Quitar líneas, avivar un fuego
Casa de citas/ 577
Quitar líneas, avivar un fuego
Héctor Cortés Mandujano
En Algo de mí mismo (Conaculta, 2014, con traducción de Álvaro García López), cuenta Rudyard Kipling, a veces elusivamente, lo que dice su título.
De niño aprendió a mentir para que no lo castigaran o golpearan y se dio cuenta que eso fue (p. 11) “el origen de una vocación literaria”; le encantó leer y “tan pronto se supo que esto me daba placer, la privación de la lectura se añadió a los castigos. Fue entonces cuando empecé a leer a escondidas y en serio”.
Cuando de mayor contó cómo lo maltrataban en la casa donde sus padres lo dejaron, su tía le preguntó por qué no lo había contado en su momento. Reflexiona Kipling (p. 16): “Los niños cuentan tan poco como los animales, y es que aceptan lo que les ocurre como algo eternamente establecido”.
Tanto maltrato, dice Rudyard (p. 17), “me anularon toda capacidad de verdadero odio personal para el resto de mi vida. Así de cerca están cualquier pasión, de las que llenan la vida, y la contraria. ‘¿Cómo le va a preocupar el vidrio a quien conoce el diamante?’ ”.
Conoció en su ejercicio periodístico a gente sin talento, sin conocimiento, que se cuelga títulos que no le corresponden (p. 53): “Comprendí, para mi pesadumbre, que cualquier loco se cree escritor”.
Escribió versos, que publicó en algún periódico (pp. 58-59): “Nadie, por más que quiera, se separa/ de su primer amor. Si le dan a elegir, el marinero/ vive cerca del mar. […] Virginidad sólo se pierde una/ y allí donde se pierde se queda el corazón”.
Aunque el libro se supone que hablará de sí mismo, Kipling se aleja narrativamente de lo que cuenta. Por ejemplo, así escribe de su premio más importante (p. 149): “Me notificaron que me había sido concedido el Premio Nobel de Literatura de aquel año. Fue un gran honor que yo no me esperaba en absoluto”. Y poco más, sin ninguna emoción, sin detalles, sin mayores datos.
El capítulo que más me interesó es donde habla de su oficio (p. 153): “Y así aprendí que en un relato quitar líneas es como avivar un fuego. No se nota la operación, pero todo el mundo nota el resultado”.
Y sigue (pp. 160-161): “Nunca os rebajéis para complacer a vuestro público, no porque no haya lectores que no lo merezcan, sino porque es malo para el estilo. Todo el material viene de la vida”.
Su gran éxito lo enfrentó a varias peripecias (p. 161): “Mientras podáis, tomaos con calma a los imitadores. Mi Libro de la selva dio lugar a auténticos parques zoológicos derivados de él. Pero el genio más genio de todos fue uno que escribió una serie titulada Tarzán de los monos. […] Se puso a hacer improvisaciones de jazz sobre el tema de El libro de la selva y espero que se la pasara muy bien. Dicen que declaró que quería averiguar cómo hacer un libro malo, el peor que pudiera, y sacarle todo el provecho posible, una aspiración legítima”.
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Leo Descripción estructural del maya del Chilam Balma de Chumayel (UNAM, 1998), de María Cristina Álvarez, libro que , además de lo que enuncia su título, hace al principio una síntesis del Chilam Balam, que ya leí completo hace mucho tiempo.
Pero de la síntesis tomo estas ideas. En el Capítulo V escribieron sus autores que antes de la llegada de los españoles y la instauración a fuerzas de la religión católica, cristiana (p. 23), “todo era bueno, no existía el pecado”.
En la mitología griega, en los libros sagrados de los vedas e incluso en la religión católica que plantea la estrategia de tres seres en uno (padre, hijo y espíritu santo), en el capítulo X de este libro sagrado para los mayas se promueve la idea de un politeísmo (p. 26): “Se creó la tierra. Se asientan los 9 dioses”. Como en otros libros, el Pop Vuh, por ejemplo, en Chilam (p. 27) “se entrelaza el génesis cristiano con el maya”.
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Por cierto, en Come Sunday (2018, dirigida por Joshua Maston), el protagonista, que es una persona de la vida real, el pastor Carlton Pearson, de la Iglesia de Dios en Cristo, empieza a perder feligreses, dinero, privilegios y hasta el local lujoso (el centro evangelístico Higher Dimensions, en Tulsa, Oklahoma) donde hacía su labor pastoral, porque dice que Dios le habló y le dijo que los pobrísimos africanos (ha visto la matanza genocida en Ruanda) no irían al infierno creyeran o no creyeran en Él. “Jesús salvó a todas las personas, sin importar su religión (o ausencia de ella)”.
¿Y la iglesia, entonces? Es decir, ¿de qué sirven las estructuras físicas e ideológicas que hacen que haya que ir a rezar, cantar, aceptar a Cristo en nuestras vidas? Si Dios va a perdonarnos a todos, de qué sirven las parafernalias de la religión.
Tratan de convencerlo de que quien le habló no fue Dios, sino el diablo, pero él sigue en sus trece y en la actualidad continúa en su postura, aunque le hayan quitado lo mucho que había conseguido cuando era dócil y no usaba su inteligencia para interpretar las sagradas escrituras. Su argumento es simple (hablo sólo de la película, porque nada sabía de él hasta antes de ver la cinta): Si Dios es la bondad infinita y nosotros somos sus hijos, ¿por qué va a mandarnos al infierno sólo porque no participemos en rituales o no lo alabemos?
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Dice Rubén Darío en el prólogo de Rubaíyat (Publicaciones Cruz, 1980), de Omar-Al-Khayyan, traducido por el argentino Carlos Muzzio Sáenz-Peña, que su versión le ha encantado y por ello (p. 3) “echo a volar mis campanas”.
El poema, dividido en fragmentos, une el misticismo, la carnalidad y el goce por el vino, en ideas que se han cruzado muchas veces ante nosotros. Aquí algunas (p. 8): “¿Hasta cuándo continuaremos siendo esclavos de los problemas cotidianos?”; (p. 9): “Sé feliz un instante… ese instante es tu vida”.
Síntesis, gotas, astillas (p. 12): “El Kalam y la Tabla, el Cielo y el Infierno están en ti”; (p. 13): “No os fieis, que las dulces almendras que la fortuna os brinda, llevan veneno consigo”. Dice el fragmento LIV (p. 15): “¡Ay de aquellos corazones donde la pasión no existe! Que no sienten el hechizo del amor, que es la alegría de la juventud. El día de tu existencia que pasas sin amar es el más inútil de tu vida”.
Me llama la atención en las notas la comparación de la Biblia y el Corán, que dicen lo mismo. En Éxodo, capítulo IV, versículo 6, dice (p. 28): “Y díjole más Jehová: Mete ahora tu mano en tu seno. Y él metió la mano en su seno; y como la sacó, he aquí que su mano estaba leprosa, como la nieve”, y el Corán, capítulo XX, versículo 23, dice: “Lleva la mano a tu pecho y la retirarás blanca de lepra, sin que sientas ningún dolor”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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