El terruño en vísperas de la primavera
Esa noche le costó conciliar el sueño a Sonia, daba vueltas en la cama. No pudo evitar recordar lo que solía decir su abuelita Luci en las pláticas con la familia y ella escuchaba cuando era niña,
—Yo por eso no tomo café, sino para qué quiero, se me espanta el sueño.
Luci no alcanzaba a imaginar qué era de eso de espantar el sueño, ahora de adulta ya lo estaba viviendo, pero vaya que había disfrutado sus dos tazas de café por la tarde. Como quien dice, lo bailado nadie se lo quitaba, solo que ahora debía esperar a tener sueño. Descartó leer de manera física o través de su celular, quería descansar la vista. Así que optó por hacer lo que alguna vez les recomendó uno de sus profesores en la preparatoria: Recordar lo que habían hecho durante el día, paso a paso, desde que despertaron hasta antes de dormir.
Sonia quiso darle un giro a la sugerencia de su profesor y decidió hacer el esfuerzo por recordar, al menos dos días, el anterior y el actual, ella se interesó en los paisajes observados. Vino a su mente el paisaje de la tarde anterior, cielo azul con nubes blancas, intenso calor que se aligeraba con ráfagas de viento, de esas que se sienten como brisa para apaciguar lo cálido del clima. Siguió su recorrido, los árboles de sabinos que cubrían la vertiente del río Sabinal estaban ahí, observó sus tallos, población adulta, sus ramas, algunas caídas, otras aún de pie como ellos. Una garza blanca se posaba en una de las ramas, como contemplando el ambiente. Se quedó pensando de cuántas historias serían testigos, se imaginó que los árboles eran como las personas adultas, llenas de conocimientos y sabiduría. No pudo evitar sentir nostalgia, en la cotidianidad en que se vive, cuántas personas se percatan de estos ancestros de la naturaleza que parecen agonizar en medio de la ciudad que se va cubriendo de asfalto.
Continúo trayendo a la mente otros paisajes. Se topó con las plantaciones de bambú que se encontraban como una especie de ramilletes, si algo disfrutaba Sonia era del sonido que producía el viento cuando soplaba y las ramas se movían de un lado a otro. Podría quedarse ahí mucho tiempo observando, escuchando y disfrutando el paisaje.
La párvada de loros no escapó de su memoria, le alegraba escuchar lo bulliciosos que eran, era un deleite tener la oportunidad de verlos y registrar en su corazón este canto.
En los vaivenes del tiempo su mente se posó en los árboles, las ceibas frondosas cambiando de hojas, esperando revestirse de verde follaje. Y de nuevo las aves trinando, entonando bellos cantos, melodías para alentar los corazones que se pierden en las vicisitudes cotidianas. Este último paisaje le pareció que era señal de el terruño en vísperas de la primavera. A lo lejos, muy lejos le pareció alcanzar a escuchar los ladridos de Canica, la perrita que tenían sus vecinos, sus ojos se fueron entrecerrando poco a poco.
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