La magia de un viaje
Escuchando a Rebbecca Jones en ese excelente programa de Oscar Uriel en Canal Once del Instituto Politécnico Nacional (IPN), llamado Taller de Actores Profesionales, la actriz mencionó su participación en la telenovela Cuna de Lobos, por cierto de la autoría del finado Carlos Olmos, el muy talentoso dramaturgo chiapaneco. Dijo Rebecca Jones que esa era la telenovela de mayor éxito de todos los tiempos. Honor a quien honor merece: Carlos Olmos escribió la historia telenovelada que mayor conmoción ha producido en los millones de espectadores que la vieron alrededor del mundo. Esa parte de la charla de Rebecca Jones me recordó a una cantina que no sé si existe aún, en Salto de Agua, Chiapas, que lleva por nombre Nido de Bolos, parafraseando al texto famoso de Olmos. Y ello me llevó a rememorar un viaje que tuve la oportunidad y el privilegio de hacer justamente a Salto de Agua, en el norte del estado de Chiapas. En esa ocasión atendí a una invitación de ese gran Señor que es Don Carlos Trejo, compositor y cantor de su tierra, precisamente oriundo de Salto de Agua. Salimos de Tuxtla Gutiérrez en alguna mañana que mi memoria registra brumosamente. Creo que era algún año entre 1992 o 1993. Nos acompañaba su yerno, mi amigo de tantos años, José Luis Ruiz Abreu, compañero solidario en muchas bregas chiapanecas en el terreno del hacer cultural. Recorrimos las añejas carreteras que llevan a Villahermosa, pasando por Pichucalco, y una vez en la capital de Tabasco, enfilar rumbo al norte de Chiapas, hasta arribar a Salto de Agua. Es esta una parte fronteriza entre Tabasco y Chiapas, muy interrelacionada, y que en aquellos días tenía a Villahermosa como centro rector al que acudían los habitantes de esta franja limítrofe entre dos estados de México. Es una sub región que incluye a Palenque, Playas de Catazajá y aún, Pichucalco. Así como en el Occidente de México existe una franja fronteriza entre Jalisco y Michoacán que Luis González y González bautizó como “Jalmich”, me atrevo a nombrar “Tabachía” a esta franja fronteriza entre Tabasco y Chiapas. Al llegar a Salto de Agua sentí de inmediato las sensaciones que producen esos ambientes tropicales que nos llenan de verde los ojos y que hacen que la piel permanezca húmeda todo el tiempo. Sin lugar a dudas entramos a territorio surrealista, en convivencia con una gente que vive en la atmósfera de lo imposible, hecho cotidiano logrado por un pueblo que se construye así mismo en una surrealidad-real, aunque ello parezca inverosímil o contradictorio, incluso absurdo. Don Carlos Trejo fue recibido con bombo y platillo en su pueblo. Todos lo conocen y lo aprecian. Y después de los abrazos, las risas, la calidez del recibimiento, Don Carlos dijo: “vamos a remojar la palabra”. Y fuimos. La risa me sacudió cuando leí el nombre de la cantina: Nido de Bolos. Franqueza chiapaneca sin disimulos. Que excelente caen las cervezas frías en aquel ambiente tropical y en un entorno de calidez, con pláticas que aluden a una relación estrecha entre el pasado y el presente, el disfrute de la naturaleza y de una oralidad que es básica para crear literatura. Allí, en el Nido de Bolos se me reveló un pueblo que adora al agua, al río para ser más preciso. La sierpe líquida es el centro del transcurrir popular en Salto de Agua. En esa cantina planeamos el viaje al río bajo la guía de Don Carlos Trejo que conocía a los más experimentados lancheros del lugar. Bautizamos a nuestro cayuquero como “el Capitán Bruno” que a golpe de pértiga y hablando sin parar, nos llevó por el río. Era como un arrullo cálido, como de bienvenida al agua, el sonido que producía el restregar de la pértiga con la madera del cayuco, acompañada del canto de las aves y el chapoteo que se produce cuando un pululo penetra el agua. Es el Grijalva, esa vena de agua que nos llega a Chiapas desde el municipio de Chiantla en los Cuchumatanes Guatemaltecos, río por el que transitaban los barcos desde Campeche cargados de cerdos y otros productos, recorriendo los pueblos ribereños como Salto de Agua. La desembocadura de este río de ríos, unido al Usumacinta, ocurre en Tabasco muy cerca de Villahermosa. Lo que me llamó más la atención fue la relación que la gente de Salto de Agua tiene-o tenía-con el río. En efecto, al ingresar a varias casas de los amigos de Don Carlos Trejo, noté una suerte