Cuando AMLO viva en Chiapas
Cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador concluya su administración, vivirá en La Chingada, a las afueras de la ciudad de Palenque, Chiapas. Ahí, entre pochotas, pomarrosas, caimitos, castañas y parvadas itinerantes de guacamayas, se dedicará a sembrar plantas e ideas.
Eso es lo idílico: el regreso victorioso del hijo ilustre, a la selva tropical, y no me queda dudas de que esa es su aspiración: mirar desde la lejanía del sur su obra materializada de transformación.
Pero ¿con qué Chiapas, con qué Palenque, con qué quinta se encontrará a fines de 2024?
Chiapas no ha cambiado mucho desde el ascenso de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de la República. Tendría que suceder una verdadera revolución en lo que resta de su mandato, para que nuestra entidad mejore significativamente sus cifras de pobreza, que ronda el 75.5 por ciento.
No basta que el presidente diga que Chiapas es el estado más bello del país, como lo afirmó este fin de semana. Los elogios no son suficientes para una entidad que requiere proyectos funcionales que reduzcan la pobreza, rubro, en donde desgraciadamente, ocupamos el primer lugar.
Palenque, su ciudad adoptiva, continúa en el circuito de la violencia. La carretera Palenque-Ocosingo es escenario de asaltos permanentes. Han huido de la zona los turistas y las agencias de viajes, que prefieren desplazarse hacia Villahermosa. Las vías de comunicación de Palenque se han convertido en rutas del tráfico de estupefacientes y de enfrentamientos de grupos delincuenciales.
De realmente funcionar, el Tren Maya deberá configurar una nueva realidad para Palenque, con turistas que se desplacen desde el Caribe a estos lugares de la selva, por Bonampak y Yaxchilán.
También, deberá haberse transformado, a fuerza de tiempo, inversión y buen gusto, La Chingada, que será en el último lugar de recogimiento del ahora presidente de la República.
La Chingada será algo así como Manga de Clavo, la hacienda veracruzana en donde Antonio López de Santa Ana curaba sus heridas y recuperaba fuerzas para salir nuevamente a la palestra de conservadores y liberales.
No me imagino a AMLO encerrado en su quinta. Estaría preso, devorado por la quietud, cuando lo suyo es el encuentro con sus seguidores, hablar en plazas públicas y desplazarse, con las paradas necesarias para abastecerse de garnachas, por todos los pueblos del país.
Su verdadera pasión es ese caminar por las carreteras de México y predicar, como lo ha dicho, su sermón social, mezcla en realidad de variopintas interpretaciones de la Biblia y de ideologías políticas.
Pero con qué Chiapas, con qué México, se encontrará, cuando haya dejado el poder dentro de dos años. No hay que ser adivino para imaginarse el futuro que nos depara, a no ser que seamos víctimas de cataclismos o receptores extraordinarios de la buena fortuna: en 2024 nuestra entidad seguirá tan pobre como en los gobiernos priistas, pese a los 30 mil millones de pesos anuales que se destinan a programas sociales.
Esta cifra, que era seis veces menos en 2018, debiera cambiar el rostro de la pobreza en Chiapas; sin embargo, el dinero no parece ser suficiente, si no se acompaña de programas integrales que permitan realmente mejorar la productividad, la salud y las condiciones de vida de los chiapanecos.
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