Morir para ayudar a Dios, 2
Casa de citas/ 573
Morir para ayudar a Dios
(Segunda de dos partes)
Héctor Cortés Mandujano
Sigo citando Historia de la provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala del orden de los predicadores, de fray Francisco Ximénez, historiador del siglo XVIII. Habla en una bitácora de viaje de 1545 sobre (p. 313): “un pueblo que llaman Campeche, de quinientas casas y una villa de españoles de trece vecinos”. Ha crecido, evidentemente.
Nunca lo había hecho antes: come iguana y dice que (p. 332) “los españoles bautizaron por pescado y los obispos juntos las confirmaron en aquel nombre, pero a parecer de muchos y sabor que todos hallan en ellas, son conejos muy buenos; tienen parecer de lagartos o sierpes muy fieras”. La iguana es, pues, comparada con pez, conejo, lagarto y culebra.
Cita en extenso documentos de fray Tomás de Latorre, su “historia manuscrita”. Habla de Chiapa, de sus pobladores (p. 354): “Tenían estos una ley bestialísima, que por su extrañeza lo quiero contar: cuando traían pleito alguno sobre las tierras o sobre otras cosas, juntábanse todos los parientes de las partes, y uno a una parte y otros a otra, tomaban los unos un hijo o sobrino por primero y matábanlo allí y luego de la otra parte mataban otro de sus mismos sobrinos o hijos y luego estotra otro y así iban matando hasta que se cansaban y ese vencía el pleito que mataba más parientes; el día de hoy cuentan los indios que un pleito de unas tierras se mataron ciento cuarenta personas de esta manera, setenta de cada parte: esto tenían ellos por gran valentía y quedaba muy ufano el que así vencía”.
También en Chiapa habla de cómo se comportaban en la iglesia (p. 366): “Delante de los unos se orinaban los otros y aun delante nosotros; y cuando acabábamos el sermón, quedaba todo regado de orines; las uñas como águilas; el cabello encrespado, que era espanto verlos”.
El licenciado Cerrato, del que no da más datos, viene de Guatemala y favorece a los indios con su práctica (p. 450): “Hizo caminos para caballos en todas las provincias y quitó los tamemes y servicio personal, los amos y todas las opresiones de los indios”.
Por ejemplo (p. 454), “en Ciudad Real el año de 1549, puso luego en libertad todos los esclavos” y (p. 455) “el que tenía en su casa cuarenta y cincuenta indios de servicio y otros tantos en sus haciendas comenzó a pagar y a rogar por un indio que le trajese leña o por una india que le hiciese pan”.
Defender a los indios no era tarea fácil, por ello matan al (p. 470) “ilustrísimo señor don Antonio de Valdivieso, obispo de Nicaragua”, en 1551. El asesino instigador fue Fernando Contreras. Hubo castigo para él (p. 473): “Lo hallaron ahogado en una Ciénega, y cortada la cabeza la pusieron en una jaula de hierro por infamia, con que en breve castigó Dios la execrable maldad cometida contra este santo prelado”.
Páginas adelante matan a otro sacerdote con un raro apellido (Luis Cáncer), pero un documento eclesiástico citado dice que la muerte de los siervos de la iglesia (p. 488) “más ayudan después de su muerte preciosa para la conversión de los infieles, que acá, trabajando y sudando, ayudar pudieran”. Qué conclusión tremenda: valen más muertos que vivos.
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Leo dos libros de Woody Allen. Perfiles, en uno de mis lectores electrónicos, que son cuentos, textos narrativos, y Misterioso asesinato en Manhattan (Tusquets, 1995), que es el guion cinematográfico de la película homónima. El guion es tan bueno como la cinta y mucho de su gracia son los diálogos que tienen Carol y Larry (Diane Keaton y Woody), el matrimonio colgado de pincitas que se halla inmerso en la investigación no de uno sino de dos crímenes.
En los lugares incómodos, a punto de ser sorprendidos y asesinados, de pronto repasan sus diferencias. Me hizo reír este diálogo en una de esas circunstancias. Carol dice a su marido (p. 178): “Mira, creo que ha llegado el momento de evaluar nuestra vida en común”; le responde Larry: “Yo vuelvo a sacar un diez, y tú un seis”.
Perfiles se publicó físicamente en 1980. Son 16 divertidos textos. En “Los condenados”, dice que Cloquet, un personaje (p. 11) “detestaba la realidad, pero comprendía que era el único lugar donde conseguir un buen bistec”.
En “Mi apología”, Allen imagina ser Sócrates. Lo han detenido y espera en su celda.
Recibe la visita de Agatón, con quien sostiene este diálogo (pp. 31-32):
“Agatón: Me temo que traigo malas noticias. Te han condenado a muerte.
“Allen: Ah, me entristece ser causa de controversia en el senado.
“Agatón: De controversia, nada. Unanimidad.
“Allen: ¿De veras?
“Agatón: En la primera votación.”
Conversan más adelante:
“Allen: […] ¿dijeron en concreto qué proyectos tenían conmigo?
“Agatón: Cicuta.
“Allen (Desconcertado): ¿Cicuta?
“Agatón: ¿Recuerdas aquel líquido negro que agujereó tu mesa de mármol?
“Allen: ¡No me digas!
“Agatón: Una sola cucharada.”
En “El experimento del profesor Kugelmass” , este profesor está harto de su vida pacata y consigue que El gran Persky, un rarísimo mago, lo meta en la novela Madame Bovary, antes de que ésta tenga los dos amantes célebres que la conducen al suicidio. La pasa súper bien con ella (algunos lectores se dan cuenta de que hay un nuevo personaje en el clásico de Flaubert) y vuelve varias veces. En una de esas el experimento sale mal y es Emma Bovary la que viene a la realidad (los lectores están asombrados de que ya no esté en la novela en donde era protagonista), lo que mete en muchos líos al profesor. Emma, que ya no quiere estar sola en el hotel donde él la deja para que su mujer no se dé cuenta de su aventura extramarital, le exige (p. 45): “Devuélveme a la novela o cásate conmigo”.
Cuando logran devolverla, pasa el tiempo y Kugelmass quiere entrar a otra novela. Ocurre una catástrofe. Llega a un viejo libro de texto, Español para principiantes, y (p. 47) “huía para salvar la vida por un terreno estéril y rocoso, porque la palabra tener –un enorme y peludo verbo irregular– corría tras él con sus patas largas y flacas”.
En “El cuento del lunático”, dice el personaje (p. 61): “Noches y noches de soledad me indujeron a reflexionar sobre la estética de la perfección. ¿Existe en la naturaleza algo realmente perfecto, dejando aparte la imbecilidad de mi tío Hyman?”.
En “La época nefanda en que vivimos” meten al personaje en una celda, sin agua y pan, para que reflexione sobre sus críticas a la religión, y dice (p. 74): “Lo único que impidió que me volviera loco fue la repetición constante de mi mantra privado, que era Yujúuu”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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