Lector-mosca, lector-abeja
Casa de citas/ 582
Lector-mosca, lector-abeja
Héctor Cortés Mandujano
La desaparecida revista Cuaderno Salmón, que tenía formato de libro y más de 200 páginas, abordaba distintas materias, desde distintos formatos, a través de muchas autoras, muchos autores.
Leo la número 5, verano de 2007, y me deleito con la entrevista que le hace Gabriela Speranza (“La literatura como antídoto”) a la inteligentísima Susan Sontag, quien habla de la dificultad de escribir, sin la ayuda de alguien que se ocupe de los asuntos de casa (p.86): “Hay escritoras que tienen la suerte de tener una esposa ya sea en la forma de un hombre o de una mujer, alguien que se ocupa de la vida cotidiana para que una pueda escribir, pero por lo general no es así. De modo que las mujeres estamos más acostumbradas que los hombres a ser ambas cosas a la vez”.
Y abunda (pp. 86-87): “Mientras se escribe no hay espacio ni tiempo para mucho más. Recuerdo que una vez una escritora muy famosa me dijo: ‘Cuánto te admiro, Susan.’ Yo sonreí halagada. ‘Tuviste un hijo. Yo ni siquiera puedo imaginarlo. ¿De dónde sacaría tiempo para tener un hijo?”.
Habla de cómo la lectura cambia la vida (p. 96): “Yo no sería la misma ni no hubiese leído a Dostoievski”. Recomienda la lectura de Un libro de memorias (A Book of Memoirs), de Péter Nádas. Dice, en el final de la entrevista (p. 96): “En este libro de Nádas, por ejemplo, hay un paisaje donde se habla del beso y luego una especie de aria sobre la boca absolutamente extraordinaria. Nunca imaginé que se podía decir tanto acerca de la boca, sobre cómo la usamos para la comida, la comunicación, el amor. Después de leer esas tres páginas me sentí más grande, mejor”.
Guillermo Sheridan escribe un ensayo sobre Salvador Novo (“Los periodos de Novo”) y habla de un texto de Novo (p. 136): “Una crónica sobre la prostitución explica que si las prostitutas se sindicalizan y se ponen en huelga perderían, pues sus servicios pueden ser sustituidos ‘por las artes manuales’ ”.
Luis Jorge Boone habla de Cabaret Provenza, libro de poemas de Luis Felipe Fabre. Me encantó este verso (p. 199): “Dicen:/ Primero hubo un río/ y luego el mismo río pero seco: un camino”.
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No sé si en inglés así sea, que la palabra compasión esté allí, pero no en español; hablo de los subtítulos en la escena donde el personaje que interpreta Jeff Bridges, en la cinta Sólo los valientes (Only the Brave, 2017, dirigida por Joseph Kosinski), dice al equipo de bomberos que se siente derrotado: “Si buscan compasión, el único lugar donde la hallarán es el diccionario entre ‘cagar’ y ‘coño’ ”.
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Quevedo, más que un hombre –¿pero es esto un elogio?–
era toda una literatura
Fina García Marruz,
en Quevedo
Fina García Marruz, célebre poeta cubana (La Habana, 1923) escribió Quevedo (FCE, 2003), con el evidente propósito de festejar la vida y la escritura de este enormísimo genio de las letras, figura central del Siglo de Oro español.
La escritura de Fina es compleja, alambicada y erudita en la materia que toca. Dice de Quevedo (p. |19): “Sus ojos, más curiosos de libros que de damas, y de vida que de libros”, y más adelante (p. 24): “Quevedo ve la realidad en crudo, sin atenuaciones de bondad o de indulgente benevolencia. […] Podría ser precursor del grabado en blanco y negro y de la radiografía que ve, tras el engaño de la carne, el edificio de los huesos”.
Fue Quevedo un crítico de su tiempo. Fina cita a Fernández de Guerra (p. 28): “Colocadas sus obras cronológicamente forman un periódico de oposición contra las costumbres y privanzas de la primera mitad del siglo XVII”.
Era colérico, fustigaba aquello que le parecía erróneo; sin embargo, según sus propias palabras (p. 30) “No censuro sin corregir, ni derribo sin edificar”; agrega Fina: “Su cólera derriba, pero sólo porque funda”, y aún más (p. 30): “Su palabra tuvo todos los registros, menos el de la indulgencia”.
Cita Fina su Discurso de todos los diablos en extenso, yo hago un resumen (p. 39): “Si me han de engendrar bastardo, hay pecado y concierto… […] Si he de ser de legítimo matrimonio, ha de haber casamiento y mentiras… […] Yo he de estar aposentado en unos riñones… […] Nueve meses he de alimentarme del asco de los meses: la regla, que es fregona de las mujeres, que vacía sus inmundicias, será mi despensera… […] Lloraré porque nací; viviré sin saber qué es vida; empezaré a morir sin saber qué es muerte”.
No busca adornos en lo que ve, dice Fina (p. 41): “No ve doncella núbil sino putidoncella. No descubre casado sin engaño, ni médico que no mate, ni alguacil que haga justicia. Postizos y remiendos le parecen los adornos de las mujeres, y no ve hermosura a la que no imagine roída por el tiempo ni manjar no sobado por la muerte”.
Quevedo tiene puntuales dichos (p. 42): “Un enfermo pega el mal a veinte sanos, y mil sanos no pegaron jamás la salud a un enfermo”.
Hace Fina diferencias entre lectores (p. 51): “Hay el lector-mosca, que sólo se posa en heces y detritus, y el lector-abeja, que gusta de ir a la miel, porque sólo ve en ella esencia”. Lo dice a propósito de los terribles pleitos poéticos entre Góngora y Quevedo.
Góngora era complejo, barroco, Quevedo llamó a sus poemas (p. 59) “jerigóngoras” y dice que (p. 66) “por ‘Tráeme dos güevos,/ quita la clara y trae las yemas’ dirá ‘Tráeme los globos de la mujer del gallo, quita las cultas y adereza el remanente pajizo’ ”.
Como aconseja Fina, aquel pleito quedó atrás hace siglos y hoy podemos leerlos a los dos, sin tomar partido, y salimos ganando. Una última y bella línea de Quevedo (p. 135): “Qué gloria que el morir de amar naciese”.
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