se va. Ella cae desmayada.

Celedonio, monaguillo feo de doce-trece años, la encuentra así y por probar (p. 666) “inclinó el rostro asqueroso sobre el de la Regenta y le besó los labios. Ana volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba náuseas. Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo”.

 

Foto: Raúl Ortega

 

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Me encantó el letrero que retrató Jorge Champo Martínez en una casa o bar, no sé sabe, de la costa (hay palmera, arena de mar y un recortado letrero de Pepsi). Dice: “No busques la felicidad, aquí llega solita”. La foto es parte del libro de arte Mirar al sur. Creadores del Sureste Mexicano (Conaculta, 2002:72).

 

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Leo Inés Arredondo para jóvenes (Conaculta-INBA, 1990), antología hecha por Ignacio Trejo Fuentes sobre los tres libros de esta autora: La señal (1965), Río Subterráneo (1979) y Los espejos (1989). Dice Trejo Fuentes en el prólogo (p. 9): “Contar un cuento donde nada parece ocurrir o contarlo lleno de truculencias, distingue las narraciones de esta autora”, y más (p. 10): “¿Qué nos quiere decir? Acaso nada. […] ¿Es Inés Arredondo tan insana, tan loca, tan perversa? No: la que es así es la vida”.

He leído los tres libros de Arredondo, de modo que para mí esta fue esta una placentera relectura. Si no la conoces, lector, lectora, te la recomiendo. Es buenísima.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

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