de entrepaño entre el suelo y el techo. Preguntando para qué servía obtuve una sorprendente respuesta: “es para alzar las cosas que no deben mojarse cuando el río visita a Salto de Agua” me decían. En efecto, los habitantes de Salto de Agua sabían exactamente en qué momento el río se desborda e inunda al poblado y se preparan para recibir al agua. La gente convierte ese hecho en una fiesta: salen con sus cayucos a juguetear y divertirse con el agua. El Nido de Bolos hace sus mejores ventas en esos tiempos. Todo es bullanguería sobre el agua. En el Nido de Bolos se escuchaban historias de esos días, de los acontecimientos más relevantes, de las peripecias recordables. Es extraño que ningún escritor chiapaneco o tabasqueño nada haya escrito-por lo menos no conozco un texto-sobre esta fiesta hidráulica. Terminado el paseo por el río, salimos del cayuco y nos despedimos del Capitán Bruno prometiendo que algún día nos volveríamos a encontrar. Al escribir lo anterior, recordé que un buen día conversando con un campesino tabasqueño acerca de lo que ha significado el petróleo para Tabasco y el norte de Chiapas, con tranquilidad me comentó: “lo que pasa es que nosotros saltamos del cayuco al avión”. Así es. La “modernidad capitalista” llegó de un trancazo a estas tierras y quizá, no lo sé, acabó no sólo con la selva sino con la fiesta hidráulica de Salto de Agua. O quizá ya no sea posible encontrarse por las calles a una persona con un jaguar pequeño entre sus brazos como lo vi en aquella ocasión en Salto de Agua. Asombrado ante lo que veía, pregunté a la persona en dónde había encontrado a aquel cachorro con la piel de estrellas. Me respondió que en una parte de la selva, que alimentarían al animal y lo soltarían de nuevo, y que era frecuente encontrar cachorros de jaguar en los alrededores de Salto de Agua. Mientras escribo este texto mi memoria me retorna a aquellos caminos de Chiapas, a esa vida surrealista-real que encierra todas las contradicciones de esa tierra y a las conversaciones con Don Carlos Trejo y José Luis Ruíz Abreu, siempre plagadas de alegría salpicada con literatura. Nunca terminaré de agradecer a Don Carlos Trejo la oportunidad de aquel viaje a Salto de Agua, el saborear las piguas en El Nido de Bolos o el caldo de “pochitoque” (tortuga) en alguna de las tantas casas en donde nos invitaron a la mesa. Vivimos en mundos sobrepuestos. Son esos los mundos que alimentan a la gran literatura de Nuestra América, a quienes escriben perpetuando esos mundos a través de la palabra. Así entendemos a Juan Rulfo, a Rosario Castellanos, a Gabriel García Márquez, a Mikeas Sánchez, a tantos y tantas escritores y escritoras que logran enzarzar la palabra con la vida.
Hace años que no viajo a Salto de Agua. Ignoro si el Capitán Bruno sigue surcando el río a bordo de su cayuco o si El Nido de Bolos sigue siendo el centro de congregación que disfruté, o si siguen personas caminando con cachorros de jaguares en sus brazos. Quizá lo que persista en Chiapas sobrepuesta a la modernidad capitalista es esa vida surrealista-real que logra aprehender el pasado y convertirlo en presente. La magia de aquel viaje a Salto de Agua fue descubrir a la gente que vive disfrutando al máximo su entorno, en íntima relación con la naturaleza de la que se siente parte. Recibí una lección inolvidable de antropología. Hoy, no sé si es posible viajar por las veredas de Chiapas. Aún me golpea el recuerdo de tantos muertos en el camino, como el Dr. Zárate y su esposa, asesinados mientras cortaban flores en la vieja carretera que une a San Cristóbal con Tuxtla; o esos muchachos ciclistas que perdieron la vida a cambio de sus bicicletas. Y tantos sucesos más que a diario llenan las páginas de los medios de información, algunos sacados de un texto de ciencia ficción, como los relatos de los motociclistas que pasan baleando las calles en San Cristóbal. Ignoro si Salto de Agua sigue viviendo en esa surrealidad-real que observé y me resultó tan pródiga en sentimientos y reflexiones. Pero lo que si me es dado hacer es enviar un cálido abrazo a Don Carlos Trejo y agradecerle de nuevo la oportunidad de aquel viaje inolvidable hacia los territorios que alimentan la esperanza en un mundo mejor.
Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. A 12 de febrero de 2022.
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