La tarea de no ser gobernado
Casa de citas/ 576
La tarea de no ser gobernado
Héctor Cortés Mandujano
Michael Foucault murió, de sida, el 26 de junio de 1984, en un hospital de París, a los 58 años. Su vida fue de lecturas, de reflexión, de luchas contra las instituciones y contra lo que se da por sabido, sin entenderse.
Sus obras son paradigmáticas: Historia de la locura (1961), su tesis doctoral de casi mil páginas, es referente esencial sobre el tema, lo mismo que Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas (1966), Vigilar y castigar (1975), y prácticamente todo lo que publicó mientras vivía y lo que se publicó después de su muerte.
De Foucault. No hay más verdad que la que establece el poder (RBA, 2019), de Joaquín Fortanet Fernández, ensayo abarcador, me interesó en especial lo que apunta sobre el biopoder.
Dice Fortanet Fernández (pp. 108-109): “Fue en el siglo XVIII cuando se pusieron en funcionamiento cuatro grandes estrategias discursivas que, según Foucault, tuvieron importantes implicaciones en el dispositivo de la sexualidad. La histerización del cuerpo de la mujer, la pedagogía del sexo del niño, la socialización de las conductas procreadoras y, por último, la psiquiatrización de los placeres perversos”.
Y así (p. 109), “poco a poco, la sexualidad fue construyendo su espacio ideal: la familia”.
Se piensa que el poder sólo actúa en el terreno público, no en el privado (p. 109): “El ser humano tiende a pensar que el poder es algo ajeno a sí mismo, algo que se le impone, pero la obra de Foucault viene a corroborar la idea contraria. […] Cuando un individuo se define como heterosexual, homosexual, transexual, activo, pasivo, dominante, dominado, masculina, femenino, es decir, cuando identifica su interioridad con una característica propia de la sexualidad, nos dice Foucault que ese proceso habla el lenguaje del poder. Que el poder produce nuestras verdades, nuestra sexualidad”.
El poder invade todas las esferas (p. 115): “Frente al antiguo ‘hacer morir y dejar vivir’, el biopoder tiene como objetivo ‘hacer vivir y dejar morir’. […] El biopoder es un dispositivo de poder sobre la vida expresado a través de sus herramientas y técnicas biopolíticas que se ocupan de la gestión de la vida de la población humana”.
Y sigue (p. 115-118): “Hacer vivir y dejar morir no serán sino los dos grupos de actuaciones del biopoder, ejercidas mediante estrategias biopolíticas de lo más variado: desde el control de la natalidad hasta la eugenesia, desde las campañas de vacunación hasta la higiene de la raza; mientras el biopoder se encuentre vinculado al Estado funcionará protegiendo a la población” y decidiendo que sí y qué no está bien, por supuesto.
El Estado, además, decide a partir de (p. 122) “lo lógica económica” y su finalidad es (p. 124) “precisamente integrar la vida entera del individuo: la pareja, la familia, el trabajo, el ocio, el descanso, el sexo y la muerte entran dentro de una mercantilización que convierte al sujeto en una empresa”.
Después (pp. 124-125), “una vez el sujeto se ha convertido en empresario de sí, no hace falta gobernarlo: se gobierna a sí mismo con las reglas de gubernamentalidad neoliberal que ha introyectado para devenir sujeto-empresa”.
El último capítulo es sobre la ética de la resistencia, que busca (p. 134) “las técnicas que permiten constituir una subjetividad que reinvente las posibilidades del uno mismo […], sustituir la pregunta ‘cómo nos gobiernan’ por ‘cómo nos podríamos gobernar’ ”.
La búsqueda de nuestra subjetividad deberá entenderse (p. 136) “como la búsqueda de un nuevo arte de vivir. […] (Pero) esa subjetividad no evitará el enfrentamiento con el poder. [….] Significará tanto hacer de la propia vida una obra de arte como hacer de esta obra de arte una cuestión política, un arte de la resistencia entendida como libertad”.
Luego de analizar las artes de existencia helenísticas, griegas, latinas, estoicas, cínicas y precristianas (p. 141), “la radical franqueza de Diógenes y su defensa de la libertad fueron el modelo que Foucault tomó como comportamiento cínico, ejemplo de parresia, de una subjetividad ingobernable porque tan sólo desea gobernarse a sí misma a través del ejercicio libre de la palabra” (parresia alude a un modo específico de decir la verdad).
Y más (pp. 142-143): “Son los cínicos, con la figura de Diógenes de Sínope a la cabeza, los que proponen una unión de vida y pensamiento, de ética y política, que funciona como una puesta en riesgo de la propia existencia en busca de la libertad”.
Foucault, planteaba que, nos dice Joaquín Fortanet (p. 148), “la única forma tolerable de ser otros es la realización de un trabajo ético, individual y colectivo sobre el sí mismo, un trabajo que abra las posibilidades de la existencia rompiendo la normalización de la experiencia: dejando de lado lo que nos hace ser eso que somos.
“Esta posibilidad contendría, entonces, la tarea ética de la resistencia, de la disidencia, del no ser gobernado, es decir, la ardua tarea de ser de otro modo.”
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Regalo de mi amigo Roger Octavio Gómez Espinosa, leo Años lentos (Tusquets, 2016), de Fernando Aramburu. La novela está claramente dividida en dos estrategias narrativas: 1). La transcripción de los recuerdos infantiles de Txiki, quien vivió nueve años en casa de sus tíos, Vicente y Maripuy, en San Sebastián, y relata la vida de sus dos primos, en los tiempos lentos de la dictadura de Franco: Mari Nieves, quien es fea, gorda, lúbrica, de cascos ligeros, embarazada de no sabe quién y obligada a casarse con el idiota del pueblo para cubrir apariencias, y Julen, obrero, quien se envuelve en proclamas revolucionarias que lo llevan a dejar su país y luego a traicionar sus ideales, y 2). Las notas constantes del narrador que nos dejan ver su cocina literaria, sus dudas sobre cómo contar la historia.
Aramburu (San Sebastián, 1959), que sabe bien su cuento, ganó con esta novela el Premio Tusquets Editores de Novela 2011.
Cuando Mari Nieves se da cuenta que está embarazada, piensa en suicidarse; en las notas del narrador, me encantaron lo que él llama opciones, que tienen que ver con suicidas femeninas célebres de la literatura universal (p. 73): “Opción madame Bovary”, tragarse todas las pastillas; “opción Anna Karénina”, tirarse al tren; “opción Virginia Woolf”, meterse al río cargando piedras; “opción Sylvia Plath”, como no tienen horno de gas, “¿mete la cabeza en el fogón?”; “opción Alfonsina Storni”, adentrarse al mar para ahogarse, pero “la opción resultaría más poética si la muchacha no fuera gorda”.
Una maldición frecuente de los españoles es “Me cago en…”, con posibilidades infinitas. Me gustó como pluraliza esta acción Aramburu: (p. 51): “Mecágüenes” y (p. 116) “Mecagüendioses”.
Contacto: hectorcortesm@gmail.com
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